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Volumen 64, NĂºmero 2marzo/abril 2013

In This Issue

Dominada por la lazurita (del persa "azul cielo") y moteada con intrusiones de calcita, sodalita y pirita brillante, una esfera de lapislázuli de 11 centímetros de diámetro, creada por el artesano Arshad Khan, adopta una apariencia similar a la de un planeta orbitando en la Colección Searight.

l lapidario o cortador de gemas se inclina sobre una rechinante rueda de piedra, mientras afeita de manera metódica trozos azules de una piedra de lapislázuli para tallar un corazón en miniatura. Quizás la pieza se convierta en el eslabón de un collar, o quizás parte de un colgante, o tal vez de un par de aretes. Va a depender de la inspiración del lapidario: Khalil Mogbil es, antes que nada, un artista, y segundo, un joyero.

"Este es mi rincón creativo", él afirma, mientras detiene la rueda y hace grandes gestos en su pequeño taller de Idar-Oberstein, en la región oeste de Renania, en Alemania occidental, la cual también es la capital europea de las joyas. "¿No es un desastre?", dice riendo.

Justamente lo es: Hay baldes plásticos poco profundos con piedras ásperas repartidos por todo el piso, y las piedras a medio cortar cubren las mesas que están junto a las sierras motorizadas. Algunas esculturas se balancean en unos estantes. Todo está cubierto por polvo de piedra. Pisando con cautela sobre lo que parece ser un gran florero —en realidad es una máquina cernedora que sirve para alisar piedras en bruto—, el artesano, de 55 años de edad , saca un trozo cuadrado de lapislázuli sin pulir de una pila de piedras.

ChrISTIAn LArrIEU / brIDgEmAn ArT LIbrAry (Biblioteca de Arte Bridgeman)
CAIro mUSEUm (Museo de El Cairo) / bIbLELAnDPICTUrES.Com / ALAmy
Arriba: El lapislázuli era muy apreciado en Egipto, donde fue incrustado en las alas del amuleto con forma de ave que se muestra arriba en una escala equivalente a aproximadamente tres veces su tamaño original. En la parte superior: En el 2600 a.C., los artesanos sumerios cortaron el lapislázuli traído a través de las rutas comerciales de lo que hoy es Afganistán para fabricar el fondo y el borde decorativo del Estandarte de Ur, cuyas figuras incrustadas fueron talladas de concha.

"Ese es mi sello: la piedra en bruto, en la cual aún puedes ver su textura", explica. "No me gustan las piedras pulidas, además que cuesta mucho trabajo hacerlas", dice sonriendo. Puesto que sus collares se venden por sobre los €1000 ($1350), está claro que su estilo de piedras sin pulir es preferido por unos cuantos.

Mogbil es un ex refugiado de la Afganistán ocupada por los soviéticos, que aprendió el oficio en Idar-Oberstein del padre y el hermano de su esposa afgana. Lejos de la tierra que lo vio nacer, Mogbil está perpetuando una de los oficios tradicionales más antiguos de la humanidad: los talladores de piedras llevan más de siete milenios trabajando el lapislázuli. Se han descubierto adornos de lapislázuli que datan aproximadamente del 5000 a.C. en tumbas del periodo neolítico de Mehrgarh, situada en la provincia de Baluchistán, en el sur de Pakistán. En Naqada (Egipto), alrededor del 3300 a.C., se desenterró un colgante ovalado tallado.

En el fondo con incrustaciones de lapislázuli de una magnífica caja conocida como el Estandarte de Ur, que era parte de un tesoro hallado en Mesopotamia en el 2500 a.C., aparecen reyes sumerios, invitados a banquetes y músicos. En la literatura, en el Poema de Gilgamesh de Sumeria se habla de un carro de oro y lapislázuli.

Algunas de las joyas mejor talladas de la tumba de Tutankamón están adornadas con escarabajos hechos de lapislázuli. Cleopatra usaba sombra de ojos hecha con lapislázuli en polvo. El historiador romano del siglo I, Plinio el Viejo, describió esta piedra preciosa, con sus manchas de pirita de hierro ("oro de los tontos"), como "un fragmento de la bóveda estrellada del cielo".

No era el único que compartía esta metáfora. El lapislázuli ha realzado el arte religioso desde las cuevas budistas del siglo III hasta los íconos ortodoxos rusos del siglo XIV, las iglesias bizantinas y católicas romanas, y los manuscritos musulmanes. Los califas, los escritores y las damas de la corte usaban túnicas de color lapislázuli, según indican algunos manuscritos del siglo XIII provenientes de Bagdad y Mosul. El lapislázuli ilumina los cielos pintados de las iglesias desde Estambul y Venecia hasta Bulgaria, Macedonia y Cataluña.

Los maestros del Renacimiento como Giovanni Bellini, Tiziano y Albrecht Dürer, insistían en que sus clientes les suministraran costosos pigmentos de lapislázuli para producir el azul profundo que se consideraba adecuado para el fondo de las imágenes de la virgen María, los santos, los seres celestiales y los papas. Una de las principales razones de la restauración de La Virgen y el Niño con Santa Ana de Leonardo da Vinci, realizada el año pasado en el Louvre, fue para recuperar el brillo original del traje de María, teñido con lapislázuli.

La piedra azul también vincula a los artesanos de Florencia con los emperadores mogoles de la India. En el siglo XVI, varios artesanos italianos que habían sido capacitados en talleres organizados por un duque de la familia de los Médici para producir incrustaciones de pietra dura ("piedra dura"), elaboraron placas de lapislázuli y otras piedras preciosas para el trono del pavo real de Shah Jahan y para la tumba de la reina Mumtaz, el Taj Mahal.

En muchos lugares y épocas, era común que los gobernantes y los individuos acaudalados fueran enterrados con objetos de lapislázuli a modo de ofrenda para las deidades de la otra vida. El lapislázuli también era apreciado por sus poderes curativos: El mismo Mogbil usa uno de sus propios collares de piedras cuadradas sin pulir alrededor del cuello, y asegura que este lo ayuda a bajar la presión arterial. Con un color similar al tono de un cielo de azul cerúleo idealizado, al lapislázuli se lo ha considerado casi universalmente como la última piedra celestial, que es extraída de la oscura tierra para crear inspiraciones trascendentales.

Hemis / Alamy
Dick Doughty / Sawdia
Arriba: El uso del lapislázuli data del siglo IV d.C., pero ya había sido usado unos 1700 años antes en las máscaras funerarias y en muchos de los otros tesoros de Tutankamón. En la parte superior: Para los grandes pintores europeos, los miniaturistas mogoles y los ilustradores de manuscritos, el pigmento hecho a partir de lapislázuli era un ingrediente importante.

Por increíble que parezca, casi todo el lapislázuli del mundo proviene de un solo lugar: las montañas de vetas azules que rodean al valle del río Kokcha en la provincia nororiental de Badajshán (Afganistán). Desde la antigüedad, y a lo largo de toda la época de las rutas de la seda transasiáticas, solo era posible acceder a las minas de lapislázuli en caravanas de camellos, burros y mulas. Incluso en la actualidad, la piedra preciosa sigue siendo transportada fuera del valle en manadas de mulas y potros, luego en camiones hasta Kabul, Peshawar y Karachi, o por tierra hasta China. (Se extraen pequeñas cantidades de lapislázuli en Siberia, Chile y Zambia, pero la calidad de esta suele ser inferior).

Formado durante la misma irrupción tectónica que alzó las montañas del Hindu Kush, el lapislázuli es un mineral compuesto, dominado por la lazurita y manchado por pequeñas cantidades de calcita, sodalita y pirita. Lapis es el vocablo en latín que se refiere a 'piedra', y lázuli proviene de lazhuward o lajuvard, término persa que se refiere a 'cielo azul' o 'azul celeste'.

Clasificado como una piedra semipreciosa, el lapislázuli es considerablemente menos valioso que algunas piedras preciosas tales como los diamantes, las esmeraldas, los zafiros o los rubíes. El lapislázuli de baja calidad en bruto se llega a vender por apenas $5 el kilogramo; pero los más puros, que tienen un color azul medio y uniforme —ni muy oscuro ni muy claro y sin manchas de pirita— pueden venderse por hasta €10.000 el kilo, según señala Thomas Mohr, un comerciante de joyas de Idar-Oberstein. A Mohr, cuya familia lleva trabajando en el negocio por tres generaciones, de vez en cuando le piden incrustar lapislázuli de la más alta calidad en artículos de fantasía intrincados, únicos en su tipo, los cuales vende en decenas de miles de dólares.

SmIThSonIAn InSTITUTIon (Instituto Smithsoniano)/
nATIonAL mUSEUm (Museo Nacional), rIyADh
Esta figurilla cubierta con una capa simple, hallada en la isla de Tarut en el este de Arabia Saudita, fue tallada en lapislázuli alrededor del tercer milenio a.C.

La clara piedra azul es tan apreciada por algunos que en Hong Kong hay comerciantes que tiñen artificialmente el lapislázuli de baja calidad para ocultar las impurezas de arcilla y calcita blanca. Otros compradores, por supuesto, prefieren las vetas de calcita ya que estas dan la impresión de que fueran nubes o espuma de mar, mientras que los puntos de pirita brillante crean contrastes azules y dorados que resultan fascinantes a la vista.

El descubrimiento de lapislázuli en excavaciones arqueológicas lejanas a los lugares de extracción de la piedra ha abierto nuevas líneas de investigación sobre las primeras rutas de comercio. Por ejemplo, en la isla de Tarut frente a la costa de la provincia oriental de Arabia Saudita, se encontró una pequeña figura de lapislázuli de un hombre envuelto con una capa, que medía cinco centímetros de altura . (Actualmente se encuentra depositada en el Museo Nacional de Riyadh). Posiblemente fue tallada allí o, más probablemente, al otro lado del mar en Jiroft (Irán), durante el tercer milenio a.C. Según relatan los historiadores Stephen Gosch y Peter Stearns en su libro del año 2007 Premodern Travel in World History (Viaje premoderno por la historia del mundo), ya en el 2400 a.C. el lapislázuli era transportado desde algunos puertos de Lothal, en el estado de Gujarat (India), a través del mar Arábigo, con destino a Omán, Baréin y Mesopotamia.

a sea que fuera transportado en caravanas por las rutas de la seda de Egipto, Mesopotamia o Europa; en barco hacia Constantinopla, Venecia y Génova; o actualmente en avión desde Kabul hasta Idar-Oberstein para abastecer a Mogbil, Mohr y a los demás comerciantes de piedras preciosas, la geografía del comercio del lapislázuli es una ventana hacia la historia de los intercambios artísticos, comerciales y políticos que se daban en toda Asia, Europa y África del Norte.

brIDgEmAn ArT LIbrAry (Biblioteca de Arte Bridgeman)
En el Gabinete Badminton, fragmentos meticulosamente moldeados de lapislázuli y otras piedras preciosas, algunas de ellas más pequeñas que la cutícula de una uña, son combinados para representar aves que revolotean entre ramos de flores y cintas. El gabinete, que tiene una altura de cuatro metros, fue producido en Florencia en el siglo XVIII por unos 30 artesanos, y su fabricación tardó seis años.

Ambos abuelos de Mohr fueron joyeros, y en la década de 1920 ambos viajaron a Afganistán para conseguir piedra en bruto. Ya en esa época, Idar-Oberstein, que había sido un centro minero de explotación de ágata desde al menos el siglo XVI, se jactaba de ser "la capital europea de las joyas", título que aún mantiene. Sus calles principales están bordeadas por casas solariegas, tiendas de ropa y modernos edificios de oficinas dedicadas al comercio de joyas. Los visitantes llegan en tropel a la ciudad de 30.000 habitantes para explorar las viejas minas de ágata y ver cómo las piedras son pulidas en una rueda hidráulica tradicional, y se quedan mirando boquiabiertos minerales, piedras y adornos provenientes de todas partes del mundo en dos museos impresionantes.

Puesto que las reservas de ágata fueron agotadas hacia fines del siglo XIX, los comerciantes de joyas y los lapidarios se vieron obligados a expandirse, primero trayendo ágata desde América del Sur y, posteriormente, sumando otras piedras a su repertorio, entre estas el lapislázuli. En la década de 1980, algunos joyeros afganos refugiados, como Mogbil, huyeron de la invasión soviética con destino a Idar-Oberstein, donde establecieron talleres y solían abastecerse de lapislázuli gracias a la ayuda de parientes, amigos y comerciantes de su tierra natal. Por último, también llegaron artesanos y comerciantes de Peshawar y de otras partes de Afganistán.

A diferencia de sus abuelos, que viajaron durante semanas en trenes, botes y mulas para dar con comerciantes de lapislázuli en Afganistán y Pakistán, Mohr hace que sus proveedores vayan a él. Si está por quedarse sin material, Mohr llama a intermediarios afganos o paquistaníes que tienen bodegas de la piedra en bruto cerca de Stuttgart, 150 kilómetros hacia el sureste, y ellos negocian los precios y las condiciones. "Si necesito menos de 20 kilos de lapislázuli de grado medio —€400 a €1000 por kilo— puedo tenerlo en dos días", dice. Traer cantidades más grandes o piedras de mayor grado tarda más tiempo, pero "si no tienen lo que necesito en sus bodegas, ellos suelen contactar a algún pariente o socio en Kabul o Peshawar, y les piden que se las envíen en avión o que las traigan en persona", explica Mohr.

Al comienzo, Khalil Mogbil trato de comprar lapislázuli en persona en los mercados de Kabul y Peshawar, pero se dio por vencido puesto que los comerciantes no se molestaban en enviar cantidades inferiores a 20 kilos. En lugar de eso, Mogbil, en cuyo negocio personal se emplea menos lapislázuli que en el negocio familiar de Mohr, en el que trabajan 10 personas, a menudo adquiere trozos de piedras en bruto en exhibiciones de piedras preciosas y minerales en Alemania y Francia.

EmoTIonqUEST / ALAmY
Tallada de manera magistral para dar la impresión de que fue hecha a partir de una sola pieza de lapislázuli, la vasija de Badajshán se alza 178 centímetros por sobre las personas que visitan la Ermita de San Petersburgo.

La primera vez que leí sobre Mogbil, Mohr e Idan-Oberstein fue en un libro titulado Lapis Lazuli: In Pursuit of a Celestial Stone (Lapislázuli: En busca de la piedra celestial), escrito en 2010 por Sarah Searight, una escritora y periodista londinense que quedó tan encantada con el lapislázuli que decidió escribir una historia de aventura personal sobre sus 40 años de exploraciones itinerantes por el arte, el comercio y la historia del lapislázuli. La búsqueda la llevo a mercados, iglesias, monasterios, talleres, sitios arqueológicos, museos, bibliotecas y archivos de toda Europa, África, Oriente Medio, Rusia, Asia Central, India y China.

Enfrentándome a un gélido viento de febrero, voy en busca de Searight, a su hogar en el bien cuidado suburbio de Clapham, en el sur de Londres. En las paredes de la sala de estar había pinturas y telas adquiridas durante las muchas temporadas de viajes a Oriente Medio, los países del Golfo y otros lugares más, inicialmente como periodista para el International Herald Tribune, The Economist y otras publicaciones, y posteriormente como profesora y guía de viajes culturales. Graduada de Historia en Oxford, Searight obtuvo un master en arte islámico en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres a principios de la década de 1990 para aumentar su aprecio por la cultura de Oriente Medio.

"Entonces, ¿qué haces antes de que se te olvide todo?", me pregunta mientras tomamos té y comemos galletas. Su solución fue enseñar arte islámico por todo el Reino Unido y guiar viajes por Egipto, Siria, Turquía y Asia Central. Me cuenta que, como los grupos siempre visitaban los mercados tradicionales, ella siempre andaba pendiente a ver si veía lapislázuli para mantenerse entretenida. No tenía intención de publicar el libro, agrega, hasta que en 2006 se abrió en París una exposición itinerante de tesoros afganos.

"Fue en ese momento que me dije a mi misma: «Muy bien, vamos, sigue adelante y haz un libro sobre el lapislázuli", recuerda con sonrisa irónica.

Su larga fascinación por el lapislázuli se remonta a sus años de educación intermedia, cuando quedó encantada con un poema de Robert Browning en el que se dramatizaba el último deseo de un obispo moribundo de querer ser enterrado con una piedra de lapislázuli resplandeciente.

InTErFoTo / ALAmy
En Baviera, el rey Luis ii encargó que se elaborara este anillo de lapislázuli, oro y diamantes para regalárselo a un duque.

Tiempo después, cuando le pidió a un tío que trabajaba como diplomático en la India y Pakistán que le trajera una muestra, este la complació. En su libro, ella relata el recuerdo aún vivo del momento en que desenvolvió el paquete de "papel de periódico sucio, dentro del cual yacía un trozo pequeño de piedra de un azul tan llamativo, que finalmente llegué a conocer por mi misma, como era el cielo en una noche estrellada o un día con sol abrasador en el Hindu Kush." "Era", ella escribe, "un azul que penetraba los sentidos".

En 1973, Searight llegó a Afganistán, acompañada por su esposo y dos hijos pequeños. Ella recuerda el momento en que, una noche extremadamente fría de febrero, mientras se aventuraba dentro del animado mercado principal de Kabul, le regateó un trozo triangular de lapislázuli con vetas de calcita a un comerciante llamado Abdul Majid. Era la primera de futuras décadas de regateo en lugares lejanos, desde tiendas del desierto de Mali hasta quioscos de las calles de Oxford, siempre para conseguir lapislázuli. En la actualidad ella todavía lleva consigo ese trofeo inicial en una cadena de plata.

ruzando el paso Jáiber, en la ciudad fronteriza de Peshawar (Pakistán), los comerciantes de lapislázuli le mostraban trozos de piedra en bruto por montones, apilados en bodegas, además de joyas terminadas que exhiben en sus tiendas. "Ese trozo grande llegó desde Peshawar", ella dice mientras señala una esfera tornasolada colocada en su propio soporte sobre una mesa de bronce martillado. La "pieza grande" es tan ancha como una mano, y sus extensiones de azul océano tienen estrías de calcita de color lechoso y manchas de pirita brillante. Se asemeja a un planeta. Me invita a tomarlo, y yo, como por instinto, lo agarro con más fuerza de lo normal: debe de pesar entre cuatro y cinco kilos.

Aunque nunca he regateado lapislázuli como Searight, se me ha contagiado parte de su entusiasmo por la piedra. Sin embargo, mis propias búsquedas de piedras preciosas resultaron ser bastante anodinas y se limitaron principalmente a excursiones al Museo Liechtenstein de Viena y al museo Victoria & Albert de Londres.

PhILIP PoUPIn / LIghTmEDIATIon
Un minero llamado Ehsan transporta a cuestas una piedra de lapislázuli de 100 kilos hacia una aldea a una hora de distancia.
PhILIP PoUPIn / LIghTmEDIATIon
Por unos 7000 años, en una de las regiones más remotas de Afganistán, los mineros han cortado y volado el lapislázuli de las minas excavadas en la vertiginosa roca de Badajshán.

En el museo del palacio jardín de la familia de Liechtenstein se encuentra, rodeado por las obras maestras de Rubens, Rembrandt y van Dyck, el mueble más caro jamás vendido. El Gabinete Badminton recaudó £19 millones ($36,7 millones) en una subasta realizada en Londres en 2004. Creado en el siglo XVIII por artesanos florentinos de pietra dura de los grandes talleres del Grand Ducal fundados en 1588, tiene algunos de los diseños más elaborados jamás hechos en lapislázuli, amatista, jaspe rojo y verde, y otras piedras semipreciosas. La técnica, increíblemente meticulosa, consiste en unir piezas chapas de astillas de pocos milímetros de grosor para formar un diseño o imagen, con tal precisión que las uniones entre un trozo de piedra y otro son invisibles.

El gabinete alcanza una altura de cuatro metros y tiene un ancho de 2,4 metros. Me asombra no solo el intrincado trabajo, sino también lo completamente desmesurada que resulta la pieza. ¿Qué tipo de individuo encargaría crear semejante objeto? Resulta que este fue encargado en 1726 por un aristócrata inglés de 19 años de edad, Henry Somerset, duque de Beaufort y residente de la Casa Badminton, en Gloucestershire, quien estuvo en Florencia un total de siete días durante su gran recorrido por Europa.

Inventar creaciones ricamente decoradas con lapislázuli y otras piedras preciosas se había puesto de moda en la Europa del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Camino al Museo Victoria & Albert para visitar la colección Gilbert —un tesoro reluciente de objetos y muebles donados en 1996 por el desarrollador inmobiliario británico sir Arthur Gilbert— me encontré una extraordinaria caja de rapé y un collar, ambos con diseños de concha y corales incrustados en fondos de lapislázuli que representaban el mar. Cerca de estos había otro gabinete de ébano de los talleres Grand Ducal de Florencia, que estaba fechado entre el 1700 y el 1705: aunque tenía la mitad del tamaño del Gabinete Badminton, estaba tan bien diseñado y construido como este, con franjas de lapislázuli que se entrelazaban detrás de un collar de perlas de calcedonia y flores de ágata rosada y lapislázuli azul.

PhILIP PoUPIn / LIghTmEDIATIon
De arriba hacia abajo: Tanto el gobierno afgano como las organizaciones internacionales de artesanos han lanzado recientemente iniciativas para mejorar las condiciones de trabajo de los mineros en una industria que prácticamente no tiene regulación. Clasificando el lapislázuli en la aldea de Ma'dan, Hamidullah y otros como él echan las piedras en bolsas y las cargan en camiones para que sean transportadas a los vendedores mayoristas, muchos de ellos de Peshawar, pero también a algunos de China.

Aunque los objetos de pietra dura también se fabricaban en Roma, Venecia, Milán y otras partes de Italia, Florencia era el centro indiscutido de este oficio, gracias, sin duda, al afecto que sentían los Médici por las decoraciones opulentas, entre las cuales el lapislázuli era a menudo la gran atracción. Como señala Searight, el lapislázuli era un increíble símbolo de estatus y un signo inconfundible de gran riqueza.

Algunos de los ejemplos de opulencia más famosos están cómodamente instalados en el Palacio Pitti de los Médici. Una urna del siglo XVI, labrada en un solo trozo de lapislázuli, tiene una altura de 40 centímetros; una taza más delicada con forma de concha fue tallada por maestros itinerantes de la familia Miseroni, quienes posteriormente trabajaron para la corte de Habsburgo tanto en Praga como en Madrid. Los Médici también se aseguraban de que a sus pintores favoritos, como Fra Filippo Lippi y Fra Angelico, se los proveyera de suficiente lapislázuli para que pudieran hacer el preciado pigmento para sus obras.

¿De qué manera, entonces, llegaban esas cantidades de lapislázuli a Florencia entre los siglos XV y XVIII? Searight especula que la mayoría de estas llegaban por tierra desde Venecia y Livorno, después que llegaban en barco a estos puertos, provenientes de Constantinopla y Alejandría. Searight cita registros de prisioneros turcos que cortaban bloques de lapislázuli en el muelle de Livorno para hacer que fuera más fácil transportar los trozos 80 kilómetros hacia el este, hasta Florencia. "No hay duda de que los boticarios de Venecia y otras ciudades vendían lapislázuli para producir pigmentos", explica. "Pero es necesario investigar mucho más el asunto del tránsito de lapislázuli hacia Italia y, en efecto, al resto de Europa", agrega.

El primer nombre que se le dio al pigmento hecho a base de lapislázuli aún se usa hoy en día para referirse al azul más vibrante: "ultramarino", que proviene del italiano oltramarino, que significa "[de] ultramar". En 1508, el artista Albrecht Dürer escribió desde su casa en Núremberg, una enojada carta en la que reclamaba por el precio abusivo del ultramarino: 100 florines por menos de medio kilo de pintura. Según relata la historiadora experta en arte británico Victoria Finlay en su libro de 2004 Color: A Natural History of the Palette (El color: Una historia natural de la paleta), esa pintura, si fuera producida a partir de lapislázuli afgano empleando las mismas técnicas del Renacimiento, se comercializaría a un precio casi igual de exorbitante, es decir, unos $8000 por kilo o $228 por onza. El maestro alemán, al igual que otros artistas europeos, mezclaba el pigmento de lapislázuli con aceite de linaza o clara de huevo para preparar lo que Finlay llama "una exótica mayonesa azul". Sin embargo, a partir de 1828, la demanda por el pigmento hecho a base de lapislázuli disminuyó prácticamente a cero con el descubrimiento del ultramarino sintético por el químico francés Jean-Baptiste Guimet y su colega alemán Christian Gmelin.

En la actualidad, son unos pocos pintores intransigentes y experimentadores aficionados como Finlay y Searight los que se molestan en moler lapislázuli para convertirlo en pigmento. Según ambos, esta es una tarea exasperante que consume mucho tiempo: es un proceso de molido horrible para el que se requiere una gran cantidad de roca, y que produce una cantidad miserable de pintura.

Una de las mayores concentraciones de pinturas de lapislázuli en el mundo se encuentra en las cuevas de Kizil, a 80 kilómetros aproximadamente de la ciudad de Kucha, en la provincia de Xinjiang (China), que formó parte de la Ruta de la Seda. Ya en el siglo III, más de 5000 monjes budistas que ocupaban unas mil cuevas en los riscos que dominaban el río Muzat, dibujaron vívidamente parábolas, denominadas los cuentos de Jataka, en las que se relata la vida de Buda. Entre los matices de lapislázuli brillante están representados maestros-discípulos conocidos como bodhisattvas, bailarines y músicos con alas. Hay unas 200 pinturas que se mantienen bien conservadas, pero hay muchas otras que han sido destruidas. (Más de dos docenas de murales fueron arrancados a principios del siglo XX por el arqueólogo alemán Albert von Le Coq, los que hoy están depositados en el Museo de Arte Asiático de Berlín).

Los 40 años de investigación sobre la historia, el arte y el comercio de lapislázuli por la periodista, profesora y coleccionista de lapislázuli Sarah Searight la han llevado a docenas de países y sus respectivos mercados de joyas, de los cuales ha coleccionado estilos tanto modernos como neotradicionales.

earight recuerda que la sensación de contemplar estas grutas remotas era espectacular. La primera vez que las visitó, en la década de 1990, no habían joyas de lapislázuli ni piedra en bruto en los mercados cercanos a las cuevas ni tampoco en Kucha. Sin embargo, en una visita más reciente, efectuada hace algunos años, ella dice que observó una gran abundancia de piedras y joyas de lapislázuli. "Puede deberse al nuevo intercambio comercial de lapislázuli con China, particularmente Hong Kong", señala.

Searight se asombró al oír sobre la cantidad de compradores chinos que emprenden el arduo y riesgoso recorrido hacia Badajshán. Desde allí, ellos transportan los bloques en camiones hacia China o hacia Karachi, al sur; otros cargamentos descienden por el río Indo hasta Karachi, donde son cargados en portacontenedores con rumbo a Hong Kong, la capital mundial de las piedras preciosas. A pesar de que la roca es cortada en plantas de bajo costo situadas en Shenzen y, más al norte, en Wuzhou —explica Mohr— las operaciones se están desplazando más hacia el interior, donde la mano de obra y los materiales son aún más baratos. Mohr, al igual que Mogbil y otros comerciantes de Idar-Oberstein, se ha forjado un nicho de alta calidad y, por el momento no están preocupado de la competencia que presenta China, donde el enfoque está puesto en productos de lapislázuli más económicos.

"De hecho, es un avance positivo", concluye Mohr. "La demanda por lapislázuli es mayor porque los productores chinos han mantenido los precios bajos. Si la producción estuviera limitada a Alemania, el precio sería demasiado alto, y la demanda disminuiría", señala. "En general, la producción en el Lejano Oriente está aumentando la popularidad de la piedra".

A pesar de que Mohr es optimista y piensa que el comercio en Idar-Oberstein seguirá prosperando, subcontratar al menos una parte del proceso de fabricación en Asia sigue siendo una necesidad. Todas las semanas, Mohr envía por avión miles de piedras preciosas, entre ellas lapislázuli, para que sean cortadas y facetadas en fábricas de Sri Lanka, donde los costos son una fracción de los que deben pagar en Alemania. Mohr dice que la mayoría de las grandes empresas de Idar-Oberstein también subcontratan los procesos de corte y facetado a Sri Lanka, Tailandia o China. "Tenemos que hacerlo para poder sobrevivir", reconoce.

Arriba: Peter Sanders;
En la parte superior: Cortesía de Sarah Searight
Arriba: Sarah Searight sostiene la esfera de Arshad Khan, la cual aparece al comienzo de este artículo y en la portada de la edición impresa. Nos dice que su fascinación por el lapislázuli comenzó cuando tenía alrededor de veinte años, gracias a un poema de Robert Browning, y gracias a una fascinación eterna por "un azul que penetra los sentidos". En la parte superior: Khalil Mogbil era uno de los joyeros afganos que huyó de la ocupación soviética en la década de 1980 y se estableció en Idar-Oberstein (Alemania).

Por el lado del abastecimiento, ninguna de las personas con las que he hablado tiene temor de que las minas se queden sin lapislázuli o de que la política interfiera demasiando en la industria. "Independientemente de quien esté a cargo del gobierno, este mantendrá las minas abiertas debido a los ingresos que genera", sostiene Mohr.

Sin embargo, según Finlay, quien en 2001 viajó en un avión de Naciones Unidas y en un magullado jeep del ejército soviético, anduvo en burros y caminó hasta las minas, en Badajshán las condiciones no han mejorado prácticamente nada durante generaciones. Subiendo los empinados senderos que llevan a la aldea de Sar-e-Sang, donde los mineros mal pagados viven en casas de barro, para inspeccionar algunas de las 23 minas, Finlay exploró pozos de 250 metros que fueron excavados en forma horizontal hacia el interior de la montaña. De eso aprendió que, a pesar de que los mineros arrancaban pedazos de los filones azules dentados con dinamita, pocos de ellos usaban cascos o máscaras. Los accidentes y la bronquitis eran peligros serios. El hospital más cercano quedaba a dos horas en auto, en Eskazer, por un camino lleno de baches, y fue allí donde Finlay conoció a un "hombre sonriente, casi santo", al cual identifica en su libro como el "Dr. Khalid", quien le contó que certificaba dos a tres muertes por año y que, al mes, trataba a unos cinco mineros que habían resultado heridos por explosivos, caídas de rocas y caídas en los senderos peligrosamente inclinados. También dijo que atendía unos 50 casos de bronquitis al mes. "Trabajan sin máscaras", Khalid le cuenta a Finlay en el libro. "Claro que tienen los pulmones dañados".

Sin embargo, en los últimos dos años, el ministerio de minería de Afganistán ha impulsado algunas iniciativas para garantizar la integridad física y la salud de los mineros, y promover la industria de las piedras preciosas de Afganistán. Estas iniciativas han sido apoyadas por Sophia Swire, una asesora de desarrollo que vive en Kabul y que hace poco tiempo fundó una escuela de tallado de piedras preciosas en la capital afgana. El diseñador londinense Pippa Small también está trabajando con joyeros de Kabul como Javid Noori, un artesano de 36 años de la Turquoise Mountain Foundation de Kabul, para fabricar y comercializar collares, colgantes, gemelos y otros artículos de lapislázuli. En marzo del año pasado, Sima Vaziry, una exiliada iraní casada con un afgano, se asoció con Swire y otras personas más para promover la producción de piedras preciosas en Afganistán y el comercio de lapislázuli en Precious Afghanistan, una velada benéfica de moda, baile y exhibiciones realizada en Londres en beneficio de AfghanAid, organización no gubernamental que promueve el desarrollo.

A pesar de estas medidas destinadas a transformar la riqueza del lapislázuli (además de las esmeraldas, los rubíes, la turmalina, las aguamarinas y otras joyas) de Afganistán en empresas más justas y rentables, en la industria sigue abundando el contrabando y la corrupción. Según los informes del Ministerio de Minería, a pesar de que el país exporta unos $50 millones al año en todo tipo de piedras no cortadas, la mayor parte de estas piedras son contrabandeadas entre las fronteras, por lo que los ingresos tributarios que genera esta actividad son bajos. En una medida desproporcionada, la pérdida para Afganistán es una ganancia para Pakistán: mientras que en la floreciente industria de las piedras preciosas de Pakistán trabajan al menos 40.000 personas y exporta $350 millones, Afganistán tiene apenas 5000 mineros a tiempo parcial que trabajan por temporada y menos de 500 artesanos que se ganan la vida fabricando joyas.

El ministro de minería de Afganistán, Wahidullah Shahrani, le contó al Financial Times en 2011 que tiene planes de introducir reformas, tales como la rebaja de impuestos y de las tarifas de exportación, a fin de desincentivar el contrabando, brindar explosivos más seguros a los mineros y concederles contratos de explotación oficiales. "Les gusta mucho que el gobierno les reconozca su derecho de propiedad", explica. Considerando que el país pretende explotar depósitos de hierro, cobre, litio y otros recursos minerales poco explotados —con un asombroso valor estimado de $3 billones—, la industria del lapislázuli podría convertirse en un modelo digno de imitación, aunque comparativamente pequeño, para limpiar un negocio de exportación plagado de problemas.

Vender lapislázuli afgano en la versión más reciente de las rutas de la seda, la Internet —como lo hacen Turquoise Mountain y Pippa Small en sus respectivos sitios web— puede ser un magnífico impulso para la industria que suministra el mejor lapislázuli del mundo. También es el capítulo más reciente en la búsqueda, que ha durado 7000 años, de una piedra cuyo color "penetra los sentidos", o como dice Searight: la piedra celestial.


Graham Chandler

Además de escribir frecuentemente para Saudi Aramco World, Richard Covington (richardpeacecovington@gmail.com), de París, escribe sobre cultura, historia y ciencia para el Smithsonian, The International Herald Tribune, U.S. News and World Report yThe Sunday Times.

Graham Chandler

Peter Sanders (photos@petersanders.com) ha fotografiado gran parte de Oriente Medio y el mundo islámico por más de 30 años. Peter vive cerca de Londres.


 

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