en zh es ja ko pt

Volumen 64, NĂºmero 1enero/febrero 2013

In This Issue

El ritmo de Kuala Lumpur, capital de Malasia y, con casi dos millones de habitantes, su ciudad más poblada, se escucha fuerte entre los centros comerciales, restaurantes y galerías del Paseo "Estrella" de Bukit Bintang. Muchos de ellos han surgido en esta última década. "Este es realmente el mejor momento para ser artista en Malasia", afirma Bernice Chauly, escritora, fotógrafa y actriz de 43 años de edad.

La música late fuerte, y el país también. En un video de hip-hop grabado en Kuala Lumpur, la capital de Malasia, unos chinos y malayos en un salón de té, malayos en una mezquita, tamiles en una joyería y una muchedumbre visiblemente multiétnica mezclada en mercados, escuelas, rascacielos y parques, exigen una sola cosa: Undilah—“Votar” en el idioma bahasa de Malasia—. El video, pegadizo, a la moda e imparcial, es un testimonio de la diversidad y del optimismo, y tiene por objetivo crear conciencia política de cara a las elecciones generales que la Constitución de Malasia exige se celebren el 27 de junio de 2013.

Entre los rostros del video se encuentra Nurul Izzah Anwar, una parlamentaria de 32 años, guitarrista aficionada y fanática de Radiohead que ha convertido sus conexiones familiares como hija del ex viceprimer ministro Anwar Ibrahim en una plataforma de tolerancia e igualdad de oportunidades. De visita en su casa, en el barrio residencial Mont Kiara de Kuala Lumpur, he venido a conversar no sobre política, sino acerca de arte contemporáneo y sobre el panorama cultural.

Ha crecido, ella explica, a un ritmo vertiginoso desde que las elecciones de 2008 trajeron consigo una "gran apertura hacia la libertad de expresión", la cual, según agrega, "desató las artes". El video "Undilah", concebido por el productor musical más renombrado del país, Pete Teo, es un perfecto ejemplo de cómo los artistas malayos están abrazando la política, lo cual "nos está llevando a un nivel nunca antes visto", afirma asombrada Nurul Izzah, quien, como muchos malayos, suele usar su nombre de nacimiento.

El Museo de Arte Islámico de Malasia, abierto al público en 1998, alberga una de las mayores colecciones de Asia en su tipo. Como la mayoría de las instituciones de arte de Malasia, el museo es financiado por entidades privadas.

En toda Malasia, pero especialmente en la capital, apodada KL, una joven generación de artistas, músicos, compositores, escritores, actores, diseñadores y cineastas está redefiniendo la cultura y avivando el panorama con una variedad sorprendente de energía imaginativa. La energía puede sentirse. Durante una visita reciente, estuve presente en el rodaje de un largometraje, asistí a un desfile de moda, visité exhibiciones artísticas y asistí a conciertos sinfónicos, fui espectador de una obra de teatro experimental sobre la contaminación de ríos, y estuve hasta altas horas de la noche en un club de jazz y, hasta más tarde aún, en una fiesta memorable en la que un saxofonista y una cantante tocaron para cientos de invitados de las comunidades artísticas y financieras de KL: todo eso en 13 días.

"Este es realmente el mejor momento para ser artista en Malasia", afirma Bernice Chauly, escritora, fotógrafa y actriz de 43 años de edad. "La gente quiere que la escuchen, y está dispuesta a asumir riesgos, a usar su propio dinero para lograrlo".

Hablaba con Chauly durante la hora del almuerzo, en medio del rodaje de "Split Gravy on Rice", una adaptación de una exitosa obra escrita por el popular actor y humorista malayo Jit Murad. La trama gira en torno del patriarca de una familia y de los planes de sus hijos para manejar su herencia después de su muerte. A pesar de que los ingeniosos diálogos entre los hermanos causan risa, es un conflicto generacional que también confronta los desafíos que la democracia parlamentaria, que ya tiene 54 años de existencia y cada día es más de clase media, enfrenta para distribuir la riqueza y el poder, y transformar la diversidad étnica en una fuente de fortaleza.

Nurul Izzah Anwar, de 32 años, fue elegida parlamentaria sobre una plataforma de tolerancia y oportunidades interétnicas. Las reformas nacionales de 2008, dice, han "desatado las artes" en Malasia, lo cual "nos está llevando a un nivel nunca antes visto".

Malasia, un estado mayoritariamente musulmán que se independizó del dominio colonial británico en 1957, ha logrado un crecimiento económico sorprendente en un corto tiempo. Cuarenta años atrás, la mitad de la población de Malasia vivía en la pobreza, y el ingreso per cápita era de 260 dólares al año. Actualmente, solo cuatro por ciento de sus 28 millones de habitantes viven en la pobreza y, según el Fondo Monetario Internacional, el ingreso per cápita es de 8400 dólares. La economía se ha beneficiado gracias a las cuantiosas reservas de petróleo y al próspero sector manufacturero, y también —lo cual genera más polémica— gracias a la explotación de plantaciones de palma para la extracción de aceite y la explotación forestal, en algunas ocasiones en bosques tropicales. Pero también está en auge la alta tecnología: Una proporción sustancial de la producción, por ejemplo, de chips de computadores de Intel es producida 400 kilómetros al norte de KL, en Penang, situada en el estrecho de Malaca. George Town, un enclave en buen estado de tiendas-viviendas, mezquitas y arquitectura colonial de Penang, fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por Unesco en 2008, junto con Malaca, la ciudad-puerto de 600 años de antigüedad situada unos 130 kilómetros al sur de la capital.

A pesar de lo sólida que se ha mantenido la economía en las últimas décadas, las artes son, en gran parte, una empresa individual que es apoyada principalmente por bancos y unas pocas empresas patrocinadoras, subsidios limitados del gobierno, el compromiso de unos 50 importantes coleccionistas de arte particulares y, quizás lo más importante, la pasión obstinada del mismo sector creativo.

No obstante, hay un par de excepciones notablemente bien financiadas: El Museo de Arte Islámico de Malasia, el cual posee una de las colecciones de arte más impresionantes de toda Asia, es administrado por la fundación privada Albukhary, la cual es financiada por centrales eléctricas, puertos y empresas mineras. El proyecto ThinkCity de Penang, el cual promueve las artes, la renovación urbana, los emprendimientos ambientales y culturales, es apoyado por Khazanah Nasional, la división de inversiones del gobierno de Malasia. Aparte de estos y otros cuantos más, la mayoría de las historias actuales de éxito alentadoras de las industrias de las artes y el diseño sobreviven únicamente gracias al escaso financiamiento, normalmente privado, y a mucha dedicación, la mayoría de las veces personal.

Hace una década, Raman Krishna, hoy de 63 años, fue visitada en su librería, Silverfish Books, por un profesor estadounidense amigo suyo de una universidad japonesa. "Cuando me preguntó dónde estaban los libros de escritores malayos, me dio tanta vergüenza el hecho de que sólo podía encontrar una docena de libros, que me avergoncé de haberme convertido en editor", confiesa Raman al interior de la pequeña librería del barrio exclusivo Bangsar de KL.

No era la primera vez que Raman consentía a su Quijote interior para embarcarse en una misión incesante. Tras ganarse la vida durante 25 años como ingeniero en construcción, "decidí que ya era suficiente", él recuerda. "Me dije a mí mismo que debía realizar mi ambición secreta, que era abrir una librería". De sus propios ahorros invirtió 250.000 dólares malayos (unos $80.000 dólares estadounidenses) en el proyecto y, en 1999, abrió las puertas de Silverfish.

Cambiarme a la industria editorial fue una apuesta sin mayor preparación ni organización. Puso un aviso en periódicos y en Internet, y también le informó a amigos y clientes que planeaba publicar una antología de cuentos cortos. En un mes recibió 250 propuestas: fueron tantas que, después de la publicación de la primera antología, solicitó propuestas para una segunda edición. Recibió más de 500 cuentos.

"Quedé pasmado por la reprimida cantidad de escritores que deseaban expresarse", afirma. Aunque sus autores escriben en inglés, puesto que ésta ha sido por largo tiempo el idioma común de los malayos cultos de cualquier procedencia, el inglés es en realidad el tercer idioma más hablado en el país, después del malayo y el chino, dice Raman.

Su libro más vendido hasta el momento es I Am Muslim (Soy musulmán), el divertido e inquisidor relato de los musulmanes de Malasia por Dina Zaman. Con 12.000 copias vendidas, es un éxito modesto para nuestros estándares, pero "inmenso, aquí, para un libro escrito en inglés", se jacta Raman. Él señala con evidente satisfacción que el volumen se ha convertido en material de lectura en la Universidad de California, en Berkeley, y en la Universidad de Chicago.

Raman Krishna, dueño de la librería Silverfish Books del barrio Bangsar de Kuala Lumpur, decidió, hace unos 10 años, que también se convertiría en editor, después de "avergonzarse por el hecho de que no podía encontrar una docena de libros" de autores malayos. Desde aquel entonces, él ha materializado unas 40 obras de escritores malayos.

Después de 10 años en la industria editorial, durante los cuales ha materializado 40 colecciones de cuentos cortos, novelas y obras basadas en hechos reales, Raman cree que los escritores malayos se han vuelto menos racistas. Mientras que los escritores indios, chinos y malayos solían enfocarse exclusivamente en personajes de su propia etnia, ahora estos cruzan las barreras étnicas, raciales y religiosas con facilidad, él señala. Por ejemplo, un cuentista malayo como Rumaizah Abu Bakar es muy convincente cuando describe las aspiraciones y frustraciones de un chef de etnia china. Del mismo modo, Rozlan Mohammad Noor, el policía convertido en escritor de novelas policíacas, mezcla todos los niveles de la sociedad de KL en sus complicadas historias.

"Sucede lo mismo en el país en general", opina Raman. "La gente está diciendo que no quiere que las razas o las etnias los dividan. Ya no se trata solamente de tolerar las diferencias: se trata de aceptarlas".

En forma paralela a este florecimiento literario se está produciendo un resurgimiento del cine y de las artes visuales. Alrededor de 1990, cuando Zarul Albakri intento dirigir películas por primera vez, desistió tras su primer intento. "Simplemente no había talento suficiente", él recuerda. "Pero, ahora, hay una nueva generación y mucho más talento —dice entusiasma el cineasta de 52 años de edad—. Actores, cinematógrafos, diseñadores de escenario, técnicos... de todo". Albakri está produciendo actualmente "Spilt Gravy on Rice" junto a su hermano menor Zahim, de 48 años, como director.

El director de la Galería Nacional de Malasia, Yusof Ahmad, coleccionista de arte y ex diplomático, supervisa la estrategia de exhibición dual del museo, la que ofrece tanto exhibiciones de agrado general para los visitantes nuevos, como exhibiciones especializadas.

Cuando conocí a Zarul, el "talento" que él tanto admira estaba a todo nuestro alrededor, con los actores, actrices y demás personal de películas reunidos en el hogar de Albakri para una fiesta de despedida antes de que llegaran las excavadoras que iban a limpiar el terreno para construir condominios. La casa, rodeada por enormes árboles y por un jardín exuberante, era la única que quedaba en su tipo, una de las últimas residencias familiares de la zona céntrica de KL. "Grabamos parte de la película dentro y fuera de la casa para que quedara un registro para la posteridad", dice Zahim, quien me explica que junto a su madre, hermano y hermana habían decidido vender la propiedad después de la muerte de su padre. "Es triste, lo sé; pero la fiesta es una especie de velorio al estilo de Nueva Orleans para celebrar los recuerdos familiares y marcar el inicio de una nueva etapa".

Por casualidad me encontré con otro director de cine, U-Wei Bin Haji Sarri, en la Galería Nacional de Artes Visuales de Malasia, donde se estaba presentando una exhibición de diseños de escenarios, accesorios, afiches, guiones visualizados, extractos de video y otros tipos de materiales de sus ocho películas. El trabajo de U-Wei, un ex estudiante de cinematografía de 57 años de edad, graduado de la New School de Nueva York, había sido proyectado en el Festival de Cine de Nueva York y en el Festival de Cannes.

Cuando hablamos, en julio de 2011, casi había terminado su último proyecto, una versión para el cine de Almayer’s Folly (La locura de Almayer), la primera novela de Joseph Conrad, publicada en 1895, la cual trata sobre un cazador de tesoros holandés en la Malasia de la década de 1830. Vimos el avance de 10 minutos juntos: la película tenía una bella atmósfera y similitudes visuales con otra película rodada en Malasia: "Indochina", protagonizada por Catherine Deneuve.

En una de las escenas de la película de U-Wei, un grupo de comerciantes árabes y un grupo de malayos se encuentran con oficiales navales ingleses a bordo de un barco de vela hecho de madera en un lento río de la selva. "Esa secuencia fue muy complicada de hacer", dice riendo el director mientras pone los ojos en blanco para recordar. "Mandamos construir el barco completo, y cuando llegó el momento de mover la armatoste por el río, terminé tirando las cuerdas yo mismo para arrastrarlo: es como para no creerlo".

Posteriormente me entrevisté con el director de la Galería Nacional, Yusof Ahmad, un coleccionista de arte y ex diplomático que ha presentado una serie de innovadores exhibiciones destinadas a atraer público nuevo. "La Galería Nacional existe desde 1958, tiene casi tantos años como el país; pero, cuando fui nombrado director hace aproximadamente un año, me encontré, para consternación mía, con que algunos de mis amigos ni siquiera sabían donde quedaba la galería", reconoce Yusof. "Eso tenía que cambiar".

Fundada en 1989 "con el único objetivo de promover nuestro propio trabajo", según señala el pintor Bayu Utomo Radjikin, la galería Matahati ha prosperado lo suficiente para financiar programas de artistas en residencia tanto para que artistas malayos salgan al extranjero como para que otros artistas del sur de Asia vengan a Malasia.

El director del museo eligió una estrategia de doble cara: exhibiciones de agrado general basadas en temas amplios y populares como, por ejemplo, las madres y los hijos, el Ramadán y la devoción a Dios, complementadas con exhibiciones más enfocadas, entre ellas la presentación dedicada a las películas de U-Wei, que son más del agrado de los conocedores de las artes. Hasta ahora esta estrategia doble parece estar dando resultados.

"Con la exhibición sobre madres e hijos, nos vimos inundados por personas que nunca antes habían visitado la galería", Yusof afirma orgulloso. "Fue la exhibición más visitada que hemos tenido jamás".

Aunque la Galería Nacional no es tan conocida como podría —o debería— serlo, no es por falta de talento: Malasia está repleta de artistas y de galerías privadas.

Valentine Willie es uno de los tratantes de arte pioneros del país y de todo el sur de Asia, y organiza exhibiciones en galerías de KL, Singapur, Yogyakarta y Manila. La trayectoria de la vida de Willie, bisnieto de un cazatalentos de Borneo, ha sido inesperada, por no decir otra cosa. Willie cursó sus estudios en Londres y posteriormente ejerció el derecho en dicha ciudad antes de mudarse, hace ya 16 años, a Malasia, donde abrió su primera galería.

"Cuando empecé, había probablemente cuatro galería en KL. Ahora hay más de veinte que ofrecen arte serio, y no... decoración para paredes", dice con tono despreciativo. "Este crecimiento es una muestra no solo del mayor poder adquisitivo de los compradores, sino también de su mayor sofisticación".

Willie es partidario de convertir la posición de Malasia como centro de comercio, la cual ha tenido durante siglos, en una ventaja estética. "El sur de Asia lo define su geografía", me cuenta mientras tomamos un café en una cafetería cercana a su galería de Bangsar. "Cuando se vive en un pequeño pedacito de tierra en medio del océano, no se puede evitar que la gente venga a visitarte", él continúa. "Uno no puede defenderse, así que ¿para qué tratar? Es mejor dar la bienvenida, tomar lo que quieres e ignorar lo demás. Ese ha sido nuestro don. Los recibimos a todos y extraemos las cosas buenas de las influencias externas para crear nuestro propio arte y nuestra propia cultura".

"Hay una generación nueva y mucho más talento", dice el productor de cine Zarul Albakri (izquierda), cuya reciente película "Spilt Gravy on Rice" gira en torno de una familia cuyas tensiones generacionales son metáforas de la cultura malaya. En su estudio, Albakri conversa con el productor A. Samad Hassan.

Willie plantea que la sabrosa cocina del país es un perfecto ejemplo de ello, dando sin más una apetitosa descripción de su harmonía de tres partes ecléctica. "Tenemos los sabores humeantes y puros de la cocina del sur de China y las abundantes especias de la India, ello sumado a los ricos platos de coco de la cocina malaya", repite, lo que estimula nuestro apetito.

A unos pocos minutos en automóvil, en el barrio residencial de Petaling Jaya, otro dueño de una galería está llevando este enfoque de recibimiento con los brazos abiertos un poco más allá. Shalini Ganendra, también abogado educado en el Reino Unido que se convirtió en tratante de arte, inauguró una serie de charlas en las que autoridades internacionales en las áreas de las artes, la cerámica, la fotografía, el tejido y el diseño, comparten sus opiniones y conocimientos con artistas, organizadores, coleccionistas y estudiantes locales. A pesar de los efectos sobrecogedoramente positivos que ha tenido promover estos puentes culturales entre oriente y occidente, Ganendra reconoce que existe cierto riesgo.

"El desafío de los artistas malayos es evitar volverse demasiado occidentales, no copiar los estilos de occidente", advierte. Willie expresa la misma preocupación. "Los artistas locales no confían demasiado en sí mismos —me dijo—. Ello piensan que ser un artista bueno o malo lo dicta la sociedad occidental en lugar de cuestionarse sus propios estándares".

Ahora hablemos de una agrupación de artistas que parece tener confianza por montones, suficiente en realidad para compartir su buena fortuna con decenas de artistas emergentes. Allá por 1989, recién graduados de la University Teknologi mara, la universidad más importante del país, los cinco colegas se asociaron y formaron Matahati, que en lengua malaya significa "ojos del alma".

"Formamos la agrupación únicamente para promover nuestro propio trabajo", explica Bayu Utomo Radjikin, de 42 años de edad, mientras estudiantes de arte voluntarios ordenan las pinturas para una próxima exhibición en la galería Casa de Matahati, la cual ocupa los dos pisos de arriba de una tienda de pinturas situada a un costado de una transitada calle del barrio Ampang de KL. Después de pintar escenarios para producciones de teatro, cine y televisión durante 10 años para complementar sus ingresos, se consolidaron tanto que decidieron hacer algo por la generación más joven, proceso en el cual también forjaron una red de las artes panasiáticas.

Además de financiar a los artistas malayos nuevos para que vayan a Yogyakarta y Manila, Matahati destina parte de los ingresos de la galería para traer a KL artistas de dichas ciudades para intercambios que duran un mes. La agrupación también ofrece espacio a los artistas malayos, les presenta a los dueños y coleccionistas de las galerías y organiza exhibiciones para que muestren su trabajo. Artistas de lugares tan lejanos como Brasil y Japón son invitados para que puedan interactuar con pintores y escultores nativos. El grupo también patrocina un programa que envía artistas malayos a las escuelas para crear proyectos de colaboración con los estudiantes a fin de introducirlos al arte contemporáneo.

"En mi opinión, Malasia se asemeja más a una ensalada que a un crisol", afirma el compositor Johan Othman, de la Universiti Sains de Malasia, situada en Penang. "Puedes distinguir la lechuga, el tomate y los diversos ingredientes. No están mezclados; están separados".

En comparación con el ascenso gradual de Matahati, los jóvenes diseñadores de Ultra, todos veinteañeros, se ha convertido en sensación de la noche a la mañana y han causado sensación en el negocio de la "moda ética", la cual pone empeño en el uso de material reciclado. En tan solo tres años, desde que se lanzara la marca en 2009, Ultra ya ha ganado el Premio a la Innovación de 2011 del Foro de Moda Ética de Londres, y suscitado la admiración de la prensa de la moda de París. A pesar de la aclamación que han logrado en Europa, sus estilos elegantemente minimalistas son exclusivamente malayos.

Conocí al jefe de diseño de la empresa, Tengku Syahmi, de 22 años, en un desfile de pasarela de prometedores diseñadores de moda que fue realizado en MAP, un espacio nuevo para exhibiciones y eventos situado en Publika, un complejo multiuso que posee departamentos, galerías, restaurantes, tiendas y oficinas, situado en el montañoso barrio Hartamas que domina KL. Esforzándome para escuchar a Syahmi en medio del ritmo tecno, mientras las modelos desfilan por la pasarela, logré oír una invitación para visitar el estudio de diseño el día siguiente, la cual acepté encantado.

Resultó que el estudio de Ultra estaba un piso más abajo de donde estaba MAP. "No te fijes con mucha atención en los diseños de nuestra próxima colección", me advirtió en broma la cofundadora de Ultra, Anita Hawkins, mientras miraba los bosquejos pegados en las paredes. "Se supone que son secretos". Pero el poco glamoroso estudio era tan estrecho —había cuatro o cinco diseñadores inclinados sobre mesas en un espacio del tamaño de un salón de clases— que no podía evitar mirar los bosquejos. Estos literalmente cubrían los muros.

"Toca esto", me dice Hawkins, de 26 años, invitándome a palpar un vestido blanco con capucha que colgaba de un perchero con vestidos, abrigos y chales. Su textura era como de seda. "Lo que no te imaginas es que la tela está hecha de pulpa de madera", me dice con una sonrisa maliciosa. Tiene toda la razón. "No —confieso—, nunca me imagine que fuera pulpa de madera".

"¿Qué te parece esto?", me pregunta mientras sostiene un traje negro elegante. "Está hecho de tapas de botellas plásticas recicladas", me cuenta, aumentando mi asombro. "Pero, ¿por qué tiene la textura de la lana?", me pregunto en voz alta. "Eso también es un secreto", ella responde.

La idea detrás de Ultra y otras marcas de moda ecológicas es preparar un contraataque contra la cultura de lo desechable y demostrar que es posible usar materiales reciclados y sostenibles para crear estilos maravillosos. "Queremos que la gente tome más conciencia sobre lo que consumen —afirma Hawkins— de modo que compren lo que necesitan y no todo lo que se les antoja". Esto puede sonar como propaganda de marketing. "¿No temen que los clientes compren menos?", pregunto. "Es posible —responde—. Pero si están dispuestos a pagar más por una cantidad menor de artículos de buena calidad, igual podemos obtener ganancias". Y de hecho, varios meses después que hablé con Hawkins, Ultra detuvo toda su producción —al menos momentáneamente— para concentrarse en diseños descargables para fabricar ropa en casa. Hawkins y otras personas más también estaban recorriendo escuelas del Reino Unido y de otros países para fomentar el apoyo a la moda reciclable y al diseño sostenible.

Al igual que los diseñadores de Ultra, quienes viajan a Londres, París, Shangái y otros centros de la moda para promocionar sus creaciones, la nueva generación de artistas, escritores, músicos, compositores y bailarines está siguiendo el mismo camino: irse al extranjero y luego regresar a Malasia para expandir los horizontes culturales del país.

"Históricamente, el país siempre ha sido una especie de lugar de cruce, ya sea para el comercio internacional o para la ruta de las especias", agrega Hardesh Singh, un compositor y productor de programas de video de Internet de 35 años de edad. "La gente sale en busca de bienes para intercambiar y trae consigo cultura y conocimiento. Eso es parte de nuestro ADN culturaL, viajar al extranjero por un tiempo y regresar una vez que se ha agotado tu pasión de viajar. Traes todo lo que has recogido de otros lugares y lo siembras aquí en tu país".

Valentine Willie, abogado londinenses, pionero tratante de arte y bisnieto de un cazatalentos de Borneo, ahora tiene galerías en cuatro países. El crecimiento de su galería y de otras veinte galerías más muestra que la "sofisticación está madurando", afirma.

Por cosas del destino, Singh y yo reflexionamos sobre los intercambios culturales mientras nos tomamos un frapuccino y un latte de té verde bajo en grasas en Starbucks. (La cadena es otro forastero que ha sido recibido con los brazos abiertos por los malayos). Me explica que su pasión siempre fue la música y que, después de graduarse de la universidad con un grado de respaldo en ingeniería en telecomunicaciones, se mudó a San Francisco a fines de la década de 1990 para estudiar el raga de la India. Al regresar a KL alrededor del año 2001, Singh empezó a componer bandas sonoras para películas, y ahora es director de un estudio de grabación, estudio de sonido y unidad de producción digital que produce de todo, desde música de anuncios publicitarios hasta música de concierto vanguardista. Uno de sus proyectos, una red de canales de video de Internet, tiene por objetivo evitar la televisión controlada por el gobierno y darle voz a medios más independientes. Entre los programas que se transmiten por Internet —además de música de bandas underground— se encuentra una sátira política similar a "The Daily Show with John Stewart", en el cual segmentos de entrevistas espontáneas, codirigidas por el actor y comentarista político de 31 años Fahmi Fadzil, aportan algo nuevo a las transmisiones.

Singh lamenta que la música malaya no sea más conocida fuera del país. "En Malasia no hay una voz distintiva que uno pueda pensar que va a emerger de este crisol cultural", reconoce con un poco de pesar. "No hemos tenido tanto éxito como Tailandia o Filipinas en inventar un sonido reconocible —y estamos claramente muy lejos de África y Brasil—."

"La excepción son las composiciones clásicas contemporáneas", agrega con alegría. "Estamos haciendo grandes progresos en el extranjero, donde tenemos comisiones de orquestas en Alemania, el Reino Unido, Austria, entre otros países". Aunque a Singh lo decepciona ver que la mayoría de los malayos no tiene idea sobre esta aclamación cada vez mayor, los compositores malayos en conjunto publicaron recientemente un cd con obras compuestas por 10 de ellos para dar mayor exposición a sus composiciones.

Uno de los integrantes del grupo, Johan Othman, de 42 años, es un profesor formado en Yale que actualmente enseña música y composición en la Universiti Sains de Malasia, en Penang. Othman, un musulmán de etnia malaya, en su trabajo explota la variedad cultura de Penang: Estrenó una ópera basada en un clásico del siglo XII de la literatura persa, "La conferencia de los pájaros", del poeta Attar, la que fue cantada en inglés por artistas de etnia india y china. Otras composiciones han sido inspiradas por la ópera china y por la mitología hindú. Su próxima ópera, que aún no tiene título, está basada en la epopeya hindú "El Ramayana".

Mientras tomamos un té en el venerable hotel E&O de Penang con los barcos distantes de fondo recorriendo el estrecho de Malaca, la ruta marítima más transitada del mundo, Othman habla sobre la equivocada campaña del gobierno para eliminar las diferencias étnicas, en lugar de aceptarlas, y sobre cómo esto afecta su papel como compositor. "No existe tal cosa como una identidad malaya ni en la música ni en ninguna otra cosa", afirma. "Hay varias identidades, y cada una de ellas posee su propio carácter excepcional.

"En mi opinión, Malasia se asemeja más a una ensalada que a un crisol", continúa mientras se ríe de la imagen. "Puedes distinguir la lechuga, el tomate y los diversos ingredientes. No están mezclados; están separados".

Penang usa su diversidad étnica y religiosa como emblema. A los residentes les encanta decir que Jalan Masjid Kapitan Keling, la vía pública de media milla de largo situada en el centro del distrito histórico, es conocida como la Calle de la Harmonía porque posee dos mezquitas, un templo hindú, varios templos chinos y una iglesia anglicana; cerca del lugar también hay una iglesia católica romana.

"Somos más que solamente malayos, chinos e indios", afirma Joe Sidek, organizador del Festival Anual de las Artes de julio. "También habemos birmanos, armenios, tailandeses, guyaratíes y europeos. Penang ha sido una isla cosmopolita desde el siglo XVII, y aquí nunca ha habido segregación", reafirma.

La isla de Penang, situada frente a la costa de la península de Malasia, "ha sido una isla cosmopolita desde el siglo XVII", dice Joe Sidek, empresario local y organizador voluntario del Festival de las Artes.

En los últimos doce años, una profesora de arte llamada Janet Pillai ha estado llevando a cabo una iniciativa reveladora que permite a niños de entre 10 y 16 años introducirse en esta plenitud de comunidades interdependientes y hacer presentaciones basadas en las tradiciones, relatos orales, arquitectura, música, leyendas y oficios que descubran dentro de ellas. En el transcurso de seis a ocho meses, grupos de unos 30 estudiantes investigan la gente y la historia de un barrio de Penang. Haciendo una analogía con el crecimiento de un árbol, Pillai resume el proyecto semiantropológico y semiteatral como una "especie de viaje académico destinado a extender raíces y extraer el agua de la comunidad". Me encuentro conversando con Pillai en un pequeño museo que ella estableció en un ampliación del resplandeciente Khoo Kongsi, un complejo de templos chinos de 1906 con tejados inclinados hacia arriba, dragones de porcelana de colores vivos, adornos tallados de color dorado y estatuas de leones que protegen el patio.

Durante los cuatro primeros meses de los proyectos de Pillai, los niños hacen investigaciones: registran relatos orales en malayo, inglés y chino con un historiador; recopilan canciones, música y sonidos ambientales del entorno con un ingeniero en sonido; visitan edificios vernaculares junto a un arquitecto, y fabrican títeres con un titiritero tradicional y tallan madera con un artesano. Después de la etapa de investigación, ellos arman una producción que consiste en escribir el texto, componer música y letra basadas en los relatos orales, construir escenarios y diseñar disfraces. Por último, realizan varias presentaciones para las comunidades en las que reflejan sus culturas y refuerzan los vínculos de los niños con sus propios orígenes.

"Resulta interesante cómo los estudiantes modernizan las tradiciones", señala Pillai. Por ejemplo, convierten leyendas antiguas en libros de cómics o en juegos de video, u ofrecen iPads hechos de papel junto con billetes de 500.000 dólares malayos falsos, entre otros regalos, para que sean quemados en ritos con el fin de aplacar a los espíritus durante el Festival de los Fantasmas Hambrientos. Pillai ha ayudado a fomentar el interés en el teatro infantil en toda la región, y como resultado ahora se están realizando programas similares en Tailandia, Singapur, Indonesia y Filipinas.

Enfrente de la oficina de Pillai, en Cannon Street, paso a beber un trago con Narelle McMurtrie en su café/tienda de artesanía/galería de arte. Desde que emigró a Malasia proveniente de Sidney hace unos 26 años, la activa australiana ha convertido varias casas-tiendas en departamentos turísticos y ha abierto dos hoteles de lujo en la isla de Langkawi, distante a media hora en avión desde Penang. La mayor parte de las ganancias de los hoteles son destinadas a financiar refugios para animales que McMurtrie fundó en la isla en 2004, y las ganancias de las operaciones de Penang sirven para financiar residencias para artistas.

A diferencia de gran parte de KL, McCurtrie opina que Penang es una ciudad que puede recorrerse a pie, lo cual es un gran beneficio para las galerías, las tiendas y los enamorados de la arquitectura. "Debido en parte a su designación como Patrimonio de la Humanidad, Penang ha empezado a proliferar en las artes", agrega. "Los jóvenes están buscando inspiración en todo tipo de medios de expresión".

George Town (en Penang), Patrimonio de la Humanidad de unesco desde 2008 se está convirtiendo rápidamente en un vibrante centro para la mezcla entre el arte contemporáneo y las culturas tradicionales de Malasia.

Más tarde ese mismo día, esa creatividad se manifiesta en una salida fantasmagórica a un ensayo del "Proyecto Río", una obra al aire libre que forma parte del Festival de las Artes de julio y que se realiza junto al contaminado canal de Prangin. Acompañado por el abogado y activista de las artes Lee Khai, mi indispensable guía por la vida cultural de Penang, me quedo mirando boquiabierto mientras una criatura en forma de huevo, envuelta en botellas plásticas e iluminada por haces de luces de colores, se escabulle por el suelo. De la crisálida iluminada surge una mujer, la cual arrastra las botellas detrás de sí mientras unos cantantes se lamentan por el cierre del canal. Otros actores realizan piruetas gimnásticas alrededor de ellos y luego se meten en una bodega techada que, según me cuenta Lee, era un mercado de productos marinos y agrícolas que fue abandonado hace una década. "La ciudad aún tiene que ver qué va a hacer con ella", se queja, moviendo la cabeza en señal de frustración. Mientras tanto, los acróbatas se convierten en comerciantes y gritan los precios de sus productos con voz melodiosa para evocar una época pasada. "Donde antes prosperaba la vida y el comercio, hoy se encuentra una ruina vacía", canta uno de ellos.

Los actores dirigen la atención del público al exterior para que vean a un artista que cuelga de un muro del canal, unos 30 centímetros por sobre la apestosa mugre, mientras asciende laboriosamente por una estrecha saliente como un alpinista. No soporto mirar... pero igual lo hago. Sobre el hombre una actriz declama con indignación: "¿Cuánto tiempo puede resistir el corazón de una isla con sus arterias obstruidas?" Por último, un músico se acerca a la boca un largo digeridoo hecho de pvc y emite un lamento evocador para poner fin al espectáculo.

Lee me lee la mente. "Bueno, es propaganda política, no es Shakespeare; pero el ímpetu detrás de la obra es muy importante", sostiene fervientemente después de la presentación. "Tenemos que hacer notar esta contaminación. La situación es verdaderamente atroz", afirma. "A veces el arte tiene que politizarse para que se logren cambios".

Graham Chandler

Además de escribir con frecuencia para Saudi Aramco World, Richard Covington (richardpeacecovington@gmail.com), con residencia en París, escribe sobre cultura, historia, ciencias y arte para Smithsonian, The International Herald Tribune, U.S. News & World Report y The Sunday Times de Londres.

Graham Chandler

Jimin Lai (www.jiminlai.com) es reportero gráfico desde hace casi dos décadas, gran parte de las cuales las ha pasado recorriendo Asia para cubrir noticias sobre conflictos bélicos, política, deportes y vida cotidiana para Reuters y AFP (Agencia de Noticias Francesa). Lai reside en Kuala Lumpur, donde trabaja como fotógrafo para clientes editoriales, corporativos y privados.

Recepción de comentarios sobre traducciones

Nos agradaría recibir comentarios de parte de nuestros lectores, que puedan ayudar a nuestros lingüistas a mejorar sus traducciones. Envíenos sus comentarios a saworld@aramcoservices.com especificando “Comentarios sobre traducciones” en el campo de asunto. Debido al volumen de comentarios recibidos, es posible que no podamos responder todos.

--Los editores


 

This article appeared on page 24 of the print edition of Saudi Aramco World.

Check the Public Affairs Digital Image Archive for enero/febrero 2013 images.