n las aldeas que se sitúan entre las remotas, económicamente subdesarrolladas montañas Pirin y Rhodope de Bulgaria, de espectaculares paisajes, los pomaks (los musulmanes búlgaros) están reclamando su nombre. Marginalizados bajo 45 años de comunismo, vieron cómo Pomak se convirtió en “una palabra por la que debías sentirte culpable”, explica Mehmed Boyukli, analista líder de los pomak. Ahora, dice, “con internet, el término se ha convertido en aceptable. Se ha convertido en un símbolo de todo el patrimonio cultural que hemos preservado”. Y aunque son la más grande de las distintas comunidades musulmanas de los Balcanes, los pomaks no son los únicos que usan las fronteras abiertas y, más recientemente, los medios sociales para volver a descubrir las culturas comunes entre las naciones balcánicas que tomaron forma luego del Imperio Otomano, tras la Primera Guerra Mundial.
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Con la apertura de las fronteras a fines de la década de 1980 y el advenimiento de los medios sociales, los jóvenes como Saleika Groshar, (de Breznitsa, Bulgaria) que tiene 22 años y no ha conocido el yugo comunista, están forjando nuevas identidades musulmanas panbalcánicas. Ella adora la música folclórica tradicional y administra el grupo de Facebook “Pomaks, Torbeshi y Gorani: tres nombres, un solo pueblo”. Ha entablado amistades con Gorani, un grupo étnico musulmán que vive en el sur de Kosovo y el norte de Albania, y mantiene con ellos conversaciones por chats e intercambios de archivos de audio con música folclórica local. Ella afirma, “ellos están aprendiendo búlgaro y yo Gorani”.
Aunque aún no es momento de hacer tales afirmaciones, estos cambios culturales parecen estar reconsolidados lazos que se cortaron en las transformaciones de fines del siglo XIX y principios del siglo XX en el Imperio Otomano occidental, en la forma de las naciones estado de Bulgaria, Albania y Yugoslavia. Antes de ese momento, el yugo otomano se había basado en el concepto de millet, comunidades definidas por su fe musulmana, judía o cristiana, en las que se permitía un autogobierno de acuerdo con sus propias leyes. Sus respectivos millets le brindaron a los sujetos otomanos su fuente principal de identidad, hasta que comenzaron a obtener identidades nacionales en el siglo XIX. Dentro del Imperio Otomano, todos los musulmanes (sean turcos, albanos, árabes o eslavos) pertenecían al millet musulmán, y su idioma, origen geográfico y etnia tenían un rol secundario.
El establecimiento de nuevos estados balcánicos cristianos en el siglo XIX dejó aislados a los musulmanes en esos territorios, y eran considerados por los nuevos gobernantes como minorías potencialmente subversivas. En el siglo XX, el comunismo llevó a cabo al menos cuatro campañas de asimilación forzadas solo en Bulgaria, la primera en 1912 y la última recién en 1989, promulgada con el pretexto de “restaurar” las identidades cristianas a personas que se habían convertido en musulmanes hace siglos, durante el yugo otomano. Pero luego del colapso del comunismo el Europa del Este y la apertura de fronteras a cargo de la expansiva Unión Europea, ahora la herramienta de cambio más potente para la forma en que los musulmanes balcánicos se consideran y se relacionan entre sí son los medios sociales en línea.
“De repente, las fronteras se abrieron a nuestro alrededor y descubrimos que existían otras islas de culturas iguales a las nuestras, con personas iguales a nosotros”, explica Boyukli, que además vive en Breznitsa, una ciudad reconocida tanto por su cultura Pomak tradicional como por su activismo Pomak en línea. “Nos dimos cuenta de que no estábamos solos”.
Boyukli afirma que cuanto más aprendían unos de otros los musulmanes de los Balcanes, más artificiales parecían los nombres de los grupos étnicos musulmanes. Los Pomaks, por ejemplo, no solo viven en Bulgaria, sino también en el norte de Grecia y el oeste de Turquía, donde han sido en gran medida asimilados. Los Pomaks que residen en Bulgaria hablan búlgaro, mientras que los grupos de la diáspora hablan los idiomas de sus nuevos países.
En Kosovo y en Albania, los Torbeshi y los Gorani hablan nashenski, un idioma eslavo del sur que los búlgaroparlantes pueden comprender parcialmente. Los Torbeshi viven en Kosovo y en Macedonia; los Gorani viven en Albania, Kosovo y Macedonia. En Bosnia, también existen musulmanes “Bosniaks”, que son considerados primos, distantes tanto lingüística como culturalmente; se identifican en primer lugar como bosnios, no como musulmanes.
Para los extranjeros, los matices de estas distinciones por lo general pasan desapercibidos. Oficialmente, Gorani designa simplemente a las personas que viven en la provincia de Gora, que se dividió en 1928 entre Albania y Yugoslavia. Los Torbeshi y los Gorani tienen un idioma común y se consideran el mismo pueblo. Se distingue solo entre Torbeshi y Gorani cuando hablan con extranjeros. El nombre de su idioma, Nashenski, significa literalmente “lo nuestro”, de nash, que significa “nuestro”. A un individuo de cualquiera de los grupos lo llaman nashenets, “uno de los nuestros”. Según el etnógrafo búlgaro Veselka Toncheva, el peso de la marginalización es inequívoco: la definición de “nosotros” lleva aparejado considerar a todos los demás como “ellos”. Pero esta distinción está comenzando a cambiar.
reznitsa, en la falda de las montañas Pirin, es famoso no solo por la preservación activista de la cultura Pomak, sino también por la belleza de sus canciones, bordados, vestidos y tradiciones islámicas. Su población de aproximadamente 3.500 habitantes es un 90 por ciento musulmana. Las edificaciones tradicionales de madera y barro se confunden con casas modernas de cemento. Una tienda “Easy Credit” en una casilla de aluminio ofrece préstamos inmediatos a los consumidores. Los cibercafés han cerrado, porque prácticamente todos los hogares ahora tienen su propia conexión a internet.
Económicamente, el pueblo de Breznitsa se ha estado alejando de las plantaciones de tabaco tradicionales después del comunismo, a medida que se abrían oportunidades en el sector de construcción lo cual que atrajo a los hombres a las ciudades búlgaras y al extranjero. Muchas de las mujeres trabajan en una de las dos fábricas textiles de la aldea, cuya producción se exporta a Alemania: una fabrica trajes de diseñador para hombres y la otra produce dirndls, vestidos folclóricos para mujeres bávaras.
Durante la era comunista, las campañas de asimilación forzada en Bulgaria contra la población musulmana, incluidas las etnias Turcas y Roma (gitanos) significaron que las vestimentas, la música y la cultura islámicas, e incluso los nombres musulmanes, estaban prohibidos. Todos tenían que adoptar nuevos nombres búlgaros, a menudo de flores y pájaros.
“La idea era que no tengamos cultura y que debíamos cambiar todo nuestro modo de vida, nuestros nombres e incluso nuestras canciones”, afirma Boyukli, nacido y criado en Breznitsa y albañil de profesión. En los años oscuros del comunismo, recuerda, un disco de vinilo yugoslavo de música Gorani que entró de contrabando a la aldea trajo mucha alegría, ya que sonaba exactamente como música local. “Cuando comprendimos que habían personas iguales a nosotros en otro lado, eso legitimó nuestra cultura”, concluye.
El final del comunismo trajo aparejado que los musulmanes búlgaros recuperaran sus nombres, en medio de una ola de entusiasmo por las expresiones de identidad musulmana. Ahora, 20 años más tarde, el entusiasmo se ha enfriado y se está dando paso a un nuevo híbrido entre cultura tradicional y moderna.
En ningún lugar se muestra más claramente esto como en las bodas, donde los musulmanes a lo largo de los Balcanes han mantenido una rica variedad de tradiciones de la era otomana. Muchas son idénticas a las practicadas en las comunidades musulmanas de distintos países, pese a los 45 años de divisiones de la Guerra Fría que mantuvieron a Bulgaria, Yugoslavia y Albania separadas por fronteras hostiles.
Musa Darakchi se casará mañana. Tiene 27 años y ha aprovechado la apertura de fronteras para trabajar durante cinco años en campos de flores en las afueras de Düsseldorf, Alemania, para pagar su nuevo hogar en Breznitsa y una boda con más de 500 invitados.
“Para mí es importante saber que todas las tradiciones continuarán en las generaciones futuras”, explica. “A comparación de mi padre y mi abuelo, sé menos sobre las tradiciones, pero quiero transmitir algo”.
A la mañana siguiente, la boda se anunció a las 8:30 en la plaza del pueblo con el sonido de zurnas, unos anchos clarinetes de la era otomana que suenan parecidos a un kazoo y tienen la fuerza de un saxofón alto. Cuando empezaron a sonar las cuatro zurnas y los tres tupans (tambores), no se necesitó otra notificación.
El hermano del novio, un joven delgado en un estrafalario traje plateado, dirige la procesión agitando un poste con la bandera roja de casamiento. En una esquina de la bandera, donde una luna creciente y una estrella alguna vez significaron el millet musulmán, hay un corazón hecho de lentejuelas. “A los comunistas no les gustaba la luna creciente y la estrella, pero nos dejaron conservar la bandera porque era roja”, explica Boyukli.
Durante las campañas de asimilación, hasta los músicos debieron entregar sus zurnas, ya que el instrumento era considerado “demasiado turco”. Debían tocar acordeones o saxos, y podían tocar solo música búlgara o rusa.
Cuando el novio sale de su hogar, tiene un nuevo billete de 50 euros pegado a su solapa junto a una rosa blanca. Lidera lentamente la procesión y ocasionalmente se detiene a bailar. Para el momento en que llega a la casa de la novia, una gran multitud lo sigue. Varias manos mantienen cerrada la puerta frontal desde adentro. Los billetes cambian de manos y luego hay una discusión. La orquesta toca demasiado fuerte para que la multitud escuche las negociaciones.
Finalmente, las puertas se abren y los invitados empujan por entrar. La pareja posa para algunas fotos en el frente de la cheiz o dote, aportada por la familia de la novia: una pila de alfombras y sábanas tan alta como la propia pareja, rodeada por pilas de artículos de cocina, desde una pila de platos y boles hasta mullidas almohadas y un oso de peluche. Es una representación literal y simbólica de la prosperidad de la nueva familia.
Cuando la multitud comienza a dispersarse se baja el cheiz comienza pieza por pieza del balcón del tercer piso a un camión que espera en la calle. La parte trasera del camión es un acoplado de metal abierto sobre el cual se muestra el cheiz. Es el centro de la procesión que llega lentamente hasta la plaza central para celebrar con danzas folclóricas.
El etnógrafo no oficial de Breznitsa se llama Salih Bukovyan y tiene 36 años. Es además el director financiero de la aldea. Le gusta reflexionar sobre las grandes preguntas que enfrenta la cultura Pomak. Además, posee una de las colecciones más grandes de atuendos y canciones tradicionales de la región.
“Si nuestras mujeres dejan de usar los atuendos que nos hacen diferentes, la asimilación triunfará”, afirma Bukovyan. “Las mujeres son las que llevan y preservan nuestra identidad. Si ellas la pierden, todos perderemos mucho”.
Bukovyan cuenta que su abuela le despertó la curiosidad hacia el folclore cuando era niño. Bukovyan sintió la armonía que su abuela buscaba en las canciones que cantaba, la misma armonía que tejía con colores brillantes y diseños geométricos en el cheiz de su hija. “En pocas palabras, le encantaba la belleza”, dice Bukovyan. “Murió con una canción en los labios”.
Aunque las mujeres en Breznitsa aún tejen y bordan, algunos de los puntos están cayendo en el olvido. Por eso, Bukovyan documenta los puntos y los diseños con planillas de Excel, donde incluye los colores y los motivos. Además, ha escrito 10.000 líneas de canciones y poesías tradicionales. Tiene también un blog con un pequeño museo etnográfico en línea, y espera algún día poder construir el primer museo etnográfico Pomak de Bulgaria.
Como muchos musulmanes balcánicos curiosos, Bukovyan pasa mucho de su tiempo libre en línea con amigos de Bulgaria, Macedonia, Kosovo y Turquía. Los musulmanes de los Balcanes apenas están empezando a conocerse entre sí, observa.
“Si tenemos éxito en la consolidación de los Pomaks en Bulgaria como un grupo cultural individual, también podremos hablar de los Torbeshi y los Gorani como miembros de la misma comunidad en diferentes estados”, explica Bukovyan. “Entonces, ya no habría Pomaks en Bulgaria o Torbeshi en Macedonia. Tendremos un nuevo nombre con el que todos nos identificaremos”. Y ese nombre, agrega, debería ser nashentski, el mismo “nosotros” usado por los Gorani y los Torbeshi para referirse a ellos mismos.
La empresa de televisión por cable en Breznitsa también actúa como servicio de noticias local. Casi todos los habitantes de la aldea están suscritos, y es el principal foro de debate público. Hay personas que llaman para pedir canciones y hacer dedicatorias que aparecen como texto en la pantalla, con motivo de cumpleaños, nacimientos, fallecimientos y futuras bodas.
El dueño Ismail Groshar dice que, en los últimos años, la música comercial búlgara ha perdido popularidad en favor de la música folclórica tradicional. Y estima que dos tercios de los pedidos ahora son de canciones folclóricas tradicionales. Además un grupo folclórico Gorani de Kosovo, Braca Muska (“Los Hermanos Muska”), se ha vuelto popular en Breznitsa, desde que Mehmed Boyukli llevó canciones MP3 del grupo a la estación. Groshar dice que los músicos locales ahora tocan sus propias canciones en las fiestas. Algunos títulos de las canciones son “Vo Kafana” (En el café), “Cerno Oko Sareno” (Ojos negros brillantes) y “Tudzina je Mlogo Teska” (Es muy triste vivir en el extranjero).
Zeynep Sakali tiene 19 años y es una fanática de Braca Muska que canta en el grupo folclórico Gaitani, uno de los dos conjuntos de Breznitsa. Dice que aproximadamente la mitad de los jóvenes en su ciudad están interesados en la música tradicional. Cuando tiene algún problema, explica “No quiero mirar una película. Prefiero escuchar música folclórica y tejer”.
Su amiga y compañera en Gaitani, Saleika Groshar, se considera afortunada de ser una de las primeras Pomaks en visitar Kosovo: su conjunto se presentó allí el año pasado. “No esperaba que nos tomaran tantas fotos. Realmente les encantaron nuestras nosi [atuendos tradicionales]”, agrega Groshar. Como devolución de favores, ha invitado a Braca Muska a Breznitsa. “Es nuestro sueño que vengan”, se entusiasma.
n Prizren, a seis horas en auto de Kosovo, vive Raif Kasi, un periodista de Torbesh que trabaja para el Servicio de Radio y Televisión de Kosovo, de idioma bosnio. Uno de los principales activistas en línea entre los Nashentsi, utiliza internet para hacer contacto con musulmanes a lo largo de los Balcanes, investigar y coordinar esfuerzos más allá de las fronteras. Además, asiste a reuniones y a conferencias regionales sobre problemáticas musulmanas en los Balcanes.
Su ciudad natal de Prizren, al sur de Kosovo, podría ser tranquilamente la ciudad más otomana de los Balcanes, no solo por su arquitectura sino debido a su espíritu multicultural. La ciudad no tiene mayoría étnica y se puede hablar libremente cualquier idioma: serbio, albano, turco, inglés o nashenski. Como gran parte de la antigua Yugoslavia, Prizren posee una distintiva cultura de café sureuropea. El macchiato es cremoso y tiene un sabor excelente.
“Somos pueblos muy parecidos, con una cultura y una fe muy similares, pero con idiomas diferentes”, explica Kasi, sentado afuera de un café. “Hace cien años, todos hablábamos el mismo idioma [Nashenski], pero las cosas han cambiado”.
Los Gorani, que se definen como musulmanes que hablan nashenski y viven en la provincia de Gora, al sur de Kosovo, son una de las seis etnias oficiales de ese país. Sin embargo, los Torbeshi no lo son, ya que siempre se sintieron presionados para identificarse públicamente como Bosniaks, un grupo mucho más grande que habla bosnio (antes denominados serbio-croatas) y dentro del cual la minoría Torbeshi podía encontrar una mayor inclusión política. En lo referido a los asuntos oficiales y la educación, actualmente los Torbeshi hablan bosnio, reservando el nashenski para los hogares.
Miftar Ademi espera poder cambiar esto. Ha llegado al café con el libro de gramática nashenski que ha escrito y publicado. También ha creado un alfabeto llamado Nashenitsa, que se basa en letras latinas con marcas diacríticas para los sonidos específicos del idioma. Su hijo Anando, estudiante de medicina, diseñó la fuente para el idioma. “Es fácil de instalar en Windows”, explica Anando. El objetivo es que escribir en nashenski sea más “natural y auténtico”.
Ademi habla sobre la belleza de Nashenski en su carácter de experto en idiomas. “Es un idioma arcaico, muy arcaico, pero también una lengua vida”, afirma. Fue la base de otros idiomas eslavos del sur, como el serbio y el búlgaro. “Nuestro idioma es el tronco y los otros idiomas de la región son las ramas”, grafica. “Nunca fue un idioma literario”, afirma de hecho, sin vergüenza ni orgullo. Agrega que solo hay alrededor de 15 libros publicados en nashenski, pero espera que el número aumente.
ruzando la frontera, en el noreste de Albania, hay nueve aldeas Gorani donde viven alrededor de 15.000 personas de esa etnia. Durante la era comunista, vivían casi completamente aislados. En el auto camino a Kukës, Albania, para reunirse con Nazif Dokle, un respetado académico del idioma y la cultura Nashenski, Kasi recuerda su primer viaje cruzando la frontera, en el año 2000.
La aldea de Borya, recuerda, llevaba a cabo su primer festival cultural. Kasi fue uno de los primeros Nashentsi en ir de visita desde Kosovo. “Crecí a 32 kilómetros de esta frontera, pero ningún yugoslavo podía cruzarla”, explica. “Estaba herméticamente sellada, y por eso siempre fue muy interesante para mí”.
Pasamos por un campo lleno de lodo que en 1999, un año antes de su visita, había estado lleno de refugiados de la guerra de Kosovo. Hoy llueve copiosamente. El cielo gris se mezcla con el asfalto mojado y las montañas incoloras. Todo se confunde en una niebla, como la complicada mezcla de identidades balcánicas.
Dokle, que ha escrito más de 20 libros sobre el idioma, la literatura, la historia y la cultura Nashenski, se siente como en su hogar al llegar. Como inspector escolar durante el periodo comunista, viajó extensamente por la región, combinando su trabajo con una especie de investigación encubierta. “Le pregunté a las personas en las aldeas Gorani sobre algunas palabras. Mi objetivo era confeccionar un diccionario”.
Su diccionario Albano–Nashenski es el primer diccionario Nashenski de cualquier tipo. Dokle toma unos cuadernos con hojas viejas y amarillas de un estante y me muestra décadas de trabajo de campo, de los días cuando el interés en la cultura Gorani (o en cualquier cultura minoritaria) era peligroso. “Trabajaba en secreto. Nunca me descubrieron”, dice.
Dokle afirma que escribir en nashenski solo significaba preservar el idioma para objetivos científicos, no para ser leído. “Muchos científicos han llegado a la conclusión de que los Gorani y los Torbeshi son pueblos musicales, con una cultura musical. Y es cierto. En las bodas, no importa si las personas tienen talento o una buena voz. Todos cantan”, dice. La tradición oral es tan fuerte que las palabras “poema” y “canción” pueden intercambiarse.
olvemos a Kosovo para conocer a Braca Muska, el grupo musical tradicional Gorani de reciente popularidad en Breznitsa y en todos los Balcanes, gracias a los medios sociales, el audio digital y los sitios web. Camino a su aldea, Restelica, en el extremo sur de Gora, pasamos por las colinas occidentales de las empinadas e irregulares montañas Šar (se pronuncia shar). Muchos lugareños ven a las montañas como una representación física del espíritu. De hecho, Kasi publica fotos de las montañas Šar en Facebook desde una infinita variedad de ángulos y estaciones, como si fueran miembros de su familia.
“Quiero que los Pomaks, los Gorani y los Torbeshi establezcan un núcleo cultural para un mejor desarrollo de nuestra cultura, nuestras canciones y nuestras tradiciones”, se entusiasma Kasi. “Antes había muy poca información. Incluso como periodista no sabía que habían otras personas como nosotros los Torbeshi.”
Las calles de Restelica son limpias y empinadas. Las fachadas de las casas lucen perfectas. Los Gorani se han ganado la vida durante décadas en el extranjero, en las antiaguas repúblicas yugoslavas, Italia y Suiza. La construcción ha reemplazado a los rebaños de ovejas como profesión tradicional. Las mujeres en las calles lucen largos sacos negros formales satinados, al visitar amigos antes de la celebración al día siguiente de Kurban Bayram, o la Fiesta del Sacrificio, denominada 'Id al-Adha' en árabe.
En la casa de Murat Muska, uno de los tres hermanos Muska, el cantante explica que su música suena triste porque es realista. “Vivo en Restelica, pero aún así, no tengo trabajo aquí”, explica. “Nuestras canciones tratan exactamente estos temas: el tipo de vida que llevamos. Algunas se basan en las memorias de nuestro pueblo desde la época en que éramos pastores. Pero las canciones nuevas son sobre temáticas modernas, como la vida de los inmigrantes en Italia o Suiza, y cosas como las visas”.
Restelica también es la sede de Radio Bambus, la estación de la aldea. Aunque su señal de fm llega solo a 15 kilómetros (9 millas), se transmite por Internet desde 2009. Su gerente Nesim Hodja afirma que la estación alcanza con frecuencia los 500 o 600 oyentes en línea, muchos de ellos inmigrantes que viven en Europa del Este y otros países balcánicos.
Hodja dice que la misión de la estación es ayudar a que los Nashentsi aprendan más unos de otros. Internet ofrece conexiones sencillas que nunca antes fueron posibles entre musulmanes balcánicos separados por fronteras y largas distancias. Hodja saca su teléfono celular y reproduce una grabación: es una llamada telefónica de un Pomak en Bulgaria que pidió una canción. “Ahora tengo una gran colección de muchas variedades de música Nashenski”, dice Hodja. Agrega que mientras los residentes de Breznitsa piden canciones de Braska Muska, aquí en Restelica los lugareños siguen pidiendo canciones de Gaitani, que llegaron aquí desde Breznitsa el año pasado.
Cuando llegamos a la casa de Kasi en Ljubinje, a las 6:30 a.m., el cielo azul profundo está empezando a aclarar detrás de los picos de las montañas Šar. “Debemos llegar temprano para buscar un buen lugar”, se adelanta, en el viaje hacia la mezquita local.
Las calles están llenas de hombres que caminan animadamente en la misma dirección. La mezquita se construyó en 1979 con un estilo yugoslavo futurista. Parece haber sido construída por personas con una silenciosa confianza en el futuro. El área principal de oraciones ha enviado su oleaje de fieles a los pasillos adyacentes, a los balcones superiores y a un aula donde “Felices Fiestas” está escrito en un pizarrón en árabe, turco y nashenski.
Después de las oraciones, los hombres caminan hasta el cementerio. Las tradiciones islámicas son una parte tan básica de la vida aquí que parecen practicarse a puro instinto. Kasi se arrodilla para orar en silencio junto a un sencillo rectángulo de cemento cubierto de pasto: es la tumba de sus abuelos. Luego, camina hasta la tumba de la madre de su esposa. “Siempre lo hemos hecho así, para todos los Bayram”, explica.
Después de un gran almuerzo de Bayram, visitamos el hogar de Selma Shaipi, una joven novia. “Mantener las tradiciones es una fuente de mucha felicidad”, dice Shaipi mientras miramos un video de su boda. “Al mismo tiempo, todos los años se incorpora algo nuevo”.
Su boda muestra muchos de los mismos elementos que se encuentran en las bodas Pomak búlgaras: la cheiz de alfombras, bordados y telas apilados para mostrar ante el pueblo, zurnas y tambores anunciando la boda, la economía de regalos de los chorapi, o calcetines de lana hechos a mano, que parecen ser ofrendados en grandes cantidades en cada ocasión: y las toallas de los hombres del cortejo de bodas, que simbolizan la higiene del nuevo hogar.
Shaipi afirma que existen “grandes diferencias” entre la boda de su madre y la suya. Su madre, afirma, andaba a caballo y todos comían del mismo plato, por ejemplo. Mientras que Shaipi usó sus coloridos y llamativos atuendos tradicionales durante las ceremonias previas a la boda, se casó con un vestido blanco estilo occidental. Su madre se casó usando su nosi tradicional. “Es fantástico usar estos bellos atuendos cuando estás tan feliz”, dice. La mayor diferencia es que su madre se casó mientras la pintaban... literalmente.
El ritual de pintar a la novia, en el cual la cara y las manos de la novia se pintan de blanco y se decoran con elaborados diseños de lentejuelas de colores brillantes y henna, solía ser común entre los musulmanes a lo largo de los Balcanes. Aunque la tradición se remonta a la era otomana o antes, sus orígenes son inciertos. En Kosovo, solo una señora mayor en una aldea cercana sigue practicando este arte. En Bulgaria, solo existen tres aldeas donde las novias, ocasionalmente, pueden llegar a ser pintadas.
En el video, Shaipi está rodeada de amigas que le cantan. La mujer casada usa un atuendo tradicional amarillo y rojo brillante, mientras que las mujeres solteras visten de blanco. Shaipi llora de manera estridente y auténtica, porque pronto deberá despedirse de su familia. Su tristeza no parece atenuada por el hecho de que su nueva casa, la de su esposo y su familia, está a solo dos minutos caminando de la casa de sus padres.
Sus amigas cantan: “Hasta ahora, escuchaste a tu madre. Ahora deberás escuchar a tu suegra”.
“¿Sabe escuchar?” Esto le pregunto a la suegra, que está sentada frente a ella en la sala de estar. “Sí, sabe escuchar”, asiente, con igual cantidad de seriedad y orgullo.
“Escucho”, bromea Shaipi. “Tengo oídos”.
Otra parte importante de la celebración de Kurban Bayram (el sacrificio tradicional) está en marcha en la aldea cercana de Nebregoste, donde las casas parecen precipitarse por las empinadas calles, con las montañas Šar como decorado de fondo. Hay mucha actividad en la plaza principal. Aproximadamente 30 hombres en trajes de lluvia amarillos y camuflados, con cuchillos, sogas y bolsas plásticas se están organizando. Se está preparando una gran parrilla en la parada de autobús para cocinar la carne de siete toros, donados por emigrantes locales Nashentsi en Suiza.
La matanza es eficiente y se ejecuta de acuerdo con los principios islámicos. Hay balanzas para pesar la carne y bolsas plásticas para dividirla y distribuirla entre los pobres. Pronto, un hombre camina entre la gente ofreciendo trozos de hígado recién cocidos en una tabla.
Ismailj Zulji está inmortalizando la escena con su teléfono inteligente, enviando el video en vivo a su familia en Zúrich. Es un contratista general que está cerca de la jubilación y vuelve a su aldea varias veces por año. Ayuda a reunir fondos para proyectos como el arreglo de la plaza principal o la compra de ganado para los Bayram.
La comunidad Nashentsi en Zúrich está unida y bien organizada, afirma, y normalmente se reúnen 1.500 personas para fiestas en un lugar llamado Sports Club Šar. “Es importante que nuestros hijos sepan lo más posible sobre nuestra cultura y nuestras raíces”, explica Zulji. Existen innumerables comunidades balcánicas en la diáspora. Las primeras generaciones datan del periodo socialista yugoslavo.
Mientras que los abuelos de Zulji arreaban ovejas en las montañas Šar todos los veranos y las llevaban hacia las tierras bajas de Salónica en invierno, sus hijos han ido a la escuela y ya no siguen las profesiones tradicionales. A su criterio, los medios sociales les han ayudado a desarrollarse personalmente y como comunidad. “Mi hijo lee sobre los Pomaks en Bulgaria por Internet”, dice.
Internet ha ayudado a fortalecer las conexiones. “No solo tenemos una comunicación sin interrupciones, sino que incluso hay casamientos entre Gorani en Gora y Gorani en Suiza que se han conocido por Internet”, se asombra. “Algunos niños están tan conectados que parece que estuvieran aquí”.