Según el Enûma Elish, la historia babilónica de la Edad de Bronce sobre la creación, el mundo comenzó cuando el dios Marduk construyó una plataforma de tierra y juncos en las primeras marismas, donde todas las tierras eran mar. Dicho lugar aún existía hace apenas medio siglo.
as marismas una vez ocuparon 20,000 kilómetros cuadrados (7,700 millas cuadradas) del sur de Irak y, en octubre y noviembre de 1967, tuve la buena suerte de pasar más de un mes ahí, en lo que entonces era uno de los lugares más inexplorados del mundo. En ocasiones parece difícil de creer, pero lo que ahora es Irak una vez fue el centro del universo euroasiático. Mesopotamia y Sumeria fueron la cuna de la civilización, desarrolladas aquí hace cientos de años.
Mesopotamia significa "la tierra entre los ríos”, y los ríos son el Tigris y el Éufrates. En su confluencia se extienden vastas marismas con lagos, canales y ríos, islas, bosques y extensos lechos de altos juncos, algunos de tres y hasta cuatro veces la altura de una persona. Algunos dicen que el Jardín del Edén estaba aquí.
Más allá de las marismas, a lo largo de sus bordes, aún hay rastros visibles de ciudades sumerias como Uruk, Ur y Larsa. Esas civilizaciones murieron y se desvanecieron... con una excepción: En las marismas vivían personas que se hacían llamar Ma‘dan, que simplemente significa "habitantes de las llanuras"; en español se los conoce comúnmente como árabes de las marismas.
Aunque hablan dialectos del árabe, muchos de los Ma‘dan muy probablemente sean descendientes directos de los sumerios. Las estimaciones de su población al momento de mi visita fluctuaban entre los 250,000 y los 500,000.
Puesto que había escuchado que el último escritor occidental al que se le permitió visitar las marismas fue Wilfred Thesiger — autor de las obras maestras Marsh Arabs (Los árabes de las marismas) y Arabian Sands (Arenas de Arabia) — en la década de 1950, esperaba que fuese difícil obtener el permiso oficial para ir allí. De hecho, tomó tres semanas y por último se expidieron los papeles necesarios gracias a la intervención del propio alcalde de Bagdad. El gobierno iraquí ya estaba amenazando con drenar las marismas, extinguiendo así una antigua forma de vida. Esto añadió más fuerzas a mi deseo de ir ahí.
Mi plan original era navegar con un guía, en una gran canoa especial para marismas, desde la pequeña aldea comercial de Majar al-Kabir. Para simplificar las cosas, había planeado limitar la carga a mí mismo, un guía, mis cámaras, dos armas y — en caso me cansase de la comida local — 200 latas de nutritivas sardinas noruegas que, inexplicablemente, encontré en una tienda local.
Sin embargo, las autoridades insistieron en que llevase un soldado armado conmigo... por protección, decían. Sabía que los Ma‘dan detestaban cualquier cosa que pareciese una autoridad del gobierno y sabía que el soldado podría hacer más difícil mi trabajo.
Se tuvo que cambiar la canoa por un bote motorizado de fondo plano, el cual llegó con un barquero-guía-intérprete, Ibrahim, quien había crecido en las marismas y había aprendido inglés en una fábrica de azúcar de propiedad estadounidense. Nuestro soldado resultó estar avanzado en años, con un rostro amable arrugado y con un rifle casi tan antiguo. Con su uniforme marrón multicolor, difícilmente tenía un aspecto feroz.
En este punto, Ibrahim mencionó que probablemente querría un asistente en el bote, pero lo interrumpí diciéndole que, de ser así, yo querría un asistente que me ayudase con las cámaras también... y tal vez el viejo soldado querría un sub-soldado. Afortunadamente, esto lo hizo reír a carcajadas y, con esto último, dejamos Majar al-Kabir y no dirigimos rumbo al sur por el lodoso río hacia las marismas.
Puesto que era una bonita, fresca y temprana mañana de primavera y ya que pensaba que había dejado las frustraciones de la burocracia iraquí atrás, finalmente me sentía feliz y esperaba con entusiasmo las aventuras por venir.
La euforia no duró mucho. Apenas unos minutos después, divisamos una nube de polvo detrás de nosotros sobre la orilla del río y vimos un jeep corriendo salvajemente en nuestra dirección, con el conductor apoyándose en la bocina. Un hombre en el jeep se levantó, haciendo señas frenéticamente. Nos detuvimos sobre la orilla y esperamos
El jeep se detuvo y un hombre bastante joven y moreno saltó fuera de él. Estaba vestido con un traje negro de aspecto barato, una camisa blanca, una corbata negra y zapatos negros lustrados. Sin vacilar, explicación ni disculpas, dijo, “Salaam alaykum,” abordó nuestro bote, se sentó y encendió un cigarrillo.
Lo miré fijamente, sin decir palabra alguna. El hombre estaba usando el uniforme informal de la temida policía secreta iraquí, incluido el bulto de la pistola bajo su chaqueta. Obviamente se nos estaba uniendo. Sabía que era en vano, pero para hacerme sentir mejor fingí un desate de furia. Ibrahim se encogió de brazos y me susurró: "Cuando lleguemos a las aldeas, los dejaremos en las islas, les daremos cigarrillos para que fumen y comida, luego conseguiremos nuestra propia canoa y podremos hacer nuestro trabajo".
La solución de Ibrahim parecía factible y debo agregar que tras las intensas tensiones iniciales, el policía de hecho entró en calor, se tornó casi amable y me dejó solo para que hiciese mi trabajo.
Luego de que nuestro pequeño regimiento se asentase y de que nos familiarizásemos un poco, habíamos dejado el río lodoso y entramos en una estrecha, profunda y clara vía fluvial rodeada a ambos lados por elevados juncos, algunos tan altos como siete u ocho metros (23–26') de altura. Todos nos quedamos en silencio. Habíamos entrado en las marismas.
En un inicio, el resoplido del motor y los chillidos de las aves ocultas eran los únicos sonidos. Luego, un poco más adelante divisamos un grupo de simpáticas canoas, entrando y saliendo rápidamente de entre los juncos. Estos fueron los primeros Ma‘dan que vimos. Estaban ocupados recogiendo juncos y plantas comestibles, y algunos estaban pescando con lanzas.
Unos cuantos, sin embargo, viraron sus botes y desaparecieron tan pronto como detectaron el uniforme entre nosotros, aparentemente temerosos de que estuviésemos haciendo cumplir la ley del servicio militar obligatorio iraquí de dos años.
Pronto, de una manera extraña, el rumor de lo que éramos voló como pájaros delante de nosotros. Cuando se percataron de que ésta era una expedición fotográfica para un extranjero y no un grupo de redada policial, dejaron de escabullirse.
El canal se hizo más amplio y entramos en una laguna. Hacia su lado derecho observé las cabañas de junco de una aldea, Al-Sahein. Esperamos a las afueras para darle tiempo al jefe de organizarse para recibirnos. Ibrahim me dijo que ésta era una costumbre en estos lares.
Pronto entendería que, para los anfitriones, esto significa mantener viva una fogata, reunir unos cuantos paquetes de cigarrillos, hervir arroz, hacer que las mujeres horneen pan, matar una gallina o dos o reunir algunos de pescados frescos, barrer la mudhif, o casa de invitados, y colocar tapetes y esteras de junco limpios sobre el suelo.
Mientras esperaba, tenía mucho tiempo para observar la aldea. Cada cabaña esta en una pequeña isla, algunas hechas de atados de juncos apilados uno encima del otro. La arquitectura es antigua y la forma de las estructuras data del tiempo de los sumerios.
Canoas grandes y pequeñas entrecruzaban la aldea, impulsadas por hombres, mujeres e incluso niños pequeños. Entre las cabañas, nadando, flotando o subiendo torpemente a las islas, estaban los enormes búfalos de agua sin los cuales la gente de las marismas no podría sobrevivir.
Domesticados por los sumerios aproximadamente en el 4,000 a.e.c., estas grandes bestias negras brindan leche, yogur, carne, cuero y, muy de manera muy especial, estiércol para combustible. Toda la superficie de las paredes exteriores de las cabañas de junco estaba cubierta con boñigas de estiércol para secar. ¿Si olía mal? Nunca noté ningún olor desagradable.
Finalmente, una mashuf (canoa) se dirigió hacia nosotros y un anciano saltó a bordo, dio la mano a todos y dijo: “Por favor, por favor... sean bienvenidos a nuestra mudhif.” Rechazamos la oferta cortésmente, dándole una oportunidad de liberarse de su obligación, pero obviamente no hablábamos en serio.
Cuando el anciano insistió, aceptamos con gusto. Con él a la cabeza, nos dirigimos a una de las islas más grandes, dominada por una espléndida y amplia mudhif. El líder, en realidad un shaykh aunque el gobierno iraquí había prohibido el título oficialmente, nos ayudó a desembarcar y nos llevó a la espaciosa casa de junco.
Nos quitamos los zapatos y entramos. Como era de esperarse, una fogata estaba encendida y las vasijas de café árabe para el ritual estaban listas. Todos nos sentamos y comenzamos a preguntarnos entre nosotros ¿Cómo estás?¿cómo está tu familia, tus cosechas, tus animales...? una y otra vez como es costumbre.
En las marismas, como en muchas otras partes del mundo árabe, es costumbre servir a los invitados un café muy fuerte, amargo y sin azúcar, sazonado con cardamomo. Normalmente era servido por un hombre, el que llenaba y volvía a llenar las pequeñas tazas. Sólo unas cuantas gotas eran servidas por vez y usualmente uno bebía tres pequeñas porciones antes de indicar, agitando la taza, que se había saciado. En ese momento ya debes estar con los nervios de punta por la cafeína.
Nuestro anfitrión también colocó un paquete completo de cigarrillos delante de cada invitado, en gesto excepcionalmente generoso. Después del café sirvieron un té muy dulce en vasos, y luego más té y cigarrillos cuando la conversación comenzaba, se detenía y proseguía.
Estos largos períodos de silencio nunca molestaban a los Ma‘dan. Me pareció un rasgo atractivo. Hubo una procesión interminable de hombres que iban y venían todo el tiempo; las mujeres continuaban espiando a través de la entrada.
Trajeron una enorme bandeja con arroz hervido, seguido por otra que contenía pescado frito y tazones de sopa. Los tazones se pasaban de unos a otros de tal manera que todos pudiesen tomar un buen trago. Luego, algo de la sopa era vertida sobre el arroz, y tazones con leche fermentada de búfalo se repartían entre todos.
Nosotros y algunos hombres prominentes de la aldea comimos primero, sentados con las piernas cruzadas en un círculo sobre esteras de junco. Uno comía todo con la mano derecha. La manera de hacerlo es formar y amasar una pequeña bola de arroz en la palma de la mano y luego, con el pulgar, llevarlo rápida pero elegantemente a la boca. Noté que los hombres veían discretamente cómo llevaba pequeñas bolas de arroz a mi boca torpemente con mis dedos. Una vergonzosa cantidad caía sobre la estera cada vez que lo hacía. Esto produjo algunas risas sofocadas, pero la mayoría estaban demasiado ocupados comiendo.
En ese momento nuestro simpático anfitrión no comió ni se sentó, sino que rondaba mirando por encima de nosotros, presto a ayudar. Al ver mis dificultades, envió amablemente que trajesen una cuchara que, para el deleite de todos, rechacé. Ibrahim, intentando hacerme sentir mejor, dijo, “Antes de que lo sepas, serás uno de nosotros”.
Terminamos y salimos a lavarnos las manos. Uno por uno, se nos entregó un trozo de jabón y se vertió agua de una jarra sobre nuestras manos para que las enjuagásemos. En la mudhif, nuestros lugares en torno a la comida fueron tomados inmediatamente por las mujeres, niños y otros individuos inferiores en la escala social de los Ma‘dan. En cuestión de minutos, la montaña de comida desapareció.
Todas las comidas que degustábamos eran servidas sobre una capa de arroz. Normalmente habría algún tipo de verduras cocidas junto a la comida. Se usaban algunas especias y debo decir que la comida siempre me parecía sabrosa. Es posible que esto haya tenido que ver con el hecho de que siempre tenía hambre.
La razón principal de este estado de cosas era que cuando una anciano había terminado de comer — usualmente en aproximadamente la mitad del tiempo que me tomaba a mí — éste se levantaba inmediatamente y todos los demás también lo seguían. Un protocolo normal, pero yo estaba inevitablemente sólo medio lleno.
No obstante, durante mi tiempo con los Ma‘dan me sentí más sano que nunca. Con respecto a los propios Ma‘dan, no noté muchas evidencias de enfermedad, contrariamente a lo reportado por Thesiger y otros. Obviamente, el pescado, arroz y vegetales con alguna porción de carne ocasional constituyen una dieta sana al tope de una vida físicamente activa. Pero entonces está la costumbre de fumar de los hombres...
Nuestro almuerzo, como siempre, estuvo seguido de más té dulce, más cigarrillos y más charla. Aun si uno no fumaba, en ocasiones como éstas era un ritual de educación hacerlo, exactamente como beber el café y el té.
Muy poca de la conversación era personal, pero el anfitrión sí extrajo de nosotros la razón del viaje, lo que le reafirmó de nuestro inocente propósito. Y las palabras viajan mucho más rápido en las marismas que nuestro bote.
Un par de horas antes de oscurecer, proseguimos con nuestro viaje, no porque quisiésemos, sino para salvar al shaykh de la bancarrota. Él ya había gastado una pequeña fortuna en entretenernos, pero la costumbre lo obligaba a repetirlo si permanecíamos. No recogimos los cigarrillos que había colocado delante de nosotros y dejamos algunas latas de sardinas noruegas como gesto.
Prácticamente toda la aldea acudió a despedirse cuando anunciamos nuestra salida de esta pequeña Venecia mesopotámica. Fue una experiencia conmovedora.
Pasamos nuestros días así. Continuamos a través de los lechos de junco, bosques de junco, canales, lagunas y lagos. Cerca de sus asentamientos, la gente joven y adulta estaba siempre ocupada reuniendo juncos, cosechando plantas comestibles y pescando con lanzas o redes.
Las personas que vivían cerca a los bordes de tierra canjeaban o vendían pescado al igual que esteras que hacían con los juncos. Este era el único medio que tenían para obtener bienes esenciales del exterior: madera para construir y bitumen o asfalto para sellar los botes, azúcar, sal, municiones, tabaco y algunos tejidos.
Donde no veíamos personas, divisábamos patos, pelícanos blancos, garzas y una multitud de pájaros que no reconocía. Manadas de búfalos de agua vagaban a sus anchas, ya sea abriéndose paso lentamente o nadando tranquilamente donde el agua era lo suficientemente profunda.
Mientras flotábamos de un lado a otro, visitando y observando, me quedó muy claro que aunque los Ma‘dan habitan un mundo "donde todas las tierras fueron mar" y los beduinos vivían en uno donde todas las tierras fueron arena, las similitudes entre los Ma‘dan y los nómadas del desierto eran considerables. Había pasado un tiempo con los beduinos en Arabia Saudita y todos los días algún detalle de la forma de vida de los Ma‘dan me los recordaba.
Un día llegamos a la aldea de Al-Chiddee. Los perros anunciaron nuestra llegada a ladridos: Aquí, cada casa tenía su perro guardián y cada uno tomaba en serio su trabajo, pero sobre todo durante la noche. Se consideraba imprudente que los visitantes entrasen a una de las casa sin un miembro de la familia para calmar al perro o sin llevar un palo bastante pesado.
Nuestro barquero estaba relacionado con el jefe de la aldea, así que esta vez nos dirigimos directo a su casa sin esperar fuera de la aldea. De alguna manera este alegre anciano de las marismas sabía de nuestra llegada y tenía todo preparado. Vestidos con un bisht regional, o manto, y un ghutrah (pañoleta), él y toda su familia estaban de pie afuera esperándonos.
Aunque las mujeres eran mucho más libres de ser amigables aquí que en otras partes del mundo árabe, ésta fue la primera y única vez que estreché las manos de las mujeres de la familia. La jovial esposa del jefe hasta se sentó en la mudhif con nosotros por breves períodos mientras devorábamos otro festín, esta vez con pollo como plato principal. Era usual el uno o el otro, y en ocasiones cordero.
Puesto que habíamos sido invitados a quedarnos en su mudhif por más de una noche, la familia del jefe descargó las cosas de nuestro bote y apiló todo el equipo y provisiones en la mudhif. Nos dijo que no querían que nada fuera robado mientras fuésemos sus invitados... no es que esto fuese probable que ocurriese.
Estaba descubriendo cuáles serían mis principales problemas en las marismas: falta de sueño y falta de privacidad. Necesitaba dormir porque me levantaría al amanecer para tomar fotografías — y los días afuera en las marismas se hacían bastante largos.
¡Imposible! Al tener invitados distinguidos, ninguno de los aldeanos quería remar a casa para dormir. Podían hacerlo luego de que nos fuésemos. Así que las festividades, las reuniones y las charlas continuaron hasta aproximadamente las dos o tres de la mañana, cuando me quedé dormido sentado en mi bolsa de dormir.
A las 5 a.m., el sol y yo nos levantamos. Nuestro anfitrión estaba despierto organizando el desayuno. Me escabullí por la entrada frontal con mi equipo fotográfico y el ahora amigable perro guardián a mis talones. Por primera vez comprendí lo que otros me habían dicho sobre la "intemporalidad" de las marismas. Había un brillo rosado oscuro en la niebla de la mañana que cubría el agua.
Nada se movía. Unas cuantas ranas estaban croando a lo lejos, pero no había otro sonido. Las cabañas de junco y las islas se reflejaban de manera definida en el agua. Más allá lograba ver vagamente los altos juncos y, justo encima, un bandada de pelícanos volando de ningún lugar a ningún lugar.
Luego, un suave crujido. Un mashuf de pesca apareció de entre los juncos con su aguda y elegantemente curvada proa abriéndose paso por el agua. Los pescadores me saludaron en silencio y les devolví el saludo. Pero el encanto no se rompió. Los búfalos de agua habían comenzado a moverse y algunos se deslizaban en silencio hacia el agua. Empezaba a salir humo en espirales de algunas casas de junco; ahora se podían oír algunas voces suaves. Yo tomaba fotografías como si estuviese en trance.
Día tras día, mi vida se acomodó en un típico patrón Antes y algunas veces después del almuerzo, Ibrahim y yo pedíamos una canoa y nos íbamos remando solos. Yo tomaba fotos, hablaba con las personas y observaba la vida en las marismas, dejando al ejército y a la policía secreta dormir, comer, beber té, café y fumar todo el día. Para todos los propósitos prácticos, ellos habían dejado de existir.
Cuando el sol se alzaba demasiado alto y la luz se hacía demasiado intensa para tomar buenas fotografías, nos apilábamos todos en el bote y dejábamos que el motor nos lleve al siguiente lugar a lo largo del canal, a menudo disparándoles a patos para obtener comida. Había bastantes y se convirtieron en una buena adición a nuestra dieta, además de ofrecerlos como regalo a nuestros anfitriones.
A lo largo de las marismas encontré personas con un agudo sentido del humor y cuando nos sentábamos en las noches, a ellos siempre les encantaban mis intentos de hacer las cosas a su manera y mis pobres tentativas de hablar su árabe. Algunos de los hombres incluso me enseñaron unas cuantas groserías. Cuando las usaba, inmediatamente tenían un efecto que rompía el hielo. Esto los hacía reírse a carcajadas inevitablemente.
Un día casi nos llegamos a involucrar en medio de una disputa familiar que pudo haberse transformado en un sangriento enfrentamiento, llevando a una aldea contra la otra. Tal vez sucedió. Nunca lo sabré.
Al llegar a una diminuta aldea en las marismas centrales, pronto nos percatamos de que algo estaba mal. Las exquisiteces básicas de servir café y té apenas se observaban. Mientras tanto, canoas iban y venían a toda velocidad, y había una sensación general de agitación que era evidente incluso para mí, un forastero.
Mientras degustábamos una pequeña comida con inquietud, Ibrahim se enteró de que una muchacha de ese pueblo se había casado con un muchacho de otra aldea cercana la noche anterior, un matrimonio arreglado. Resultaba que la muchacha tenía un enamorado desde la infancia a quien ella quería entrañablemente y con quien quería casarse, pero sus padres habían insistido en la unión arreglada.
Según lo que Ibrahim descubrió, la muchacha llevó a cabo la ceremonia de matrimonio pero abandonó a su flamante esposo en la noche para encontrar refugio con su novio.
Esto significaba una gran deshonra para la familia. Una cantidad de búfalos de agua, dinero y posiblemente otras cosas estarían en juego como reparación en caso que ella no regresase. Los consejos de ambas aldeas se reunieron para discutirlo, pero al mismo tiempo se cargaban las armas. Así que, sí, los problemas ocurren en todas partes, también aquí en el "paraíso".
Se nos sugirió que continuásemos con nuestro viaje. Y eso hicimos. Nunca averiguamos cómo se resolvió esa crisis.
Posiblemente la mayor maldición del pueblo de las marismas eran los jabalíes gigantes salvajes que vagaban por las marismas por miles. Bestias malhumoradas, a menudo atacaban sin provocación si se los asustaba o incluso si no. Cerca de un tercio de todas las lesiones y muertes en las marismas eran causadas por estas criaturas, que los árabes de las marismas, como musulmanes, ni siquiera pueden comer.

Lo que sucedió en las tierras de los Ma‘dan luego de 1990 me rompió el corazón. En retribución a su apoyo a los Estados Unidos y al Reino Unido en la guerra que llevó a las tropas iraquíes fuera de Kuwait, el dictador iraquí Saddam Hussein represó y quemó las marismas de los Ma‘dan, además de bombardear las aldeas no sólo en las marismas, sino también en todo el sur de Irak. El objetivo era la destrucción total de las marismas, los Ma‘dan, su cultura y su precioso ambiente. Sólo una fracción de la población permaneció en sus hogares.
Sin embargo, tan pronto el régimen de Saddam Hussein cayó en 2003, los propio Ma‘dan, sin esperar alguna acción del gobierno, rompieron las presas en un intento por volver a inundar las marismas. Más tarde, una inundación más organizada tuvo lugar y ahora entre el 30% y 40% de las marismas han sido llenadas con agua nuevamente, aunque por otra parte proyectos de presas en el norte de Irak, Siria y Turquía están restringiendo severamente el flujo de agua.
No obstante, la forma de vida de los Ma‘dan se fue para siempre. Hay menos de 40,000 Ma‘dan hoy en día y muchos viven en la ciudad de Basora, justo al sur de las marismas. Cuando los investigadores les preguntan a los Ma‘dan si quieren regresar, una respuesta común es algo como: "Sí, pero también queremos televisión, teléfonos, hospitales, escuelas y electricidad".
Con algo de fondos disponibles, diseñadores y arquitectos visionarios han planeado casas de junco con habitaciones separadas, cocinas, baños, sistemas de alcantarillado, paneles solares, antenas parabólicas y, por su puesto, conexiones a Internet. Pero aun si esos proyectos se realizasen, una forma de vida de 5,000 años de antigüedad se ha perdido. Eso no quiere decir que nadie vivirá en las marismas, sino que posiblemente los Ma‘dan verán televisión satelital en sus modernas casas de junco, cuando no están llevando a turistas en viajes de pesca en canoas de aluminio, mostrando su tierra natal considerablemente reducida. |
Puesto que nada hacía más agradecidos a los árabes de las marismas que matáramos algunos jabalíes por ellos, todos los días estábamos alerta por si veíamos alguno. Además, realmente deseaba ver uno aun si no pudiese matarlo. Vimos rastros de jabalíes, los escuchábamos en la noche, pero no tuvimos suerte hasta la última noche en las marismas.
Habíamos viajado todo el día en pequeñas canoas entre maleza espesa y juncos donde se habían observados jabalíes el día anterior. No encontramos nada y al anochecer decidimos retornar a nuestro bote.
A mi izquierda, en el extremo más lejano de un área inundada poco profunda, observé algunos búfalos de agua moverse y se los señalé a Ibrahim. Sorprendido, se paralizó y dijo: "Esos no son búfalos. Son jabalíes". Había seis, tres de ellos tan grandes que fácilmente podían ser confundidos con búfalos de agua en la oscuridad.
Ibrahim preparó su arma; un hombre local de las marismas que nos acompañaba ese día hizo lo mismo. Tomé dos cámaras y una lente de 300mm.
"Se están preparando para atacar", susurró Ibrahim y amartilló el arma. Apoyé la lente telefotográfica sobre el hombro de Ibrahim y comencé a descartar cuadro tras cuadro borroso, sin nunca apartar mis ojos de sus feos y curvos colmillos. Ya estaba tan oscuro que nos dimos cuenta que sería alocado tratar de disparar si no fuese únicamente en defensa propia. También estaba demasiado oscuro para tomar fotografías.
Todo lo que podíamos hacer era esperar y no movernos. Entonces, uno de los jabalíes resopló, y todos se voltearon y se dirigieron trotando hacia los juncos.
Se sintieron profundos suspiros de alivio y noté que sentía un estremecimiento, de hecho estaba temblando. Aquellos pocos momentos de terror han permanecido grabados en mi memoria para siempre. El incidente también sirvió para recordarme que realmente no existe paraíso alguno en ningún lugar, aunque en las marismas hubo momentos en los que pensé que había encontrado uno.
Fue un enorme privilegio el ser capaz de compartir un antiguo estilo de vida que no existe más y nunca olvidé la generosa hospitalidad y amabilidad de los Ma‘dan.
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Nacido en Noruega, Tor Eigeland (www.toreigeland.com) ha viajado extensamente durante toda su vida como fotógrafo y escritor independiente, y ha contribuido a Saudi Aramco World durante décadas, al igual que para muchas otras publicaciones. Desde su casa en Francia, ahora está realizando la transición del fotoperiodismo a los libros, de los cuales All the Lands Were Sea (Todas las tierras fueron mar) será el primero, pero promete nunca renunciar del todo a sus cámaras. |