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Escrito por Caroline Stone |
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Biblioteca de Arte de Bridgeman |
Una ilustración francesa publicada en 1693 muestra un hombre bebiendo café de un tazón y un ibrik para la preparación del café, así como la rama de un árbol de café, granos y un "instrumento cilíndrico para tostar el café". |
El café, nativo de Etiopía, se bebía probablemente ahí mucho antes de que hubiesen registros escritos de él, tanto como una bebida parecida al té, al-qahwa al-qishriya, hecha de las cáscaras del grano de café, como un café elaborado de los granos mismos, llamado al-qahwa al-bunniya. A menudo, los granos también simplemente se masticaban. Sin embargo, en el siglo XVI, el jurista al-Jaziri declaró que el café fue usado por primera vez en Yemen, cruzando el Mar Rojo desde Etiopía, para permitirles a los devotos permanecer alerta durante las oraciones nocturnas. De seguro no fue menos valioso para los trabajadores comunes, tanto como lo es hoy, y su uso se difundió por toda la Península Arábiga.
ientras se extendía su uso, había mucha discusión sobre la nueva bebida: si estaba o no permitida en términos religiosos, si se debía considerar un “alterador de la mente” y si era buena o mala para la salud. En 1511, en La Meca, se iniciaron serias movidas para prohibir la bebida, las cuales se repitieron durante siglos. En respuesta, los eruditos médicos y religiosos pusieron la pluma sobre el papel en defensa del café. Aunque la literatura que estos debates generaron no dice mucho sobre los lugares donde se bebía café, se desprende claramente de estas y otras fuentes que las cafeterías eran numerosas desde los primeros tiempos. Curiosamente, muchos de los argumentos establecidos en Arabia sobre el café y las cafeterías se repetirían casi palabra por palabra en el Occidente un siglo después y, de hecho, el debate médico sobre el café continúa en todo el mundo hasta nuestros días.
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Biblioteca Chester Beatty / Biblioteca de Arte de Bridgeman |
Este escena de un banquete, de un álbum turco de miniaturas y caligrafía del siglo XVI o XVII, muestra un grupo de hombres bebiendo café y jugando backgammon. |
Tal vez, una de las razones de la rápida difusión de las cafeterías, más allá de simplemente el sabor del café, es que la preparación del café es algo complicado, puesto que los granos necesitan tostarse y molerse. Las cafeterías ofrecían el producto ya hecho y por una mano experimentada.
En un escrito de alrededor de 1530, Ibn ‘Abd al-Ghaffar se percata que, para el comienzo del siglo XVI, había muchas cafeterías en las ciudades, especialmente cerca de la Gran Mezquita en La Meca y en la mezquita central de al-Azhar en El Cairo. Esta es una mención temprana y directa de las cafeterías, aunque decisiones jurídicas anteriores ya denotasen su existencia. Cinco años después, en su Umdat al-Safwa fi Hill al-Qahwa (La mejor defensa para la legitimidad del café), al-Jaziri menciona, como si fuese algo inusual, que las personas de Medina preferían beber su café en casa. Él describe que el café se había difundido rápidamente una vez que salió de Yemen, primero siendo bebido públicamente por los fuqaha, o eruditos, profesores y estudiantes, y luego siendo adoptado por un gran número de personas. También nos comenta que, aunque los tazones de terracota eran lo usual, en el puerto del Mar Rojo de Jiddah los bebedores de café usaban porcelana china. Desafortunadamente, ninguno de los escritores describe realmente ni las cafeterías ni a sus propietarios, aunque sí sabemos que, cuando una mujer que poseía una en La Meca se le ordenó cerrar el negocio, ésta apeló, alegando pobreza, y se le dijo que podía continuar con él si usaba velo, lo cual hizo.
La ausencia de quejas contra las cafeterías en relación a extravagancia y lujos excesivos hace seguro inferir que, con toda probabilidad, estas cafeterías iniciales eran de tipo sencillo que aún se encuentra en todo el Medio Oriente. La práctica de beber café se extendió del Hiyaz en el oeste de la Península Arábiga rumbo al norte hacia Siria; sin embargo, ésta cambió. Ahí, una buena cafetería se convirtió en un importante elemento de planeamiento urbano para los gobernadores que deseaban enfatizar su riqueza y poder. Todos los mahallah, o barrio de la ciudad, al parecer, tuvo pronto al menos una, y éstas fueron un componente clave cuando se construía un nuevo mercado. En El Cairo, en el siglo XVII, se notaba que la cafetería era la primera construcción en terminarse en cualquiera de los costosos planeamientos urbanos a lo largo del Nilo.
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l gusto por el café y las cafeterías se extendió al Occidente, pero no por los caminos que uno podría esperar. Los mercaderes ingleses que viajaban al Levante habían desarrollado un gusto por la bebida y las dos primeras cafeterías registradas fueron establecidas poco después de 1650 en Londres y Oxford (ésta última aún se encuentra ahí hoy en día). Exactamente igual que en el mundo islámico, las cafeterías tuvieron un profundo impacto social. A menudo las personas se sentaban frente a grandes mesas con bancas o sillas a ambos lados, dándoles una oportunidad de conversación general y un rompimiento de divisiones sociales, puesto que era costumbre sentarse en el siguiente puesto vacío. (Los bares no permitían mezclas entre clases sociales ni una charla en voz baja.)
En ocasiones, las cafeterías eran conocidas como "penny universities" (universidades por un penique) porque, en esos primeros días, por un penique cualquier persona podía entrar, leer periódicos y escuchar conversaciones, al igual que escuchar discursos a menudo realizados por los hombres más eminentes en su área. Esto brindaba oportunidades educativas al paso para aquellos que tradicionalmente habrían tenido poco acceso a la información. El diarista Samuel Pepys menciona literalmente cientos de visitas a las cafeterías, tanto para obtener noticias importantes para su posición en el Ministerio de Marina como para encontrarse con los hombres prominentes de su tiempo, en especial científicos y eruditos.
Otras cafeterías, como Jonathan's Coffe-House de Change Alley en Londres, fueron muy importantes para la comunidad comercial y estaban estrechamente relacionadas con lo llegó a ser conocido como la Bolsa de Valores de Londres. De manera similar, Lloyd's de Londres comenzó como una cafetería, fundada en 1668, que atrajo de manera particular a la comunidad de marinos mercantes.
De manera más amplia en toda Europa, las cafeterías casi siempre eran establecidas por empresarios del Levante, generalmente armenios o sirios. Aunque pudiera parecer lógico que las primeras hubiesen estado en las ciudades con las conexiones comerciales más cercanas al Medio Oriente —Venecia, por ejemplo— de hecho este no fue el caso. Las cafeterías parecían haberse expandido primero en el norte de Europa, especialmente a los puerto con colonias de mercaderes ingleses, como Bremen en 1669. En 1670, la primera cafetería en América se abrió en Boston; al igual que en Londres, estaba cerca del centro comercial y en un inicio era frecuentado principalmente por mercaderes y banqueros. Lo mismo sucedía en Nueva York, donde una algo tardía Cafetería de Mercaderes ayudó a la comunidad comercial a reunirse a lo largo de Wall Street.
Las cafeterías inglesas y estadounidenses tendían a ser utilitarias, en lugar de glamorosas como aquellas suntuosas en la mayoría de ciudades del Medio Oriente. En Europa continental, sin embargo, el desarrollo fue algo diferente. Aunque las primeras cafeterías en París, establecidas por armenios, eran lugares simples a donde "los caballeros y la gente de moda se avergonzaba de entrar", esto cambió cuando un italiano abrió una cafetería mucho más parecida a un estilo otomano o sirio, con “tapicería, amplios pares de vidrio [espejos], pinturas, mesas de mármol, candelabros”. Este fue el Café Procope, que aún sobrevive como restaurante. El éxito de este modelo llevó a su imitación por varios propietarios de cafés continentales.
Aun había otra diferencia entre las cafeterías del Medio Oriente y las europeas y estadounidenses. Las primeras estaban estrictamente reservadas para los hombres y donde casi no se servía otra cosa que no fuese café o té. Puesto que los establecimientos que servían únicamente bebidas —aun sólo té o café— debían pagar más impuestos que los lugares que servían comidas, los cafés de Europa occidental solían servir comida también. Esto significaba que, aunque fuesen igualmente importantes como lugares de reunión y negocios, tenían un toque algo diferente al de la cafetería tradicional.
En Venecia, la primera cafetería conocida abrió en la Plaza de San Marcos en 1683, aunque se tiene registro de que en 1575 un mercader musulmán que había sido asesinado en la ciudad tenía entre sus pertenencias un equipo para elaborar café. Los venecianos compartían las mismas dudas sobre las cafeterías que los soberanos de Egipto, el Imperio Otomano y hasta Inglaterra, como un trabajo que describía el gobierno de Venecia establece claramente:
Es de conformidad con este Consejo que los venecianos no admiten ninguna cafetería en su ciudad que sea capaz de albergar un gran número de personas. Sus cafeterías son generalmente pequeñas tiendas que no tienen capacidad para más de cinco o seis personas, además de no contar con más de dos o tres asientos. De manera que el visitante, al no tener lugar donde reposar, se retira lo más pronto posible luego de terminar de beber su café.
No obstante, la prohibición fue un fracaso tanto en Venecia como en todos partes: El Caffè Florian en la Plaza de San Marcos, aún uno de los cafés más famosos del mundo, abrió unos años después, en 1720. Fue la primera cafetería en Europa que admitía mujeres, lo que probablemente les reafirmaba a las autoridades que era poco probable que fuese un lugar de debates políticos sediciosos.
La primera cafetería en Viena abrió poco después del asedio otomano de 1683. Varias historias relatan que las tropas turcas dejaron los granos (y que los croissant se inventaron como una burla a la medialuna turca), pero éstas no han podido ser corroboradas. El propietario de la cafetería parece haber sido griego o armenio, y ciertamente Viena, como mucha de la Europa central de influencia otomana, fue uno de los lugares donde la cafetería desarrolló una gran importancia cultural. |
Todo esto tuvo consecuencias: Los granos de café se volvieron un importante artículo comercial, eso es seguro, pero —de mayor importancia aun— la expansión de las cafeterías revolucionó las relaciones sociales, primero en el mundo islámico y luego en el Occidente.
Antes de la llegada de la cafetería, a menudo era difícil encontrar un lugar público para encontrarse y hablar con sus amigos. Afuera, durante la mayoría del año, hacía demasiado calor o demasiado frío. La costumbre islámica hacía hincapié en la privacidad del hogar y, para todos menos los ricos, era difícil que un hombre agasajará a un visitante sin forzar a las mujeres de la casa a permanecer aisladas, en quizás la única otra habitación.
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Medeo Preziosi / Colección Stapleton / Biblioteca de Arte de Bridgeman |
Esta acuarela de una cafetería de Estambul de 1854 muestra la informalidad de los asientos, lo que hacía de la cafetería un lugar donde hombres de diversas ocupaciones y clases podían mezclarse. El artista, Amede Preziosi, nació en Malta y vivió en Estambul por alrededor de 40 años. |
Tampoco había una costumbre de comer fuera de casa, excepto cuando se estaba de viaje, así que no había restaurantes que brindaban lugares de encuentro públicos y neutrales. El lugar de encuentro tradicional era, obviamente, la mezquita, pero existían ciertos límites. Era difícilmente un lugar para que un grupo de hombres jóvenes, por ejemplo, pudiera relajarse y pasar una alegre velada, o es más, para hombres de diferentes creencias religiosas que quisiesen discutir algún proyecto comercial. Otra posibilidad habrían sido los hammam, o baños públicos, pero aparentemente no tenían la atmósfera correcta para una discusión o debate serios.
Las cafeterías cambiaron todo eso. Ellas brindaron un lugar, que no era ni la casa ni el trabajo, en donde la gente podía encontrarse y hablar más libremente que en ningún otro lugar, ampliando su círculo social, haciendo nuevos contactos y enterándose de lo que sucedía en el mundo desde puntos de vista que tal vez de otro modo no hubiesen conocido. Los numerosos relatos occidentales de cafeterías —que inicialmente fascinaban a los viajeros— son poco precisos con respecto a quién exactamente las auspiciaba, y probablemente variaba mucho de un lugar a otro y de un período a otro. Es probable que las cafeterías de barrios más pequeños tuviesen una clientela local relativamente homogénea, o posiblemente atendieran a miembros de un gremio, grupo étnico o afiliación laboral particulares. Por su parte, las grandes cafeterías, como las ubicadas a lo largo de la zona costera de Estambul, ofrecían lugares de reunión cosmopolitas para una amplia variedad de personas. El viajero francés Jean de Théveno, en un escrito de mediados del siglo XVII, pudo haber exagerado, pero hubo algo de verdad al observar que, en particular en las grandes ciudades, "todos los tipos de personas vienen a estos lugares, sin distinción entre religión o posición social; no existe ni la menor pizca de vergüenza en entrar a tales lugares, y muchos van ahí simplemente para conversar con alguien más".
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Anónimo / Erich Lessing / Art Resource |
Esta pintura que data de 1856 muestra una cafetería en Antalya, Turquía, ubicada frente al agua — como muchos cafés al aire libre hoy en día. |
También había otro elemento en el encanto de las cafeterías, más allá de una bebida estimulante y sabrosa, un entorno y compañía agradables: En la cafetería, los clientes se liberaban, en varios sentidos, de los rígidos protocolos de su tiempo. El diseño físico que se volvió más común fue una única habitación amplia, amoblada con bancas a lo largo de las paredes —las sillas y mesas individuales fueron un planeamiento occidental posterior— y en las cafeterías más suntuosas habría una fuente en el centro. Así, las conversaciones nunca fueron muy privadas y podían tornarse fácilmente generales, tal vez transformándose en un debate sobre un tema de amplio interés; fuentes escritas mencionan seminarios informales en cafeterías y hasta sermones de predicadores ambulantes. Además de esto, aparte de los estrados en los establecimientos más suntuosos, los cuales estaban reservados para los visitantes más distinguidos, los clientes se disponían en orden de llegada y no de acuerdo al rango o riqueza. Esto creaba una sensación muy emocionante de liberación de las restricciones sociales y le daba a la sociedad una dimensión totalmente nueva de lo que hoy llamamos "redes sociales".
Luego estaba el asunto del entretenimiento. Varios autores han descrito las atracciones que las cafeterías brindaban, la mayoría siendo narradores de cuentos, particularmente durante las noches del mes sagrado del Ramadán. (Hoy en día hay muy pocos, al haber sido desplazados por las series de televisión). Los escritores antiguos también mencionan música como un deleite de la cafetería, mientras que los viajeros europeos de El Cairo y Siria hablan con poco entusiasmo de un espectáculo de marionetas y sombras.
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l consumo de café no estaba reservado a las ciudades. Las cafeterías se podían encontrar en pueblos e incluso en cualquier lugar donde hubiese suficientes transeúntes. El matemático Carsten Niebuhr, mientras viajaba a la Península Arábiga en los 1760, describe una cafetería en el camino a Bayt al-Faqih, ahora en Yemen:
Descansamos en una cafetería situada cerca de un pueblo. Mokeya es el nombre dado por los árabes a dichas cafeterías que se encuentran en campo abierto y tienen como fin, tal como nuestras posadas, el alojamiento de los viajeros. Son meras cabañas y están escasamente amobladas con un Serir, o un asiento largo de cuerdas de paja; tampoco ofrecen otra bebida que no sea kischer, una infusión caliente de granos de café. La bebida es servida en tazas de barro rústicas, pero las personas distinguidas llevan siempre tazas de porcelana en su equipaje. El agua fresca se sirve gratis. El dueño de la cafetería vive normalmente en algún pueblo cercano, de donde viene todos los días para esperar a los viajeros.
Las cafeterías simples de este tipo aún se pueden encontrar a lo largo de los caminos que llevan del norte de África a —hasta recientemente— Afganistán, mientras que en Irán, el té ha tomado ampliamente el lugar del café. Estas cafeterías o salones de té rurales atendían a una clientela pasajera, en lugar de servir como centros de la vida del pueblo. Hasta finales del siglo XX, podían estar decorados con pinturas. A menudo, había símbolos de hospitalidad: una vasija de té o café; un melón cortado; una pipa de agua, un ramo de flores. Donde un narrador de cuentos hacía presentaciones, podían estar pintados los atributos del héroe de sus historias: su espada o arma de fuego, su caballo o tal vez una escena de alguna de sus aventuras. Algunas veces, los paisajes mostrarían monumentos nacionales o podía haber motivos totalmente fantasiosos.
Muchos viajeros comentan la preferencia de situar las cafeterías cerca del agua: Thévenot, tan a menudo positivo en sus observaciones, resalta que "todos los cafés de Damasco son hermosos—muchas fuentes, cerca de ríos, lugares a la sombra de árboles, rosas y otras flores; un fresco y agradable lugar".
El viajero portugués Pedro Texeira en 1604, cuando estaba bebiendo café de tazas de porcelana china en Bagdad, describe: "Estos lugares son frecuentados principalmente en las noches en verano, y durante el día en invierno. Esta cafetería está cerca al río, tiene muchas ventanas y dos galerías, haciendo de este un lugar de descanso muy agradable. Hay muchos como este en la ciudad y muchos más en todo Turquía y Persia".
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Por cortesía de Caroline Stone |
Esta fotografía de una cafetería rural en Marruecos también es de un grupo de postales francesas de finales del siglo XIX. |
Esto también era cierto de las cafeterías rurales. El historiador y diplomático Abraham d’Ohsson, en un escrito de finales del siglo XVIII, nos comenta que “en el campo, están bajo la sombra de grandes árboles y emparrados de viña, con grandes bancas en el exterior”.
En todo el Imperio otomano en particular, donde eran el centro de la vida secular del pueblo, había una preferencia por ubicar las cafeterías junto a un manantial. Generalmente, el pequeño quiosco se encontraba a la sombra de un vasto y antiguo árbol, a menudo un plátano, que se había podado cuidadosamente y cuyas ramas se habían trenzado juntas para brindar un dosel de sombra. En el pequeño pueblo de Libohovë, cerca del lugar Patrimonio de la Humanidad de Gjirokastër en Albania, un gran árbol cerca de una pequeña corriente de agua está registrado por haber dado sombra a una cafetería por casi 400 años y él mismo es aún más viejo — dicen que tal vez, el más viejo en los Balcanes. |
Como negocios, a menudo las cafeterías fueron excelentes inversiones. Algunas de las más elaboradas y hermosas, particularmente en Estambul, fueron construidas por los jenízaros, quienes contrataron famosos arquitectos; un ejemplo es un establecimiento conocido a nivel mundial en la zona costera en Çardak Iskelesi. Éstas también servían como casas club para un orta, o batallón particular, y luego brindaban un ingreso cuando se redujo el financiamiento oficial para los jenízaros.
El historiador otomano Ibrahim-i Peçevi, en un escrito de alrededor de 1635, describe la propagación de las cafeterías en todo el mundo otomano desde mediados del siglo XVI, con una referencia especial a Estambul. Como muchos escritores, él expresa sentimientos encontrados sobre ellas, pero es difícil no sentir que los comentarios dicen más sobre el escritor, o tal vez su experiencia individual, que sobre el tema en cuestión. Mientras Thévenot adopta una visión positiva tanto del café como de las cafeterías, comentando que “los mercaderes franceses, cuando tienen muchas cartas que escribir y quieren trabajar durante toda la noche, toman una o dos tazas de café”, el bailo veneciano o representante permanente en Estambul, Gianfrancesco Morosini, en un escrito de 1585, toma por el contrario un punto de vista tendencioso:
Todas estas personas son de clase bastante baja, de malas costumbres y con poca cultura.... Se sientan sin hacer nada constantemente y para su entretenimiento tienen el hábito de tomar en público, en tiendas y en las calles, un líquido negro, ..[tan caliente] como pueden soportar, el cual se extrae de una semilla que llaman Caveé.... Se dice que tiene la propiedad de mantener a un hombre despierto.
Y mientras la opinión del escritor otomano Evliya Çelebi fue favorable en general, Mustafa ‘Ali Çelebi, un historiador, fue duro en su descripción de El Cairo en 1599: “Algunas cafeterías están llenas de locos, a pesar del hecho de que hay muy buenos asilos para lunáticos”.
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MUSEO DE MILÁN / SCALA / ART RESOURCE |
En Milán, el suntuoso Caffè degli Specchi no empleó una disposición de asientos diferente a la de los establecimientos turcos, sino que sólo agregó mesas y sillas. |
Con el paso del tiempo, el debate de los fuqaha en el Oriente y la Iglesia católica en el Occidente con respecto a si el café era permisible o no en términos religiosos, dio paso a una preocupación social y política que también se expresó en términos casi idénticos tanto en el Oriente como el Occidente: que las cafeterías estaban alentando a los hombres —especialmente a los jóvenes— a perder el tiempo cuando deberían estar trabajando, y que la mezcla de diferente clases y la libertad de debatir que se encontraba en las cafeterías fomentarían el descontento y la alteración del orden social.
Esta preocupación era particularmente intensa en el Imperio otomano, donde los disturbios ocasionados por jenízaros insatisfechos era un problema perenne. El embajador inglés Sir Thomas Roe, en un escrito de 1623, enfatizaba que la percepción general era completamente errónea y que de hecho todo estaba bastante bien siempre y cuando los jenízaros estuviesen solamente “cuchicheando y renegando en las cafeterías”; el peligro, sostiene, se presentaría sólo cuando se quedasen callados. Tenía mucha razón, pero esta no era la manera cómo las autoridades percibían la situación: Se hicieron repetidos esfuerzos para clausurar las cafeterías en todo el mundo islámico y en alrededor de 1630, Murad IV no sólo ordenó clausurarlas sino arrasar con ellas.
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l café también viajó al este. En Irán, en particular, parece haberse vuelto rápidamente menos controversial que en cualquier otra parte.
La primera mención del café en Irán proviene del trabajo del médico Imad al-Din Mahmud al-Shirazi, a mediados del siglo XVI, y su interés en él es en gran parte médico. Sin embargo, ya en 1602, un diplomático austriaco enviado a la corte menciona algo que suena como el café, y el café pronto se vuelve parte de la hospitalidad en la corte de Safavid. El diplomático español Don García de Silva y Figueroa, en un escrito de 1619, menciona que Shah Abbas visitaba las cafeterías de Isfahan, al igual que Pietro della Valle y el viajero ruso Fedot Kotov — testimonio de la aceptabilidad social de la institución.
Otras evidencias provienen de registros que muestran que Irán importaba café en grandes cantidades a través de los holandeses, y la mención en registros de 1634 de un envío de 5000 montones de pequeñas tazas de café chinas, destinadas a venderse en Irán, da una idea de cuán popular se había convertido la bebida en esas épocas.
Jean Chardin, en un escrito sobre sus viajes en Persia “y otros lugares del Oriente” de 1686, describe las cafeterías iraníes de esta manera:
Estos establecimientos, los cuales son salones grandes, elevados y espaciosos de varias formas, generalmente son los lugares más hermosos en las ciudades, puesto que son los establecimientos donde la gente local se encuentra y busca entretenimiento. Varias de ellas, especialmente aquellas en las grandes ciudades, tienen un estanque de agua en el medio. Alrededor de las habitaciones hay plataformas, las cuales tienen cerca de tres pies de altura y aproximadamente tres o cuatro de ancho, más o menos dependiendo del tamaño del lugar... Abren temprano en la mañana y es entonces, al igual que en la noche, que están más llenas.
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En Inglaterra, el rey Carlos II expresó básicamente el mismo panorama en su “Proclamation for the Suppression of Coffee Houses” (Proclamación para la supresión de las cafeterías) de 1675, el cual afirma que eran “un gran lugar de descanso de las personas perezosas e insatisfechas [que] ... habían producido efectos muy malos y peligrosos [y] … diversos rumores falsos.... Se inventaron informes maliciosos y escandalosos en el extranjero, para la difamación de la paz y tranquilidad del reino".
La prohibición no le hizo ningún bien a ningún gobernador. Demasiadas personas respetables —qadis y abogados, eruditos y estudiantes, mercaderes y vendedores— querían no sólo una taza de café, lo que los europeos, al menos, consideraban secundario, sino un espacio en el cual encontrarse y charlar, una extensión de la casa a menudo restrictiva, una manera de ofrecer entretenimiento a un precio no muy elevado para los amigos y un lugar para relajarse que sea tanto público como familiar. La prohibición de Carlos II se redujo a cero; la de Murad IV resultó en la transferencia de la cultura de las cafeterías a Bursa, a unos 90 kilómetros (56 millas). El soldado y erudito Kâtip Çelebi, en un escrito de alrededor de 1640, describe el proceso; irónicamente, él mismo murió repentina y tranquilamente mientras bebía una taza de café.
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Medeo Preziosi / Colección Stapleton / Biblioteca de Arte de Bridgeman |
Las cafeterías se volvieron más populares en Inglaterra alrededor de 1650. Este establecimiento londinense, arriba, fue pintado por un
artista anónimo probablemente a finales del siglo XVII. |
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Museo de Londres / Art Archive / Art Resource |
Puesto que la monedas pequeñas a menudo eran escasas, varias cafeterías emitieron fichas como esta. |
Una y otra vez, los viajeros comentaban sobre los cientos —y en las grandes ciudades como El Cairo sostenían que había miles— de cafeterías y tiendas de café, e incluso las ciudades más pequeñas en las provincias estaban bien abastecidas. Evliya Çelebi, en su Seyahatname de 1670, siempre enumera las cafeterías al igual que otras construcciones de importancia. En Un viaje a Berat y Elbasan, dice, por ejemplo, de Berat (ahora en Albania):
En la cercanía de este bazar hay seis cafeterías, cada una pintada y decorada como un templo de ídolos Chino. Algunas de ellas están a la orilla del río... que corre a través de la ciudad. Aquí algunas personas se bañan en el agua, algunos vienen a pescar y otros se reúnen para conversar con sus amigos sobre temas tanto religiosos como seculares. Aquí hay muchos poetas, eruditos y escritores que poseen un vasto conocimiento. Son educados y elegantes, inteligentes y maduros, y dados más a la diversión que a la devoción.
La estética a la que se refiere es otro aspecto fascinante de las más suntuosas cafeterías. En Estambul, Damasco y El Cairo, como en cualquier otro lugar, a menudo las cafeterías tenían un “gusto” particular. La cafetería de Fishawy, que se dice ser el café favorito del ganador del Premio Nobel Naguib Mahfouz y un preciado lugar de reunión de poetas y escritores, ha seguido usando muchos de los muebles tradicionales y decoración arabesca, al igual que la cafetería Zahret al-Bustan, ahora más popular, sin embrago, entre los turistas que entre los intelectuales.
Por el contrario, el café M’Rabet en la medina de Túnez es exactamente lo opuesto a los grandiosos interiores que han sido mencionados. Absolutamente simple, encalado, con columnas pintadas de rojo y verde y a lo largo de las paredes divanes de mampostería cubiertas con esteras, el café tiene una atmósfera de tranquilidad y el lugar parece llevarlo a uno a los verdaderos orígenes de la costumbre de beber café, y al de las cafeterías, en la Península Arábiga.
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Caroline Stone (stonelunde@hotmail.com) divide su tiempo entre Cambridge y Sevilla. Su último libro, Ibn Fadlan and the Land of Darkness (Ibn Fadlan y la Tierra de la oscuridad), traducido junto a Paul Lunde de relatos árabes medievales sobre las tierras del Lejano Norte, fue publicado en 2011 por Penguin Classics. |