Volumen 64, Número 3mayo/junio 2013

In This Issue

Escrito por Caroline Stone
Biblioteca de Arte de Bridgeman
Una ilustración francesa publicada en 1693 muestra un hombre bebiendo café de un tazón y un ibrik para la preparación del café, así como la rama de un árbol de café, granos y un "instrumento cilíndrico para tostar el café".

El café, nativo de Etiopía, se bebía probablemente ahí mucho antes de que hubiesen registros escritos de él, tanto como una bebida parecida al té, al-qahwa al-qishriya, hecha de las cáscaras del grano de café, como un café elaborado de los granos mismos, llamado al-qahwa al-bunniya. A menudo, los granos también simplemente se masticaban. Sin embargo, en el siglo XVI, el jurista al-Jaziri declaró que el café fue usado por primera vez en Yemen, cruzando el Mar Rojo desde Etiopía, para permitirles a los devotos permanecer alerta durante las oraciones nocturnas. De seguro no fue menos valioso para los trabajadores comunes, tanto como lo es hoy, y su uso se difundió por toda la Península Arábiga.

ientras se extendía su uso, había mucha discusión sobre la nueva bebida: si estaba o no permitida en términos religiosos, si se debía considerar un “alterador de la mente” y si era buena o mala para la salud. En 1511, en La Meca, se iniciaron serias movidas para prohibir la bebida, las cuales se repitieron durante siglos. En respuesta, los eruditos médicos y religiosos pusieron la pluma sobre el papel en defensa del café. Aunque la literatura que estos debates generaron no dice mucho sobre los lugares donde se bebía café, se desprende claramente de estas y otras fuentes que las cafeterías eran numerosas desde los primeros tiempos. Curiosamente, muchos de los argumentos establecidos en Arabia sobre el café y las cafeterías se repetirían casi palabra por palabra en el Occidente un siglo después y, de hecho, el debate médico sobre el café continúa en todo el mundo hasta nuestros días.

Biblioteca Chester Beatty / Biblioteca de Arte de Bridgeman
Este escena de un banquete, de un álbum turco de miniaturas y caligrafía del siglo XVI o XVII, muestra un grupo de hombres bebiendo café y jugando backgammon.

Tal vez, una de las razones de la rápida difusión de las cafeterías, más allá de simplemente el sabor del café, es que la preparación del café es algo complicado, puesto que los granos necesitan tostarse y molerse. Las cafeterías ofrecían el producto ya hecho y por una mano experimentada.

En un escrito de alrededor de 1530, Ibn ‘Abd al-Ghaffar se percata que, para el comienzo del siglo XVI, había muchas cafeterías en las ciudades, especialmente cerca de la Gran Mezquita en La Meca y en la mezquita central de al-Azhar en El Cairo. Esta es una mención temprana y directa de las cafeterías, aunque decisiones jurídicas anteriores ya denotasen su existencia. Cinco años después, en su Umdat al-Safwa fi Hill al-Qahwa (La mejor defensa para la legitimidad del café), al-Jaziri menciona, como si fuese algo inusual, que las personas de Medina preferían beber su café en casa. Él describe que el café se había difundido rápidamente una vez que salió de Yemen, primero siendo bebido públicamente por los fuqaha, o eruditos, profesores y estudiantes, y luego siendo adoptado por un gran número de personas. También nos comenta que, aunque los tazones de terracota eran lo usual, en el puerto del Mar Rojo de Jiddah los bebedores de café usaban porcelana china. Desafortunadamente, ninguno de los escritores describe realmente ni las cafeterías ni a sus propietarios, aunque sí sabemos que, cuando una mujer que poseía una en La Meca se le ordenó cerrar el negocio, ésta apeló, alegando pobreza, y se le dijo que podía continuar con él si usaba velo, lo cual hizo.

La ausencia de quejas contra las cafeterías en relación a extravagancia y lujos excesivos hace seguro inferir que, con toda probabilidad, estas cafeterías iniciales eran de tipo sencillo que aún se encuentra en todo el Medio Oriente. La práctica de beber café se extendió del Hiyaz en el oeste de la Península Arábiga rumbo al norte hacia Siria; sin embargo, ésta cambió. Ahí, una buena cafetería se convirtió en un importante elemento de planeamiento urbano para los gobernadores que deseaban enfatizar su riqueza y poder. Todos los mahallah, o barrio de la ciudad, al parecer, tuvo pronto al menos una, y éstas fueron un componente clave cuando se construía un nuevo mercado. En El Cairo, en el siglo XVII, se notaba que la cafetería era la primera construcción en terminarse en cualquiera de los costosos planeamientos urbanos a lo largo del Nilo.

Todo esto tuvo consecuencias: Los granos de café se volvieron un importante artículo comercial, eso es seguro, pero —de mayor importancia aun— la expansión de las cafeterías revolucionó las relaciones sociales, primero en el mundo islámico y luego en el Occidente.

Antes de la llegada de la cafetería, a menudo era difícil encontrar un lugar público para encontrarse y hablar con sus amigos. Afuera, durante la mayoría del año, hacía demasiado calor o demasiado frío. La costumbre islámica hacía hincapié en la privacidad del hogar y, para todos menos los ricos, era difícil que un hombre agasajará a un visitante sin forzar a las mujeres de la casa a permanecer aisladas, en quizás la única otra habitación.

Medeo Preziosi / Colección Stapleton / Biblioteca de Arte de Bridgeman
Esta acuarela de una cafetería de Estambul de 1854 muestra la informalidad de los asientos, lo que hacía de la cafetería un lugar donde hombres de diversas ocupaciones y clases podían mezclarse. El artista, Amede Preziosi, nació en Malta y vivió en Estambul por alrededor de 40 años.

Tampoco había una costumbre de comer fuera de casa, excepto cuando se estaba de viaje, así que no había restaurantes que brindaban lugares de encuentro públicos y neutrales. El lugar de encuentro tradicional era, obviamente, la mezquita, pero existían ciertos límites. Era difícilmente un lugar para que un grupo de hombres jóvenes, por ejemplo, pudiera relajarse y pasar una alegre velada, o es más, para hombres de diferentes creencias religiosas que quisiesen discutir algún proyecto comercial. Otra posibilidad habrían sido los hammam, o baños públicos, pero aparentemente no tenían la atmósfera correcta para una discusión o debate serios.

Las cafeterías cambiaron todo eso. Ellas brindaron un lugar, que no era ni la casa ni el trabajo, en donde la gente podía encontrarse y hablar más libremente que en ningún otro lugar, ampliando su círculo social, haciendo nuevos contactos y enterándose de lo que sucedía en el mundo desde puntos de vista que tal vez de otro modo no hubiesen conocido. Los numerosos relatos occidentales de cafeterías —que inicialmente fascinaban a los viajeros— son poco precisos con respecto a quién exactamente las auspiciaba, y probablemente variaba mucho de un lugar a otro y de un período a otro. Es probable que las cafeterías de barrios más pequeños tuviesen una clientela local relativamente homogénea, o posiblemente atendieran a miembros de un gremio, grupo étnico o afiliación laboral particulares. Por su parte, las grandes cafeterías, como las ubicadas a lo largo de la zona costera de Estambul, ofrecían lugares de reunión cosmopolitas para una amplia variedad de personas. El viajero francés Jean de Théveno, en un escrito de mediados del siglo XVII, pudo haber exagerado, pero hubo algo de verdad al observar que, en particular en las grandes ciudades, "todos los tipos de personas vienen a estos lugares, sin distinción entre religión o posición social; no existe ni la menor pizca de vergüenza en entrar a tales lugares, y muchos van ahí simplemente para conversar con alguien más".

Anónimo / Erich Lessing / Art Resource
Esta pintura que data de 1856 muestra una cafetería en Antalya, Turquía, ubicada frente al agua — como muchos cafés al aire libre hoy en día.

También había otro elemento en el encanto de las cafeterías, más allá de una bebida estimulante y sabrosa, un entorno y compañía agradables: En la cafetería, los clientes se liberaban, en varios sentidos, de los rígidos protocolos de su tiempo. El diseño físico que se volvió más común fue una única habitación amplia, amoblada con bancas a lo largo de las paredes —las sillas y mesas individuales fueron un planeamiento occidental posterior— y en las cafeterías más suntuosas habría una fuente en el centro. Así, las conversaciones nunca fueron muy privadas y podían tornarse fácilmente generales, tal vez transformándose en un debate sobre un tema de amplio interés; fuentes escritas mencionan seminarios informales en cafeterías y hasta sermones de predicadores ambulantes. Además de esto, aparte de los estrados en los establecimientos más suntuosos, los cuales estaban reservados para los visitantes más distinguidos, los clientes se disponían en orden de llegada y no de acuerdo al rango o riqueza. Esto creaba una sensación muy emocionante de liberación de las restricciones sociales y le daba a la sociedad una dimensión totalmente nueva de lo que hoy llamamos "redes sociales".

Luego estaba el asunto del entretenimiento. Varios autores han descrito las atracciones que las cafeterías brindaban, la mayoría siendo narradores de cuentos, particularmente durante las noches del mes sagrado del Ramadán. (Hoy en día hay muy pocos, al haber sido desplazados por las series de televisión). Los escritores antiguos también mencionan música como un deleite de la cafetería, mientras que los viajeros europeos de El Cairo y Siria hablan con poco entusiasmo de un espectáculo de marionetas y sombras.

Como negocios, a menudo las cafeterías fueron excelentes inversiones. Algunas de las más elaboradas y hermosas, particularmente en Estambul, fueron construidas por los jenízaros, quienes contrataron famosos arquitectos; un ejemplo es un establecimiento conocido a nivel mundial en la zona costera en Çardak Iskelesi. Éstas también servían como casas club para un orta, o batallón particular, y luego brindaban un ingreso cuando se redujo el financiamiento oficial para los jenízaros.

El historiador otomano Ibrahim-i Peçevi, en un escrito de alrededor de 1635, describe la propagación de las cafeterías en todo el mundo otomano desde mediados del siglo XVI, con una referencia especial a Estambul. Como muchos escritores, él expresa sentimientos encontrados sobre ellas, pero es difícil no sentir que los comentarios dicen más sobre el escritor, o tal vez su experiencia individual, que sobre el tema en cuestión. Mientras Thévenot adopta una visión positiva tanto del café como de las cafeterías, comentando que “los mercaderes franceses, cuando tienen muchas cartas que escribir y quieren trabajar durante toda la noche, toman una o dos tazas de café”, el bailo veneciano o representante permanente en Estambul, Gianfrancesco Morosini, en un escrito de 1585, toma por el contrario un punto de vista tendencioso:

Todas estas personas son de clase bastante baja, de malas costumbres y con poca cultura.... Se sientan sin hacer nada constantemente y para su entretenimiento tienen el hábito de tomar en público, en tiendas y en las calles, un líquido negro, ..[tan caliente] como pueden soportar, el cual se extrae de una semilla que llaman Caveé.... Se dice que tiene la propiedad de mantener a un hombre despierto.

Y mientras la opinión del escritor otomano Evliya Çelebi fue favorable en general, Mustafa ‘Ali Çelebi, un historiador, fue duro en su descripción de El Cairo en 1599: “Algunas cafeterías están llenas de locos, a pesar del hecho de que hay muy buenos asilos para lunáticos”.

MUSEO DE MILÁN / SCALA / ART RESOURCE
En Milán, el suntuoso Caffè degli Specchi no empleó una disposición de asientos diferente a la de los establecimientos turcos, sino que sólo agregó mesas y sillas.

Con el paso del tiempo, el debate de los fuqaha en el Oriente y la Iglesia católica en el Occidente con respecto a si el café era permisible o no en términos religiosos, dio paso a una preocupación social y política que también se expresó en términos casi idénticos tanto en el Oriente como el Occidente: que las cafeterías estaban alentando a los hombres —especialmente a los jóvenes— a perder el tiempo cuando deberían estar trabajando, y que la mezcla de diferente clases y la libertad de debatir que se encontraba en las cafeterías fomentarían el descontento y la alteración del orden social.

Esta preocupación era particularmente intensa en el Imperio otomano, donde los disturbios ocasionados por jenízaros insatisfechos era un problema perenne. El embajador inglés Sir Thomas Roe, en un escrito de 1623, enfatizaba que la percepción general era completamente errónea y que de hecho todo estaba bastante bien siempre y cuando los jenízaros estuviesen solamente “cuchicheando y renegando en las cafeterías”; el peligro, sostiene, se presentaría sólo cuando se quedasen callados. Tenía mucha razón, pero esta no era la manera cómo las autoridades percibían la situación: Se hicieron repetidos esfuerzos para clausurar las cafeterías en todo el mundo islámico y en alrededor de 1630, Murad IV no sólo ordenó clausurarlas sino arrasar con ellas.

En Inglaterra, el rey Carlos II expresó básicamente el mismo panorama en su “Proclamation for the Suppression of Coffee Houses” (Proclamación para la supresión de las cafeterías) de 1675, el cual afirma que eran “un gran lugar de descanso de las personas perezosas e insatisfechas [que] ... habían producido efectos muy malos y peligrosos [y] … diversos rumores falsos.... Se inventaron informes maliciosos y escandalosos en el extranjero, para la difamación de la paz y tranquilidad del reino".

La prohibición no le hizo ningún bien a ningún gobernador. Demasiadas personas respetables —qadis y abogados, eruditos y estudiantes, mercaderes y vendedores— querían no sólo una taza de café, lo que los europeos, al menos, consideraban secundario, sino un espacio en el cual encontrarse y charlar, una extensión de la casa a menudo restrictiva, una manera de ofrecer entretenimiento a un precio no muy elevado para los amigos y un lugar para relajarse que sea tanto público como familiar. La prohibición de Carlos II se redujo a cero; la de Murad IV resultó en la transferencia de la cultura de las cafeterías a Bursa, a unos 90 kilómetros (56 millas). El soldado y erudito Kâtip Çelebi, en un escrito de alrededor de 1640, describe el proceso; irónicamente, él mismo murió repentina y tranquilamente mientras bebía una taza de café.

Medeo Preziosi / Colección Stapleton / Biblioteca de Arte de Bridgeman
Las cafeterías se volvieron más populares en Inglaterra alrededor de 1650. Este establecimiento londinense, arriba, fue pintado por un artista anónimo probablemente a finales del siglo XVII.
Museo de Londres / Art Archive / Art Resource
Puesto que la monedas pequeñas a menudo eran escasas, varias cafeterías emitieron fichas como esta.

Una y otra vez, los viajeros comentaban sobre los cientos —y en las grandes ciudades como El Cairo sostenían que había miles— de cafeterías y tiendas de café, e incluso las ciudades más pequeñas en las provincias estaban bien abastecidas. Evliya Çelebi, en su Seyahatname de 1670, siempre enumera las cafeterías al igual que otras construcciones de importancia. En Un viaje a Berat y Elbasan, dice, por ejemplo, de Berat (ahora en Albania):

En la cercanía de este bazar hay seis cafeterías, cada una pintada y decorada como un templo de ídolos Chino. Algunas de ellas están a la orilla del río... que corre a través de la ciudad. Aquí algunas personas se bañan en el agua, algunos vienen a pescar y otros se reúnen para conversar con sus amigos sobre temas tanto religiosos como seculares. Aquí hay muchos poetas, eruditos y escritores que poseen un vasto conocimiento. Son educados y elegantes, inteligentes y maduros, y dados más a la diversión que a la devoción.

La estética a la que se refiere es otro aspecto fascinante de las más suntuosas cafeterías. En Estambul, Damasco y El Cairo, como en cualquier otro lugar, a menudo las cafeterías tenían un “gusto” particular. La cafetería de Fishawy, que se dice ser el café favorito del ganador del Premio Nobel Naguib Mahfouz y un preciado lugar de reunión de poetas y escritores, ha seguido usando muchos de los muebles tradicionales y decoración arabesca, al igual que la cafetería Zahret al-Bustan, ahora más popular, sin embrago, entre los turistas que entre los intelectuales.

Por el contrario, el café M’Rabet en la medina de Túnez es exactamente lo opuesto a los grandiosos interiores que han sido mencionados. Absolutamente simple, encalado, con columnas pintadas de rojo y verde y a lo largo de las paredes divanes de mampostería cubiertas con esteras, el café tiene una atmósfera de tranquilidad y el lugar parece llevarlo a uno a los verdaderos orígenes de la costumbre de beber café, y al de las cafeterías, en la Península Arábiga.


Caroline Stone (stonelunde@hotmail.com) divide su tiempo entre Cambridge y Sevilla. Su último libro, Ibn Fadlan and the Land of Darkness (Ibn Fadlan y la Tierra de la oscuridad), traducido junto a Paul Lunde de relatos árabes medievales sobre las tierras del Lejano Norte, fue publicado en 2011 por Penguin Classics.


 

This article appeared on page 10 of the print edition of Saudi Aramco World.

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