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Volumen 63, NĂºmero 6noviembre/diciembre 2012

In This Issue


NEW YORK PUBLIC LIbRARY
Little Syria se encuentra a tres cuadras al sur del Washington Market, el mercado de alimentos mayorista más grande de la ciudad, representado en esta ilustración de 1916 de la revista Harper's.

EN LA ISLA MANHATTAN DE NUEVA YORK —un nombre indio americano que significa "muchas colinas”—en Lower Washington Street— denominado así por el primer presidente de los EE. UU. —una vez vivió gente con nombres árabes como Sakakini, Khoury y Hawawiny. La gran mayoría eran inmigrantes cristianos de las tierras conocidas actualmente como Líbano y Siria. Comenzaron a llegar en la década de 1870 de la entonces provincia otomana de Siria; la mayoría dejando atrás sus pueblos de origen establecidos en montañas mucho más altas que el terreno no tan accidentado de Manhattan.


os emigrantes trajeron con ellos sus comidas, vestimenta y tradiciones—entre ellas, la venta ambulante—. Su vecindario se hizo conocido como Little Syria, y durante unos 75 años, hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial, fue el punto donde—a la vista de la Estatua de la Libertad— muchos inmigrantes árabes llegaron a los Estados Unidos.

Como la propia América, Washington Street cambió a lo largo del tiempo. Al final de la década del 40, la construcción del túnel Brooklyn-Battery arrasó con las calles hacia el sur, dispersó lo que quedaba de una población árabe menguante y cerró los dos últimos restaurantes árabes del vecindario, The Nile y The Sheikh. Como Lower Manhattan se convirtió en un lugar de edificios con ascensores y oficinas de altas finanzas, los pequeños comercios y almacenes cerraron. Las casas de vecindad fueron derribadas. Se construyó un edificio de estacionamiento, el agravio más hiriente para una comunidad que en algún momento vivió de la venta ambulante.

RANSOM CENTER, UNIVERSIDAD DE TEXAS (DETALLE DE CORTESÍA DEL MUSEO
NACIONAL ÁRABE AMERICANO)
Luego vino la destrucción del World Trade Center, el 11 de septiembre de 2001, unas pocas cuadras hacia al norte.

Actualmente, hay una concientización recién descubierta de la función que cumplió el vecindario en la historia árabe americana. Los descendientes de los inmigrantes cuyo origen le dio nombre a la zona hicieron comprender el peligro de lo que significa perder lo que queda de la arquitectura original. Un conferencia en Little Syria, en el Museo de la Ciudad de Nueva York en 2002 dio como resultado la publicación del libro A Community of Many Worlds: Arab Americans in New York City (Una comunidad de muchos mundos: árabe-americanos en la ciudad de Nueva York). El museo Nacional Árabe Americano en Dearborn, Michigan, está planificando su propia muestra en Little Syria. Además, como el símbolo más literal del redescubrimiento histórico, la piedra angular de la iglesia maronita St. Joseph—que comenzó a servir a la comunidad en la década de los 1890— se encontró entre los escombros del World Trade Center.

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Biblioteca del Congreso
Arriba: Desde Liberty Street, al sur de Battery Place, Washington Street ofreció a los inmigrantes árabes alojamiento simple y, en este restaurante, arriba, el sabor del hogar.

El impulso inicial para la primera ola de inmigrantes árabes a Nueva York fue la Exposición Estadounidense del Centenario de 1876, realizada en Filadelfia. Esto atrajo a varios delegados árabes quienes volvieron a su tierra exaltando las nuevas oportunidades en los EE. UU. En 1890, la Oficina de Inmigración contrató a Najib Arbeely para ayudar a conducir a los compatriotas libaneses desde los centros de admisión de inmigrantes, Castle Garden de Nueva York y luego Ellis Island. Como Abraham Rihbany concisamente colocó en A Far Journey (Un viaje lejano), una autobiografía de su llegada en 1891, "Llegamos a Battery Place [el extremo sur de Manhattan], exploramos el lugar para nuestros contenedores y avanzamos hacia un lugar para alojarnos en Washington Street".

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Biblioteca del Congreso
A principio de 1900, los vendedores ambulantes de alimentos en Nueva York podían duplicar el ingreso de los obreros industriales.

El área atravesó un flujo dinámico de personas durante estos años. De ser un lugar de residencia y negocios para inmigrantes de todas las clases sociales, esta área lentamente se organizó como el punto de concentración de comercios de aquellos que vendían mercaderías en forma ambulante a los compatriotas menos solventes, quienes alquilaban habitaciones en las abarrotadas casas de vecindad entre viajes de larga distancia que llegaban hasta los campos mineros del oeste americano. Como escribió Philip Hitti, el eminente historiador libanés-americano, en su primer libro, The Syrians in America (Los sirios en América) (1924), "El comercio lleva al hombre lejos".

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Cortesía de Carl Antoun (3)
Desde la parte superior: Entre los que encontraron su lugar en Little Syria y sus alrededores habían sastres, comerciantes de productos de confección e incluso animadores.

Cuando se finalizó la construcción del Puente de Brooklyn en 1883 y del túnel subterráneo del río Este en 1910, los barrios periféricos más salubres pasaron a ser accesibles y aquellos que pudieron, trasladaron a sus familias desde Manhattan y dejaron atrás la venta ambulante. Alrededor de 1935, se describió a la Atlantic Avenue de Brooklyn como "la nueva Washington Street".

No se conoce exactamente el número de árabes que vive en Washington Street, en parte porque cuando llegaron se los registró como "sirios", pero en censos posteriores fueron identificados como "turcos". En 1890, se calculó que eran 300 familias. En 1904, un diario calculó un total de 1300 personas. El número total de inmigrantes árabes admitido en los Estados Unidos entre 1899 y 1907 fue de 41.401, y en los tres años siguientes llegaron 15.000 más. Sin embargo, pocos de los últimos que llegaron se quedaron en Little Syria.

Uno de los que no se quedó fue Salom Rizk. Al llegar de la tranquila aldea siria de Ain Arab en 1925, le dio una mirada a la ciudad y compró un boleto en el primer tren a la ciudad de Sioux, Iowa. "Nueva York era apabullante", escribió, "una mezcla increíble de celeridad e inmensidad—millones de personas, autos, edificios, ventanas, luces, ruidos— una gran masa de vaguedad que nadaba y giraba en mis ojos".

Pero los que se quedaron hicieron famosa a Little Syria. Un escritor del New York Times la visitó en 1899 y se maravilló de la cantidad de productos del mercado ambulante, como también de la tienda de Abrahim Sahadi, fundada allí en 1895. Invocando la metáfora de la cueva de Aladino, el reportero fue intimidado por las espadas y lámparas que colgaban del techo, los brazaletes de vidrio de muchos colores y los narguiles con sus "accesorios", pero decepcionado de no encontrar "ojos lánguidos ni feces rojos".

Actualmente a Sahadi & Co. le está yendo muy bien en Atlantic Avenue en Brooklyn, después de que un sobrino se desvinculó y abrió un nueva tienda allí hace 60 años, la que siguió las costumbres árabes. El propietario actual Charlie Sahadi recuerda la gran tienda original del tío Abrahim que se mantuvo en Washington Street hasta 1967. "En el mostrador minorista se vendían frutos secos a diferentes clientes desde los comienzos", dice, "incluso seguían haciendo sus propias barras de halva y sésamo y pasta de albaricoque".

Los negocios se convirtieron en un asunto familiar prolongado. El padre de Charlie, Wade, que llegó de Zahle, Líbano, en 1919, se convirtió en el vendedor viajero de Abrahim que iba en tren a la Región Central de los Estados Unidos para tomar pedidos al por mayor. Los tíos en el Líbano le proporcionaban las especias y los granos que no se encontraban en ningún otro lugar, como también las bandejas de latón, cafeteras, morteros y manos de mortero que los cocineros árabes insistían en que hacían que toda la comida tenga mejor sabor.

Cortesía de Carl Antoun
La prensa por lo general describía a Little Syria como el escenario de inmigrantes "exóticos" de la ciudad.

La familia Arbeely fundó el primer diario árabe de Nueva York Kawkab Amrika (Estrella de América), seguido por otro denominado Al-Hoda (Guía), ambos impresos en Washington Street. Marian Sahadi Ciaccia (quien no tiene relación con la familia de la tienda con el mismo nombre), cuyo padre vino del pueblo de Jeita y cuya madre vino del Líbano a través de las Indias Occidentales, recuerda cuando era adolescente y entregaba Al-Hoda a los suscriptores. "Me mantenía ocupada después del colegio y conseguía una moneda de cinco centavos por cada entrega", cuenta. "No podía leer árabe, pero sí lo hablaba con mi padre. Era como nuestro idioma privado porque mamá no lo hablaba muy bien".

Los que no podían leer árabe podían estar actualizados con las noticias locales en idioma inglés del Syrian Word. Su primera publicación, en 1926, incluyó un trabajo realizado por un gran poeta nacido en el Líbano, Kahlil Gibran, que inducía a la asimilación cultural. Sin embargo, es posibles que las citas que hizo Gibran de autores tan exclusivos como Ralph Waldo Emerson y Henry James en su "Mensaje a los jóvenes estadounidenses de origen sirio" no hayan sido interpretadas por sus lectores.

Berenice Abbott / Proyecto Artístico Federal / Biblioteca Pública de Nueva York
La solitaria casa de vecindad de seis pisos de la 37 Washington Street con la ropa húmeda tendida en cuerdas en el exterior de la misma parecía más pequeña por los edificios comerciales que, a mediados de los años '30, fueron transformando Little Syria.

A medida que los inmigrantes árabes lograban salir adelante en Estados Unidos, tenían que enfrentar vallas culturales. El reformista social, Jacob Riis, cayó en la trampa de catalogar a los menos favorecidos en su libro How the Other Half Lives (Como vive la otra mitad), en 1980, sobre la vida de las casas de vecindad en Nueva York. El capítulo sobre niños sin hogar tiene como título la frase "street arab" (árabe callejero), actualmente considerado un insulto racista.

Alixa Naff, sirio-americana, fundadora de un archivo de historia árabe-americana en el Instituto Smithsonian y autora de Becoming American: The Early Arab Immigrant Experience, 1880–1950 (Convertirse en Estadounidense: La experiencia inicial de la inmigración árabe), calcula que un vendedor ambulante en 1900 habría ganado $1000 (dólares estadounidenses) al año, mientras que un obrero industrial habría ganado apenas la mitad de eso. Pero no era un trabajo fácil. Ameen Rihani, quien vino a Little Syria en 1888, a los 12 años de edad, escribió acerca de las ventajas del trabajo ambulante en su novela autobiográfica, The Book of Khalid (El libro de Khalid), apuntando que, "Nosotros viajamos y ganamos dinero; nuestros compatriotas, los comerciantes se corroen en los sótanos y lo pierden".

Khalil Sakakini llegó a Nueva York en 1908 y escribió en su autobiografía que tuvo que desplazarse a máxima velocidad sólo para permanecer en el lugar: "Los estadounidenses caminan rápido, hablan rápido y comen rápido... Una persona incluso podría irse del restaurante con un bocado todavía en su boca".

Pero el ritmo de la vida en Washington Street no era todo a paso ligero. El restaurante de un señor llamado Arta—quien no hablaba inglés, descrito por el Times como “el señor que usaba fez, aunque las demás prendas eran todas completamente americanas"— se convertía en un café durante el horario nocturno, con aire lleno de repiqueteos de fichas de dominó que se jugaba sobre la mesa, bocanadas de humo de pipas, aroma a kibbe, laban y platos con berenjena—“sabrosos y delicados, ni franceses ni alemanes”— que se vendían por 10 centavos cada uno.

Ese fue el entorno para "Anna Ascends", una obra de teatro de Broadway de 1919, que luego se convirtió en una película muda dirigida por Víctor Fleming, más conocido como el director de "Lo que el viento se llevó" y "El Mago de Oz". El argumento giraba alrededor de Anna, una niña siria que trabajaba en un café, el que ella desconocía que era la fachada de un grupo de ladrones. Al final, ella consigue un marido norteamericano y felizmente se incorpora a la cultura estadounidense. El acto 1er comienza con Anna ocupada arreglando coronas de dientes de ajo y latas de aceite de oliva, indicadores inconfundibles de una inmigrante de Medio Oriente.

Cerca del lugar donde el personaje ficticio de Anna habría servido café se encontraba la Iglesia Maronita St. Joseph, establecida en 1891, la parroquia natal de muchos de los cristianos sirios del vecindario. Un anuncio de casamiento en Times de 1897 describe la boda de Miriam Azar, de Jaffa, Palestina, con Touma Elia. Con vivo interés por la fascinación orientalista, el artículo cuenta sobre la novia que estaba oculta por un "velo de encaje extraño", mientras un bebé lloraba a gritos en la iglesia, "presuntamente en árabe puro".

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Servicio de Fotografías Somach / Archivo especial de puentes y túneles de MTA
John D. Morrell / Brooklyn Historical Society
En la década de 1940, la construcción del túnel Brooklyn-Battery, parte superior, arrasó con la parte inferior de Little Syria y además aceleró la migración hacia Atlantic Avenue en Brooklyn, arriba, la que a la fecha continúa siendo el centro de la comunidad árabe-americana de Nueva York.

Cuando los árabes dejaron el vecindario, St. Joseph también se vació; se vendió y se demolió en 1984. La mayor parte de la mampostería fue destinada a rellenar nuevos centros de construcción cerca del World Trade Center. El obispo Stephen Hector Doueihi recuerda el día que recibió una llamada, en Octubre de 2002, cuando presidía como obispo en la catedral maronita Our Lady of Lebanon (Nuestra Señora del Líbano) en Brooklyn Heights. Una piedra angular rota con tres palabras en su inscripción que indicaban su origen maronita había sido desenterrada por una excavadora que limpiaba la Zona Cero. ¿La catedral del obispo se preocuparía por darla a conocer?

"Para nosotros fue una gran sorpresa y un gran honor", recuerda el obispo. "Sabíamos que una vez habíamos tenido un iglesia modesta cerca del World Trade Center, pero que había sido demolida hacía mucho tiempo. Y luego, de repente, escuchamos que su piedra angular latina, que ya había sido trasladada varias veces cuando St. Joseph fue reubicada con el paso de los años, había sido encontrada... Verdaderamente era como los padres de muchos de nuestros propios parroquianos—viajaba constantemente de un lugar a otro".

Un desenlace más feliz ocurrió cerca de la última dirección de St. Joseph, en 137 Cedar Street. La parroquia católica siria St. George, creada en 1889, construyó un iglesia neogótica en la 103 Washington Street en 1925, que se extendió sobre un edificio que había sido una hostería, un restaurante árabe, una oficina de préstamos para inmigrantes recientes y una fábrica de ropa, H&J Homs—un apellido proveniente de Homs, Siria. Harvey Harris Cassab, un educado arquitecto de Beirut, diseñó una nueva fachada terracota. Después de una revisión de seis años, en 2009, la Comisión de monumentos históricos de Nueva York le otorgó a la construcción de la iglesia, que actualmente tiene un uso diferente, el estado de protección total.

Carl Antoun es el descendiente de 20 años de Tanios Sadallah, quien vino a Estados Unidos desde el pueblo de Baskinta en 1891 y rápidamente volvió a buscar a su familia para asentarse en Little Syria y abrir un negocio de importación de sedas. "Crecí en el barrio de Queens y no conocí nada del lado libanés de los comienzos de mi familia", dice Antoun mientras conduce un recorrido a pie por Washington Street. "Cuando encontré los antiguos registros comerciales, escritos en árabe, en la casa de mi abuela, quise aprender más, y eso fue lo que me condujo aquí".

No hay mucho de la arquitectura original de Little Syria que Antoun pueda puntualizar. Un hotel nuevo se está construyendo en un lado de St. George; en el otro lado, una casa comunitaria construida por una sociedad benevolente en 1925 y un edificio de casas de vecindad más antiguo corren riesgo de ser derribados. La organización de Antoun, Save Washington Street, está presionando para preservar la casa comunitaria, que funcionaba como una escuela educativa para adultos y una clínica para nuevos inmigrantes. Su arquitectura exterior, una amalgama de estilos estadounidenses llamado Renacimiento Colonial, simbolizaba la asimilación cultural que continuaba adentro con sus clases de idioma inglés y ciudadanía.

El periodista Konrad Bercovici describió la vida en Little Syria a principios de 1920 en su libro Around the World in New York (Alrededor del mundo en Nueva York), un estudio de todas las comunidades inmigrantes de la ciudad. "Un descendiente en un barrio sirio es como un viaje de ensueños", escribió. Allí, todo parecía exótico para Bercovici, un inmigrante proveniente de Rumania—las cafeterías, los comercios de joyas, los comerciantes de alfombras e incluso las raíces y frutos secos en venta "de todas las clases que crecen quien sabe dónde y se ponen sin saber cuál es su uso".

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David W. Dunlap / The New York Times / Redux
Hoy en día, los edificios en la 103, 105-107 y 109 Washington Street son todo lo que queda de Little Syria. Carl Antoun, cuyo tatarabuelo se asentó aquí en 1891, fundó Save Washington Street para ayudar a protegerlos.
David W. Dunlap / The New York Times / Redux

De los edificios de casas de vecindad abarrotadas del vecindario, escribió que habían sido los hogares prósperos de "buenos burgueses holandeses de hace cien años". Para los sirios, el sugirió que fueron solo "una tienda temporal". Como es habitual de los forasteros que miran, él confunde la religión. Allí, todo le hacía recordar a la "Moda musulmana"—los asientos en el piso, los códigos de vestimenta, incluso el servicio de oración cristiana en la iglesia St. Joseph’s Maronite Church.

Lucius Hopkins Miller, un profesor de religión en la Universidad de Princeton, quien había enseñado en el Levante Mediterráneo durante tres años, proporcionó la única encuesta objetiva de Little Syria. De las 454 familias en 1904, contó solamente una hogar musulmán, que consistía de dos individuos. Descubrió que hombres y mujeres se comprometían casi por igual con el trabajo ambulante, como en los trabajos industriales, mientras que el número de hombres que trabajaban detrás de los mostradores en los comercios superaba al de las mujeres y el número de mujeres que cosían en sus hogares superaba ampliamente al de los hombres.

Como resultado de su fluidez con el árabe y su familiaridad con las comunidades de origen de los emigrados, Miller logró obtener una visión única desde la parte interna. Mientras que el reformista social, Jacob Riis, menospreció el estado de sus hogares, Miller acordó con el inspector de vivienda municipal en que los árabes mantenían estándares de higiene superiores a los de otros grupos étnicos. Sin embargo, Miller, tampoco quedó completamente exento de prejuicios. Dijo que el trabajo de los vendedores ambulantes "alentaba la extralimitación y el engaño"; sentía que era preferible trabajar en las fábricas turcas de cigarrillos del vecindario o en las fábricas que hacían espejos, tirantes o batas para mujeres.

Bercovici quizás tuvo un estilo sobrecargado cuando describió "kavas [cafeterías] y bazares y salones de danzas árabes, zarafs [oficinas de préstamos] y sus propios diarios árabes de Little Syria..." y rotuló a sus residentes como "gente de una semilla diferente, de una civilización más antigua que ha sido siempre reacia a lo nuevo, destilando un determinado pigmento en el gris opaco de nuestras vidas modernas".

Incluso hoy en día, a la sombra del World Trade Center recientemente construido, el vecindario todavía le habla claramente a aquellos que tienen tiempo para escuchar. Dice Carl Antoun, el tataranieto de uno de sus primeros residentes, "Este lugar es como una lección de historia para mí. Todavía hay mucho por aprender aquí".

Cortesía de Carl Antoun

Aunque el escritor árabe más conocido en Norteamérica es Kahlil Gibran, cuyo libro The Prophet (El profeta), 1923, se tradujo a unos 40 idiomas con alrededor de 100 millones de copias impresas, el autor de la primera novela árabe publicada en los EE. UU. fue su compatriota Ameen Rihani (1876–1940), cuyo libro The Book of Khalid (El libro de Khalid) celebró su centenario en 2011.

Y mientras el primero es considerado un libro "fácil de leer", un poco trivial y romántico, el trabajo de Rihani es completamente diferente—tan difícil que la novela rápidamente se agotó y solo recientemente se ha vuelto a publicar. Su argumento compacto como una saga orientalista a la inversa se sitúa parte en Norteamérica y parte en Medio Oriente, su vocabulario victoriano hace recordar a Travels in Arabia Deserta (Viajes por Arabia Desierta) de Charles Doughty y Eothen de William Kinglake y sus rápidas referencias a modelos picarescos como Don Quixote (Don Quijote) y Candide (Cándido) de Voltaire, todo hace que el libro The Book of Khalid sea un desafío para el lector moderno. Pero ofrece una buena recompensa—y solamente en parte ya que fue ilustrado por el querido amigo de Rihani, Gibran.

El poeta e historiador literario Gregory Orfalea llama al libro "exagerado, que utiliza palabras que ofuscan de la manera que alguien podría hacerlo, alguien que saca descuidadamente de una diccionario de sinónimos". Sin embargo, admira completamente su intento por contener el mundo dentro de sus tapas, como lo intentó Walt Whitman en Leaves of Grass (Hojas de hierba) y elogia "la inteligencia satírica que celebra y reprocha la esperanza descabellada del inmigrante, con buenos resultados".

Rihani vino a Norteamérica cuando era niño, en 1888, y trabajó durante cuatro años en la tienda de provisiones ambulante de su padre en Washington Street. Atraído por las vistas y sonidos de Nueva York, expuesto a vendedores de libros y actores y deseoso de recibir una educación formal, ingresó a la escuela de leyes, pero pronto se enfermó y volvió al Líbano para recuperarse. Cuando regresó, estaba preparado para publicar sus artículos y sus traducciones de los poemas por el filósofo del siglo X, Abu al-Ala al-Marri en el diario de Nueva York Al-Hoda, que introdujo la impresión con linotipia al periodismo árabe a nivel mundial.

Durante su segundo y prolongado viaje de regreso a su pueblo ancestral montañoso, Freike, Rihani comenzó a escribir el libro The Book of Khalid, en inglés. Se basó tanto en su experiencia como hombre joven influenciable en Nueva York como en los principios de confianza en sí mismo, pensamiento racional y logro superior disponible para un hombre que se maneja solo. De hecho, es una descripción acertada de Rihani como adulto, ya que su carrera posterior como diplomático para el país emergente de Arabia Saudita, como escritor viajero de libros en inglés y árabe y como hombre multicultural de letras en París y Nueva York lo avalan.

Una erudita de la literatura árabe-americana, la difunta Evelyn Shakir, ha escrito que, Rihani y sus compatriotas, para ser aceptados en los círculos intelectuales de Nueva York primero tuvieron que "vestirse cuidadosamente para su encuentro con el público estadounidense, poniéndose el disfraz de profeta, predicador y hombre de letras". El objetivo: convertirse en "un vocero oriental", que pudiera citar legítimamente los clichés orientalistas de la mística del Este, erudito exótico y habitante del desierto, como dice un personaje del libro The Book of Khalid.

Cortesía de Carl Antoun

El argumento del libro, una especie de "búsqueda de la visión" llevada a cabo por Khalid cuando se hace hombre, cambia de Nueva York al Líbano y de Damasco finalmente al desierto egipcio, donde Khalid misteriosamente desaparece de la faz de la tierra. The Book of Khalid está estructurado como un "manuscrito encontrado", algo así como Don Quixote (Don Quijote), el cual Cervantes alegó con gracia que había sido copiado, traducido y editado de un texto por su autor original árabe Cide Hamete Benengeli. Mejor todavía, Rihani alegó dos fuentes para su libro—la autobiografía árabe de Khalid y una biografía francesa escrita por Shakib secuaz de Khalid.

Wa’il Hassan, profesor de literatura comparada en la University of Illinois, ve en The Book of Khalid varias de las mismas ambigüedades y mensajes ocultos que el difunto Edward Said sacó cuidadosamente de muchos textos orientalistas clásicos—pero provenientes del bolígrafo de un árabe. Hassan destaca la mención casi cómica de nombres famosos de ancestros de la literatura árabe que hace Riahni, su juego de palabras del árabe al inglés y el uso de vocabulario árabe no traducido. La llama más un "novela inglesa arabizada" que una novela árabe americana.

Como un inmigrante con el alma hambrienta en Nueva York, Khalid cae bajo el encanto de un visionario vendedor de libros usados llamado Jerry, como en el Profeta Jeremías, pero también recuerda que debe llenar su estómago con mojadderah (un plato libanés de lentejas y cereales)—una palabra que proviene de la misma raíz que "smallpox" (viruela). Rihani juega con el sentido en inglés del homófono de "sham", el nombre árabe para Syria. Como señala Hassan, Rihani estaba escribiendo para un lector que podía manejarse bien y de la misma manera en ambos idiomas y culturas—en otras palabras, alguien como él.

Todd fine, director ejecutivo del Project Khalid, una iniciativa internacional para conmemorar la novela de Rihani, ha hecho todo lo posible para que la novela vuelva a ser objeto de la opinión pública. En honor al centenario, organizó seminarios en la Biblioteca del Congreso, la Biblioteca Pública de Nueva York y el Museo Nacional Árabe Americano. Organizó que se distribuya una nueva impresión por Random House y ayudó a dos miembros del congreso árabe-americanos a que presenten una resolución honrando al autor.

Fine reconoce la ironía de su actual pasión si se la compara con su pasado. Aunque fue un ex asistente del difunto Samuel Huntington, autor de The Clash of Civilizations (El conflicto de las civilizaciones) y teórico del determinismo cultural, ahora apoya la importancia de un autor árabe que se opone a todo esto. "Para mí, Rihani representa todo lo que puede funcionar bien cuando se unen las culturas", dice.

Este diálogo de Este a Oeste que Riahni llevó a cabo en la ficción fue nada menos que un intento en la síntesis de civilizaciones. Como señala el narrador del libro The Book of Khalid, “Lo que los árabes siempre dijeron de Andalucía, Khalid y Shakib lo dijeron una vez de Norteamérica: el país más hermoso con una única voz—lo que hace que los extranjeros se olviden de su tierra natal".

¿Tuvo éxito Rihani? Cien años más tarde, la gente todavía se hace esa pregunta.

Reconocimientos
Los editores agradecen a Elizabeth Barrett-Sullivan, Todd Fine y Carl Antoun por su generosa colaboración.

Graham Chandler

Louis Werner ([email protected]) es un escritor y cineasta en Nueva York.

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--Los editores


 

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