 |
leighton house museum |

Escrito por Lee Lawrence
Fotografías cortesía de Turquoise Mountain Institute
 |
Khwaja Qamaruddin Cheshti obtuvo una maestría en Literatura Afgana de la Universidad de Kabul y es profesor de Caligrafía. Imagen del título, parte superior: El detalle es parte de una gran celosía con diferentes patrones conocida como jali. La produjo un equipo de 14 maestros y estudiantes de Turquoise Mountain, inspirada en un jali de piedra mongol del siglo XIII, y fue parte de las exhibiciones de “Feroz Koh” que se montaron en Doha y en Londres. |
“Es difícil crear arte de forma aislada”, dice el maestro en caligrafía Khwaja Qamaruddin Cheshti. El artista “necesita estar rodeado de obras de arte más antiguas y tal vez así pueda combinar sus habilidades con la inspiración que le brindan esas obras”.
Cheshti se comunica a través de un traductor del Turquoise Mountain Institute de Arte y Arquitectura afganos en Kabul, Afganistán. Se trata de un fuerte del siglo XIX restaurado en el histórico barrio Murad Khane, cuyos nichos, con delicada forma de arco ojival, son el fondo ideal para hablar sobre las dos semanas que él y más de doce artistas y artesanos afganos pasaron en Doha, Qatar, en el Museo de Arte Islámico (o MIA, por sus siglas en inglés), donde Cheshti redescubrió esta verdad milenaria.
Su experiencia se cristalizó en la exhibición de “Feroz Koh: Tradición y continuidad del arte afgano”, que combinó las obras contemporáneas de Turquoise Mountain junto con obras maestras de cuatro dinastías históricas musulmanas, muy ligadas con Afganistán. Este diálogo entre lo actual y lo antiguo situó al arte afgano en el escenario mundial y marcó un momento cumbre en su constante revitalización.
 |
 |
Una estudiante de pintura (arriba) decora un dibujo de figuras geométricas de 16 puntas. Arriba: Un estudiante de tallado en madera del Turquoise Mountain Institute de Arte y Arquitectura afganos en Kabul cincela el diseño de un arabesco floral de ocho puntas. Todos hacen uso del vasto y colorido legado artístico afgano. |
Las palabras Feroz Koh en dari y pashto, los idiomas principales de Afganistán, significan “Montaña Turquesa” (Turquoise Mountain, en inglés), nombre de la capital antigua cosmopolita pero ya desaparecida de la dinastía gúrida en el siglo XII, en el centro de Afganistán. En 2006, con motivo de apoyar el arte afgano y contribuir a renovar la antigua ciudad de Kabul, el escritor y político británico Rory Stewart estableció la fundación Turquoise Mountain Trust con la ayuda del presidente
de Afganistán, Hamid Karzai, y el príncipe Carlos de Inglaterra. Desde entonces, Turquoise Mountain se ha convertido en el taller y la escuela de arte tradicional más importante del país, en la cual eruditos artesanos y artistas instruyen a los estudiantes (hombres y mujeres) en el tallado en madera, cerámica, joyería, talla de gemas, caligrafía y pintura en miniatura.
 |
Abdul Hedy, maestro en tallado en madera de 86 años, solía crear obras para Zahir Shah, el último rey de Afganistán. Hoy en día, sus estudiantes (abajo) encabezan un proyecto en su estudio en Kabul. |
La exhibición de “Feroz Koh”, que se inauguró en el MIA en marzo de 2013 y que se montó en el Leighton House Museum de Londres ese otoño, le dio a los artistas de Turquoise Mountain la oportunidad de dejar de hacer diseños para encargos y producción en serie para mejor crear obras de arte únicas. Los resultados, expuestos de una manera maravillosa en el MIA y en Leighton House, abarcaron muchos siglos: Unos aretes de oro, obra de Monawarshah Qodousi, un residente de Kabul de 28 años, parecían flotar junto a un terciopelo con un diseño muy parecido, del siglo XVI, perteneciente a la dinastía safávida; una pilastra de madera con incrustaciones que produjo un equipo de 11 artistas se erigía a lo largo de un merlón, o sección central, de terracota, proveniente de una almena del siglo X u XI de la era de los gaznávidas; cuatro placas con flores de mármol con incrustaciones representan ciertos adornos de una miniatura mongol. La obra de Cheshti, “Noventa y nueve nombres de Dios”, formaba un diálogo con una talla en madera del siglo XV de la dinastía timúrida.
 |
La exhibición en Doha exhibió 37 obras de estudiantes y profesores del Turquoise Mountain Institute y cada una de ellas estaba colocada junto a una obra maestra del MIA. Se incluyó aproximadamente la mitad de las obras en la exhibición de Londres.
Las semillas de “Feroz Koh” se plantaron en 2006, cuando la historiadora de arte Leslee Michelsen obtuvo el puesto de profesora de Historia de Arte Islámico en el nuevo instituto recién fundado. “Me sentía extremadamente frustrada”, dice Michelsen. La guerra y el gobierno talibán habían destruido gran parte de la colección de arte del Museo Nacional y los recorridos a los lugares históricos remotos eran bien peligrosos y demasiado caros. “Y aunque me encontraba en este país tan rico a nivel artístico”, dice, “irónicamente no podía compartir estas riquezas con los estudiantes, aun cuando los ancestros de muchos de ellos habían creado esas obras”.
Pasemos al 2011. Michelsen, en ese entonces directora del departamento de Investigación y Conservación del MIA, propuso la idea de montar una pequeña exhibición de obras de artistas del Turquoise Mountain, los cuales recibirían una invitación a la inauguración. Desde Aisha Al Khater, director del MIA, en adelante la respuesta fue tan entusiasta que cuando fracasó la idea de montar una gran exhibición, Michelsen planeó algo más atrevido y hasta riesgoso: Invitar a los artistas del Turquoise Mountain a una estancia más prolongada y dejar que la exhibición crezca a partir de su exposición en la colección del museo.
En junio de 2012, 15 estudiantes y profesores del instituto viajaron a Doha. “Sabíamos que deseábamos que respondieran a nuestras obras de arte”, dice Michelsen, “pero no sabíamos exactamente qué forma tomaría esto”.
Una cosa quedó clara: Al museo no le interesaba que los artistas “reprodujeran las piezas que veían, sino que introdujeran un cambio, una dinámica nueva en ellas”, explica Deedee Dewar, quien dirigió el centro educativo de arte del MIA. El copiar tiene valor para desarrollar habilidades, pero el arte de Afganistán no sería tan variado y con tanta riqueza como lo es si nunca hubiera existido un proceso interactivo y creativo a través de los siglos.

 |
 |
Arriba: arthur clark |
Arriba: Un artesano incorpora piezas delgadas para formar hexágonos que después se unirían con pentágonos para formar las esferas de jali (arriba) que se colgaron en la Sala Árabe abovedada del Leighton House Museum como parte de la exhibición de “Feroz Koh”, complementando un mural de azulejos de Damasco. |
Para lograrlo, los artistas del Turquoise Mountain primero estudiaron de cerca y tocaron las obras maestras. Pudieron sentir el peso y el grosor de una vasija de cerámica del siglo VIII o tocar suavemente el tallado de un panel de madera de varios siglos de antigüedad. Mientras un artista examinaba la parte inferior de un cuenco de metal, otro inspeccionaba con un microscopio los pigmentos y las pinceladas de una pintura en miniatura.
“Al estar físicamente ante una obra, es posible observarla desde distintos ángulos. Podemos examinar la calidad, la textura”, dice Abdul Matin Malekzada, director del departamento de Cerámica
en Turquoise Mountain. El hecho de mirar fotografías “no se compara en absoluto”, destaca.
La colección en el MIA, dice, emitía “una especie de poder, una especie de energía. Me impactó ver piezas tan antiguas creadas de una forma tan bella. En nuestra actualidad, contamos con mejores instalaciones, pero no podemos crear piezas tan hermosas”.
Los miembros del personal del museo observaron a los artistas que, mientras que exploraban la colección, solían volver a las obras de Afganistán una y otra vez. “Esto completamente tiene sentido”, dice Michelsen. De esta forma se le ocurrió organizar la exhibición de “Feroz Koh” en torno a cuatro dinastías musulmanas que reinaron en algunas partes de Afganistán o en todo el país. Sin embargo, al principio ella y sus colegas del MIA tenían las intenciones de ayudar a los artistas a pasar de la admiración a la inspiración.
Es en este momento cuando aparece Dewar. Dewar, que habla con un marcado acento escocés, les entregó a los visitantes cuadernos de bocetos con páginas texturizadas, hojas con pan de oro o ásperas “como para que cometan errores”, comenta. Incluso hizo que formaran un orificio en una página para ver el siguiente dibujo a través de él y así tal vez generar una conexión inesperada. En otras ocasiones, se encontraban dibujando en papel de seda para “pensar en la estratificación”, explica Dewar.
También animó a los joyeros a experimentar con la madera, a los que trabajaban con cerámica a pensar en el metal y a los pintores a imaginar arcilla, “para mostrarles que existen cientos de formas de abarcar un mismo objeto”, dice. Y cuando trazaban, les pidió que registraran sus reacciones: un detalle que emocione, una forma que cautive o intrigue o una variación en la forma o composición que tal vez desearían probar.
Al principio, algunos no sabían cómo responder. Esto se debe a que, como lo describe el maestro en tallado en madera, Naser Mansori, Dewar estaba “añadiendo una nueva forma de pensar”. Pero un día, recuerda Dewar, un boceto dio lugar a otro, luego a otro y a otro: los artistas comenzaron a entender cómo germinaban y crecían las ideas durante lo que ella llama “el proceso orgánico detrás de un muy buen diseño”.
 |
 |
TINA HAGAR PARA TSFBO/TMI. |
Arriba: Storai Stanizai talla una gema (arriba) y le aplica los detalles finales a una de sus creaciones. Primero estudiaba pintura en miniatura y caligrafía, luego pasó a joyería y ahora combina los dos medios. Abajo, derecha: El maestro joyero Abdul Azim trabaja en el estudio de Kabul. |
 |
En el museo y durante viajes de estudio a sitios cerca de Doha, los artistas también estuvieron expuestos al arte moderno en sus diversas formas y aunque esto al principio parecía desconectado, al hacerlo estaban en realidad explotando una práctica de varios siglos de antigüedad. La historiadora de arte, Heather Grossman, de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, comenta que un museo es como un repositorio depósito semejante, por ejemplo, al tesoro de una corte medieval o de una mezquita, un antiguo almacén comercial, el tesoro en la tumba de un poderoso comerciante o hasta un mercado en lo largo de una ruta de comercio muy activa. Compara una experiencia en el museo con la de un pintor de la corte afgana cuando se le permitía alguna vez ir a la biblioteca de su mecenas, la de un alfarero cuyo hermano lo dejaba escabullirse en un almacén comercial o un tallador o joyero en busca de telas y metales importados en el mercado.
Los talleres de Dewar también evocan otro proceso tradicional,
como el descrito por Ludovico V. Geymonat del Instituto de Historia del Arte Max Planck en Roma, en un artículo de 2012 de la revista Medieval Encounters. Sostiene que el diseñador del siglo XIII, Wolfentbüttel Musterbuch, considerado el referente medieval por excelencia de los modelos artísticos, realmente no copiaba las estatuas que veía en sus jornadas, sino que formaba bocetos de su respuesta a ellas y así “ejercitaba la mano, la memoria y la imaginación”. Una vez que volvía a su casa, explica Grossman, el diseñador haría referencia no solo al original que le llamó la atención, sino también a las ideas que este le inspiró.

Durante su estancia en el MIA, la pintora de Turquoise Mountain, Fakhria Nezami, de 26 años de edad, siguió los pasos del diseñador. Se sentía atraída una y otra vez por un plato iraní del siglo XV con un pavo real esmaltado en color azul cobalto, donde la cola del animal se arqueaba sobre el cuerpo, emulando la curva de su esbelto cuello. El ave, más bien juguetón que resplandeciente, se veía listo para arrancar una flor de un árbol de pocas ramas. Nezami recuerda que sacó su cuaderno de bocetos y dibujó el pavo real, no como de verdad lucía sino con diferentes poses y proporciones.
De modo similar, un grupo de nubes pintado en un cuenco del mismo periodo hizo que el pintor Tamim Sahebzada y el joyero Mosawarshah Qodousi trabajaran juntos en la elaboración de un gran dije de plata en forma de nube. Resultó ser que tanto el pavo real como las nubes del cuenco eran improvisaciones persas de importaciones chinas y ahora, siglos después, era el turno de Nezami, Sahebzada y Qodousi de inspirarse en ellos.
Mientras tanto, el tallador en madera Mansori se reunió con el alfarero Malekzada. Mansori siempre había deseado intentar tallar a mano en arcilla, inspirado en los paneles de terracota tallados que vio cuando visitó la obra maestra del siglo XII, el Minarete de Jam, considerado uno de los pocos restos de la histórica Feroz Koh. Malekzada quedó impactado con la idea de formar una esfera de cerámica. Juntos, acordaron usar como musa inspiradora un collar poco común del siglo XII o XIII hecho de cuentas de oro huecas con diseños de gránulos y repujados.
 |
 |
 |
ARRIBA: Jason P. Howe/Turquoise Mountain Institute (TMI) |
Arriba: Tras finalizar el curso de tres años de caligrafía y pintura en miniatura en Turquoise Mountain, Samira Kitman fundó Muftah-e Honar (“La llave del arte”) en Kabul, para conseguir una comisión y proveer al Hotel Anjum en La Meca, Arabia Saudita, 600 obras de caligrafía e iluminación pintadas a mano. En el medio: Tamim Sahebzada, refugiado en Pakistán cuando los talibanes tomaron el control de su ciudad natal en Kabul, ahora enseña caligrafía en Turquoise Mountain. Arriba: Un estudiante de cerámica modela arcilla extraída de las montañas Hindu Kush para crear una vasija que se pondrá en venta al público. |
Las dos semanas transcurrieron rápidamente mientras que los artistas se turnaban para hacer consultas al personal del MIA y entre ellos mismos. Luego, de regreso en Kabul, comenzó de verdad su trabajo. En su taller, Malekzada experimentó con mezclas de arcilla y temperaturas de cocción. Descubrió que lo mejor era combinar 480 grados centígrados con una mezcla de arcillas de las provincias Logar y Parwan, así como de su Istalif natal, un centro de cerámica cerca de Kabul. Por su parte, Mansori se dio cuenta de que “a diferencia de la madera, una esfera es como un huevo: se rompe”. Por lo tanto, modificó sus herramientas para poder tallar diseños en la circunferencia y en la parte superior.
Al llevar a cabo estas pruebas, las mujeres y los hombres de Turquoise Mountain seguían en contacto con Michelsen. Malekzada, por ejemplo, le envió fotografías de un experimento con esmalte turquesa. “El personal del museo no quería que brillara, sino que tuviera un aspecto natural”, dice. Por lo tanto, formó otra esfera de cerámica, esta vez con un esmalte neutro sin hornear. Aunque va en contra de la tradición con la que se inició Malekzada, estuvo de acuerdo con esto porque “se trata de una obra de arte”. Además, agregó, había razones prácticas: “La esfera podía llegar a romperse durante la segunda cocción. Se veía bien. ¿Por qué arriesgarse?”
Michelsen también revisó los resultados preliminares de Nezami y eligió uno en el que Nezami invirtió la posición del plato del siglo XV y retrató el pavo real con un comportamiento majestuoso. En la pintura final, el cielo es de un dorado intenso y el cuerpo del ave lapislázuli oscuro, mientras la cola ocupa un tercio de la composición y luce como la de un lujoso vestido de la realeza.
“El museo hubiera preferido un fondo vacío”, dice Nezami, “pero agregué flores y un árbol porque era un lugar natural para el pavo real”. También pintó una montaña a la distancia con un solo árbol sin hojas, cuya sobriedad tiñó la escena con una sutil congoja. Nada podría encajar mejor con la obra del siglo XV que la inspiró.
Durante la descripción del proceso, Michelsen cuenta que los artistas “discutían algunos puntos y yo también, es el típico ir y venir de una exhibición”. Un equipo, por ejemplo, se centró en el patrón de estrellas y hexágonos entretejidos que decora la cúpula de un edificio en una miniatura safávida y decidió recrearlo en un techo tallado en madera. Cuando Michelsen vio la talla por primera vez exclamó “¡es hermosa, ya está lista!”
 |
 |
TINA HAGAR PARA TSFBO/TMI. |
Fakhria Nezami, , se encuentra entre los artistas de Turquoise Mountain que visitaron el Museo de Arte Islámico de Doha en 2012. Inspirada en el diseño de un plato iraní del siglo XV, abajo, derecha, pintó “El pavo real” para la exhibición de “Feroz Koh”. Arriba: Taqi Rezahy, de Bamiyan, muestra un medallón con un patrón de shamsa que representa el sol: Para la exhibición, se inspiró en las páginas ilustradas del Corán de Shah Sulayman Safavi del siglo XVII abajo a la derecha. |
 |
 |
Plato y libro: Leighton House Museum |
Los artistas estaban horrorizados. En Afganistán, explicaban, estos techos nunca se dejan vacíos. Los pintores debían completar los centros con flores de colores. Michelsen objetó, ellos insistieron y al final cedió. Agrega riendo: “debí haberlos escuchado desde un principio. El resultado fue esta gloriosa obra artística”.
En sus visitas a Kabul, Michelsen se encontró con otra sorpresa. Solo como la mitad de los artistas cuyas obras eligió para la exhibición habían participado en la visita a Doha. La idea en todo momento era que los que habían ido a Doha “serían como semillas” al volver, dice. En verdad, esto sucedió rápidamente ya que los artistas que fueron a Doha trabajaron en equipo con compañeros que no lo habían hecho.
Pero no siempre fue tan directo: Una estudiante de segundo año, Helai Habibi, creó una pintura de un elefante y gracias a su sensibilidad y creatividad obtuvo un puesto en la exhibición. Habibi no había ido a Doha, pero sí lo hizo uno de sus profesores, Tamim Sahebzada, y se puede ver en su obra la conexión con “Un grupo de tres camellos” de Sahebzada, que era el resultado de los experimentos durante la visita al MIA.
En la pintura, el profesor dibujó la silueta de los animales en una superficie dorada a la que le dio textura formando miles de pequeños orificios en la hoja. Pintó el camello central con una acuarela a base de lapislázuli y le dio vida a la superficie con círculos y arabescos apenas visibles. En su pintura, Habibi ubicó un solo animal en un fondo liso y, con el pincel más fino, transmitió los tonos de la piel y el sudadero con un delicado punteado, destacado cada tanto por círculos y curvas.
Michelsen trabajó junto a Habibi para identificar un objeto que se asemeje a su pintura para la exhibición y decidieron usar un brazalete gaznávido que evocaba los ornamentos visibles en el elefante. Pero en realidad, la respuesta de Habibi era hacia su profesor o más bien la respuesta que este produjo después de ver los objetos en Doha.
Una vez más, hay un precedente histórico para esto. Cuando los artistas medievales regresaban a sus casas a trabajar en su taller, después de viajar al exterior, habían cambiado, dice Grossman. Se habían expuesto al arte de otras culturas y mientras tomaban un pincel o un cincel, trabajaban bajo un “conjunto de opciones” amplio y nuevo. A medida que su trabajo cambiaba, los colegas detallistas lo notaban y, con el tiempo, sus innovaciones inspiraban a otros que comenzaban a incorporar algunas de estas formas e ideas nuevas “sin haber viajado nunca al exterior”.
 |
Bill Pottenger/TMI |
El Turquoise Mountain Institute de Arte y Arquitectura afganos (Feroz Koh), el nuevo hogar y atracción principal del arte tradicional, se encuentra en un fuerte del siglo XIX restaurado en la vieja ciudad Murad Khan de Kabul, una vez conocida por su bazaar y su arquitectura, pero muy deteriorada por tantos años de guerra. |
En la exhibición se podría haber perdonado a los visitantes por no estar del todo seguros sobre cuál era la pieza histórica y cuál la contemporánea, ya que la calidad de ambas era parecida. “Feroz Koh” demostró que sus estudiantes, profesores y egresados pueden crear no solo obras de arte tradicionales, sino también piezas únicas que combinan el respeto a la tradición con la interpretación y la creatividad.
Sin embargo, el sostén del instituto y sus egresados sigue siendo la obtención de las comisiones. Es sencillo ver por qué: Malekzada cuenta que, por ejemplo, durante el tiempo que le dedicó a su “Esfera de cerámica perforada” para la exhibición “podría haber hecho 200 cuencos y platos”.
Poco después de la exhibición de “Feroz Koh” recibieron la comisión más grande hasta la fecha, cuando el dueño del hotel Anjum en La Meca, Arabia Saudita, solicitó cerca de 6.000 piezas diferentes por unos 600.000 USD, dice Fuchsia Hart, que por los próximos seis meses supervisó el trabajo final de unos 30 artistas que produjeron paneles de cerámica, vasijas, elementos arquitectónicos tallados en madera, obras de caligrafía y pinturas. Para completar la comisión del hotel, el instituto subcontrató a la egresada de Turquoise Mountain Samira Kitman para elaborar parte del trabajo. Samira es una especialista en caligrafía cuya empresa produjo más de 600 obras originales de iluminación y caligrafía hechas a mano.
Thalia Kennedy, directora del Turquoise Mountain Institute de 2007 a 2010, ahora trabaja para MIA y cuenta que después de la visita a Doha en 2012 “la calidad del diseño creció ampliamente”, en especial la de azulejos y pinturas en miniatura. También destaca otro beneficio: “el diseño y el proceso de producción, así como aprender a responder ante un cliente (como lo fue el museo de alguna manera) aumenta la perspicacia comercial de los artesanos”. Desde entonces, el MIA continuó su relación con algunos talleres semanales en Kabul y mediante un contrato con Turquoise Mountain para que el instituto abasteciera la tienda del museo.
Tres años después del viaje a Doha, los participantes siguen hablando de los experimentos que desean llevar a cabo, las piezas que no pueden olvidar o las prácticas que han cambiado. Hoy en día, Mansori incluye ejercicios para trazar bocetos y Malekzada recreó en arcilla un plato de bronce con escrituras de estilo cúfico. Cautivado por los pavos reales que vio en los márgenes de un manuscrito, Sahebzada se pregunta cuál sería el resultado de pintarlos de forma ampliada usando una mezcla de técnicas tradicionales y contemporáneas, mientras que Nezami sigue pensando sobre “el increíble poder” del oro y su uso en una copia del Shahnameh, la epopeya nacional persa.
Cheshti, por su parte, amplió su enseñanza e incluyó estilos de caligrafía que son populares con los clientes del Medio Oriente. También se encuentra luchando con el reto de crear una copia del Corán en plata, pero no por su cuenta. Sahebzada lo ayuda a tratar la tela para que absorba la tinta, mientras obras de otros tiempos y lugares son para el calígrafo semillas de inspiración e innovación.
Este espíritu resuena más allá de las paredes de Turquoise Mountain, ya que sus egresados incorporan esta nueva conexión con el legado histórico en sus obras. Se trata de un lazo representado por el admirado pintor de miniaturas del siglo XV oriundo de Herat, Kamaleddin Behzad, cuyas habilidades imponentes demostraban el dominio de las técnicas de sus antepasados así como su gran originalidad. Fue esta combinación, para él en ese entonces y para los estudiantes de Feroz Koh de la actualidad, la que dotó de vida y energía duraderas al arte de uno de los países con más riqueza cultural del mundo.
El autor agradece sinceramente a Zabihullah Noori de Turquoise Mountain por brindarle su inestimable ayuda como intérprete.