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Voces de Afganistán, que se presentará en Berkeley el 2 de marzo: Abbos Kossimov, Pervez Sakhi, Homayoun Sakhi, Ustad Farida Mahwash, Khalil Ragheb y Ezmarai Aref (de izquierda a derecha). |
esde 1980, el área de la bahía de San Francisco se ha convertido en el hogar de la comunidad más grande de expatriados afganos (alrededor de 120.000) en los Estados Unidos. La mayoría de ellos vive en la comunidad de Fremont, en la bahía este. En ese pequeño enclave de inmigrantes se encuentran algunos de los mejores exponentes de la tradición artística y musical afgana, destrozada por la guerra. Los principales integrantes de este grupo y verdaderos iconos entre los afganos son la legendaria vocalista Ustad Farida Mahwash y Homayoun Sakhi, el joven maestro del laúd rubâb de doble cámara.
Entonces, no sorprende que una gran cantidad de afganos de la bahía hayan sorteado el extraño laberinto del campus de Berkeley para asistir al concierto. El resto de la audiencia consiste mayormente de melómanos no iniciados, culturalmente curiosos. Los afganos son testigos de un encuentro de estrellas poco frecuente en los conciertos para la comunidad, mientras que los recién llegados experimentan la irresistible seducción de la pasión y el virtuosismo de la música afgana. Ese encanto, más la confluencia de estas comunidades, es el corazón de la misión del grupo: brindarles a los estadounidenses una visión de su país, para tomar prestada una frase de Berkeley, basada en el amor, no en la guerra.
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Con la capacidad de desatar un “virtuosismo salvaje”, el percusionista Kossimov mezcla sonidos afganos y uzbekos con otros provenientes de India, África occidental y recursos sonoros del jazz. Su instrumento principal es la doyra. |
“Soy una mensajera del amor”, se define Mahwash con gran simpleza. “Del arte en general y del canto en particular: todo es amor”. La especialidad de Mahwash son las canciones románticas clásicas o ghazals, que hablan afiebradamente sobre la alegría, la frustración y los corazones rotos de los enamorados. Al oír su voz clara y sutil trazando esas melodías dibujadas con sabiduría, y al ver las sombras de efímeras emociones a través de su rostro transparente y experimentado, no hay nada más que explicar: realmente no se necesita ninguna traducción de las letras de las canciones, que en su mayoría están en Dari y Pashto. A los 66 años y con un atuendo elegante, que incluye una joya en la forma de corazón de oro al costado de su nariz y su pelo negro en un firme rodete sobre su cabeza, Mahwash es una figura matriarcal modesta y agraciada. Pero esa voz líquida, adornada por ornamentación clásica y también algunos matices rasposos, sigue transmitiendo la urgencia de una joven que se embarca con ansias en un viaje transcendental.
En el escenario, Mahwash está flanqueada por cinco instrumentistas. A su derecha, los hermanos Homayoun y Pervez Sakhi, en rubâb y tula (flauta) respectivamente, si sientan cruzados de piernas, uno junto al otro. Homayoun Sakhi, el director musical del grupo, tiene la edad para ser el hijo de Mahwash. Formado en las tradiciones folclórica y clásica por su padre y maestro musical, Ustad Ghulam Sakhi, fue músico por instinto desde su niñez. Insatisfecho con las limitaciones de su instrumento de 2000 años, agregó cuerdas melódicas para extender el rango del rubâb y desarrolló técnicas de mano derecha originales que diversificaron sus posibilidades sonoras: desde el staccato explosivo de un banjo a los sobretonos metálicos de un salterio santoor percusivo. Sakhi también toca la tabla (tambores pulsados con la mano) y el armonio, y tiene una bella voz, con la que en ocasiones agrega su suave tono tenor para complementar el alto enamorado de Mahwash.
A la izquierda de Mahwash, en el armonio, se sienta Khalil Ragheb. Su cuidado aspecto (pensemos en un Paul McCartney adulto) hace honor a sus 16 años como presentador televisivo en Irán, una carrera que ha revivido durante sus 23 años en la bahía. Ragheb tocó por primera vez junto a Mahwash en 1977, cuando estaba trabajando con otro icónico cantante afgano, Ahmad Zahir, que murió en junio de 1979, en su mejor momento y cuando el país se debatía en conflictos políticos. Eso motivó que Ragheb se exilara más de una década antes que la propia Mahwash. Por eso, su reunión en este grupo tiene un profundo sentido nostálgico que se siente en sus ceremoniosas interacciones.
Como ensamble final del conjunto están los dos percusionistas, el ejecutante de tabla Ezmarai Aref y el virtuoso de doyra, daff y derbouka Abbos Kossimov. Kossimov es uzbeko (el único del grupo que no es afgano), pero su amplio conocimiento de la música de Asia Central es calificación de sobra para tocar con sus compañeros. Más aún: igual que Homayoun Sakhi, es un prodigio, un ejecutante feroz y un brillante innovador.
El instrumento principal de Kossimov es la doyra, un tambor de marco pequeño revestido con una cortina de 64 anillos de metal que pueden sonar libremente o golpear contra la pared interna de la piel seca del instrumento. Sin embargo, ha extendido sus posibilidades de todas las formas posibles, adoptando técnicas, golpes y ritmos de la tabla india, el djembe de África Occidental e incluso el toque de bateristas de jazz. Actualmente, tiene estudiantes en todo el mundo y sale de gira con distintos artistas, entre ellos el coloso de la percusión india, Zakir Hussain.
En un momento del programa de Voces de Afganistán, el grupo abandona los románticos ghazals y las canciones folclóricas afganas para que Hou-mayoun Sakhi, acompañado por dos percusionistas, se embarque en un exigente raga clásico. Los ragas demandan que un ejecutante saque a relucir su profundo conocimiento de la ornamentación melódica, la estructura rítmica y las habilidades para la improvisación. Con un comienzo lento y en solitario, explora las posibilidades sonoras de su instrumento deslizándose suavemente por floridos arreglos melódicos. El rubâb es el ancestro del sarod, uno de los instrumentos más populares de la música clásica del norte de India. Pero mientras se desarrolla esta larga pieza, Sakhi muestra técnicas propias poco frecuentes, como la pulsación de las 15 cuerdas simpáticas o resonantes del rubâb con las uñas, para producir una cascada de melodías cíclicas.
En el concierto de Berkeley, Homayoun participa en intercambios casi telepáticos con los percusionistas, particularmente con Kossimov. Los dos parecen compartir una sola mente cuando se responden a la perfección exigentes ritmos improvisados. Cerca del final del raga, Kossimov se desata y demuestra su salvaje virtuosismo. Con los dientes apretados y los ojos brillantes, sus dedos vuelan como martillos mecanizados para dejar paso a un torrente de ritmos que se anuncian con la potencia de disparos de rifle. Toca dos doyras a la vez, tira una por el aire y la agarra, todo en el contexto de su frase. Casi con un matiz carnavalesco, gira su doyra en el dedo como un plato. La audiencia estalla en un rugido colectivo de aprobación. Después, Kossimov, Homayoun y Aref vuelven a unirse en una elegante reiteración del tema principal del raga, descomprimiendo el ambiente y tocando con gran relajación física, sonriéndose unos a otros como hermanos en una broma familiar.
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Originalmente una invención europea, el órgano a manivela conocido como armonio que usa Ragheb en Voces de Afganistán ha formado parte de los conjuntos musicales de India y algunos lugares de Asia Central desde fines del siglo XIX. |
Luego, el grupo se adentra en una de las ghazals más lentas y profundas de Mahwash, “Ishq Mami Biya” (Eres mi amor y mi alma). La voz de Mahwash, ausente durante un rato, regresa como una brisa fresca, con ocasionales matices cascados tan suaves como un diamante. La presentación culmina con una sostenida ovación de pie, un bis y otra ovación. Para Voces de Afganistán, se han unido mundos cruzados y la misión del grupo se ha cumplido de forma magnífica.
Por supuesto, nada de esto ha sido fácil. Dawn Elder, quien creó el grupo junto a Mawash y Homayoun, ha hecho su carrera llevando músicas de varios rincones del mundo a un reconocimiento internacional. “Compartir música es el mejor regalo que una persona puede darle a otra”, me dijo después de dos años de duro trabajo en el proyecto. “Voces de Afganistán es una inspiración para mí. Amalgaman un talento increíble, una naturaleza humilde y un profundo amor por su país y su cultura. El mundo necesita escuchar esta música”.
Para los músicos, el arduo trabajo comenzó muchos años antes, cuando decidieron enfrentar el estigma de seguir una carrera musical en una sociedad conservadora y políticamente inestable. Cada uno de los miembros afganos de Voces de Afganistán siguió su propio camino desde Kabul a Peshawar, Pakistán, el destino para los músicos afganos expulsados de la capital debido a los distintos conatos bélicos posteriores a la incursión rusa de 1979, y por último California, el lugar que ahora todos ellos consideran su hogar. Pero no fue hasta 2012, a pedido de Elder, que se unieron formalmente como grupo.
El camino de ninguno de estos músicos ha tenido tantas idas y vueltas que el de Mahwash. Actualmente, vive con su esposo, Farouq Naqshbandi, en una pequeña casa cerca de Fremont Boulevard. En los días previos al concierto de Berkeley, me invitaron junto a Elder a una casa llena de premios enmarcados, pósteres y fotografías con personas famosas, incluidos los maestros musicales de Mahwash y su favorita personal, la fallecida cantante sudafricana Miriam Makeba.
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Mucho más viejos son los tambores de mano llamados tablas y el rubâb con cuerdas, que Homayoun Sakhi aprendió a tocar gracias a su padre y maestro musical. |
Habían cajas llenas de figurillas de flores, derviches giratorios, mujeres cantando y otros simpáticos personajes. Visitar el salón y el comedor de Mahwash era revivir una carrera que abarca cuatro décadas y cinco continentes. Cuando nos sentamos a tomar té verde, acompañados de almendras y dulces, comenzó por el principio, la casa de su infancia en Kabul, donde creció escuchando a su madre recitar el Qur’an y cantar instintivamente todas las bellas melodías que llegaban a sus oídos.
“Mi madre tenía una linda voz”, recuerda Mahwash. “Heredé esta voz de ella”. De igual manera, la persona más responsable por la exitosa carrera de Mahwash bien podría ser su esposo, cuyo apoyo ha sido valiente e incondicional. Es algo sorprendente teniendo en cuenta los comienzos de la pareja. “Nuestro matrimonio no fue por amor”, advierte Farouq. “Fue un matrimonio pactado. No nos conocíamos cara a cara, solo habíamos oído hablar uno del otro”.
“Un mes más tarde”, interviene Mahwash en su inglés con fuerte acento, “era la prometida de Farouq. Tres meses, eso fue todo. Nos habíamos casado”. Cuarenta y ocho años más tarde, sentados en su soleado salón de Fremont, Mahwash y Farouq son la imagen de la dicha marital. Fueron corteses y dulces uno con el otro, y casi siempre que Mahwash comenzaba a cantar una canción, como suele hacerlo, Farouq la miraba embelesado, y a veces exclamaba que estaba volviendo a enamorarse de ella.
“La primera persona que me escuchó cantar fue Ustad Khayal”, rememora Mahwash, describiendo el inicio de su carrera. (Ustad es un término honorario que significa “maestro”). Ustad Hafiz Ullah Khayal era supervisor en la oficina donde Mahwash trabajaba como secretaria, pero también era programador de música en Radio Kabul. Al escuchar cantar a su secretaria, se decidió a difundirla.
Mahwash le dijo que era imposible. “Mi esposo me mataría”. Al parecer, estaba equivocada. Farouq recuerda: “Dije: ‘Está bien, acepto’. Por supuesto, no fue fácil para mí. Debí pelear con mi familia y con la suya, pero asumí esa responsabilidad”. Pronto, Ustad Khayal le dio a Farida Gualili Ayoubi Naqshbandi el nombre con el sería conocida de allí en más: Mahwash, que significa “como la luna”.
Temerosa pero entusiasmada, Mahwash debutó en radio en 1967, y pronto comenzó su educación musical formal. Un reconocido cantante afgano, Ustad Hussain Khan Sarahang, la escuchó cantar en la radio y la invitó a estudiar con él. Esta educación duró dos años. Sarahang había aprendido música de su padre y viajó a la India para estudiar ragas clásicos. Retornó como ustad, aunque, como recuerdan Mahwash y Farouq, era conocido por títulos más prosaicos en Kharabat, el barrio musical de Kabul: “montaña de música, corona de música, hijo de la música, león de música, padre de la música”.
n Fremont, Mahwash nos mostró una fotografía en blanco y negro tomada en Kabul en 1975. Ella está sentada en el centro de una reunión festiva informal, con su pelo negro en un rodete alto y parte de su cabello ensortijado que caía como una caricia hacia un costado de su cara. Parece contenta. Todos sonríen. A su lado, se encuentra la eminencia de tabla de la época, Hashim Chishti, que acababa de adoptar a Mahwash como estudiante. “En nuestra cultura musical, cuando acudes a una persona para aprender música profesionalmente, se hace una ceremonia de este tipo, una especie de anuncio oficial”, explica. La imagen transmite una camaradería informal entre hombres y mujeres músicos.
“Esa fue la época dorada para todos los afganos”, dice Mahwash con nostalgia. “Las mujeres y los hombres trabajaban codo a codo. Ahora, siempre que se nombra a Afganistán en la TV, se ven personas con turbantes o uniformes, y armas sobre sus hombros. Cuando veo esto, me siento muy confundida. No sé de dónde salieron estas personas. Estoy muy triste por lo que sucede hoy en día en Afganistán...”.
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Los miembros de Voces de Afganistán se juntaron en Freemont, California, habiendo emigrado de Afganistán a través de Peshawar (Pakistán) en momentos diferentes. Arriba a la izquierda: El flautista Pervez Sakhi y el videasta Saeed Ansari. Arriba a la derecha: El virtuoso del rubâb y cofundador Homayoun Sakhi. |
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Cortesía de De Management |
En 1970, Farida Mahwash (abajo a la izquierda) fue distinguida por maestros musicales en Kabul en una gurmany, una ceremonia en la que fue aceptada como una de las maestras musicales de Afganistán. Luego tuvo cinco hijas y, en 1989, escapó con su marido Farouq a Pakistán, y luego a Fremont. |
En 1977, Mahwash tocó una canción llamada “O’Bacha” (Ey, niño), un divertida crítica a las influencias occidentales en la vida afgana, que en una parte de su letra decía: “Ey, niño, no quiero bailar bailes occidentes contigo. No quiero bailar el cha cha cha contigo. Quiero bailar al estilo afgano. Quiero bailar balkh y logar”.
La canción es compleja, con muchos cambios de raga y ritmo. “Como siete canciones en una”, describe Mahwash. Otros cantantes no han podido aprenderla después de tres meses de práctica, pero Mahwash la aprendió en un día. El nuevo presidente del país, Mohammed Daoud Khan, tomó nota de esto y reunió a las personas más influyentes de la cultura del país para analizarlo. “Hablaban entre ellos”, recuerda Mahwash, “y estuvieron de acuerdo en que reciba este título: ustad”. Fue la primera mujer en Afganistán en recibir este honor. Y sigue siendo la única.
La era dorada de apertura artística de Mahwash, con giras en todo el país y la región, llegó a un abrupto fin cuando los tanques rusos entraron en Afganistán, a fines de 1979. El nuevo régimen purgó al personal de la radio, y Mahwash fue una de las 13 cantantes a las que se aplicó un despido sumario. Fue forzada a tomar un trabajo de mecanógrafa en el Banco Central de Afganistán. Pero dos años más tarde, la nueva conducción de la radio nacional torció el rumbo político y Mahwash fue invitada a regresar. Pasó los siguientes ocho años como cantante oficial del estado, actuando para los mandatarios que visitaban el país y de gira con un ensamble de músicos afganos por los países del bloque oriental: Tayikistán, Uzbekistán, Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania Oriental.
“Por supuesto, pensaba en nuestra pueblo y sus problemas, especialmente en las aldeas alejadas”, recuerda. “No sabían nada de política ni de guerra, comunismo o capitalismo. Por eso, cuando viajaba al bloque soviético para dar conciertos, me concentraba solo en la cultura, en mi arte y mis canciones”. Pero en 1989, la resistencia mujahideen estaba ganando impulso por sobre el régimen ruso, y la lucha llegó a Kabul.
“Los mujahideen usaban misiles contra las ciudades”, recuerda Mahwash. “Uno de ellos impactó cerca de mi casa y cerca de la escuela de mi hija. Entré en una profunda depresión. Ya no podíamos soportarlo. Mi esposo hizo arreglos para que la familia abandonara Afganistán y llegara a Pakistán”.
Esto no fue una decisión fácil para Farouq, quien debía mudar a su esposa y a sus cinco hijas a la vecina Pakistán en el medio de la guerra. Pero la vida en Kabul se había vuelto imposible. “Por eso aceptamos embarcarnos en este viaje de horror”, recuerda. “Había dos opciones: la vida o la muerte. Si querías vivir, debías intentar mudarte”. Su estadía en Peshawar fue relativamente breve: 18 meses. Para ese entonces, una de sus hijas se había establecido en California, y comenzó el largo viaje hacia Fremont.
Homayoun Sakhi y su hermano menor Pervez fueron criados con música desde pequeños. Nacido en 1976, cuando Mahwash ya era una estrella, Homayoun comenzó a tocar ritmos en una lata de metal cuando niño, y su padre y maestro supo que estaba ante un prodigio. Ghulam Sakhi había sido un estudiante del ejecutante de rubâb más destacado de su era, Ustad Mohammad Omar (fallecido en 1980), heredero de un linaje musical que se remontaba a 1860, cuando el gobernante de Kabul, Amir Sher Ali Khan, trajo a músicos con formación clásica desde India para tocar en su corte. Se establecieron en Kharabat, el barrio artístico donde la familia Sakhi y tantos otros virtuosos afganos perfeccionaron sus conocimientos y habilidades. La promoción de ideas musicales persas, indias y afganas de Kharabat tomó forma en un enfoque distintivo del arte del ghazal que se popularizó en todo el país. Los percusionistas, cantantes y ejecutantes de rubâb de Kharabat fueron legendarios.
El propio rubâb es un instrumento clásico con un pasado folclórico. Se originó en Asia Central y pertenece a una familia de laúdes de doble cámara que incluye, entre otros, al târ iraní, el danyen tibetano y el rubâb de Pamir. Después del surgimiento del Islam, el rubâb se usó para tocar un estilo devocional de música afgana llamado khanaqa. El instrumento tenía cuatro cuerdas de tripa para la melodía y sin cuerdas simpáticas. Hoy tiene tres cuerdas melódicas de nilón, y 14 o 15 cuerdas simpáticas de acero.
El pesado cuerpo de madera del rubâb tiene tres partes: una caja tallada, una parte frontal y una cabeza. Se tensa la piel de cabra en la cara abierta del cuerpo, de forma similar a un banjo, y las cuerdas melódicas pasan por un puente hecho de cuerno de cabra. La técnica clásica de rubâb se desarrolló bajo la influencia de la música india y persa, y es casi igual a la técnica de mano derecha del banjo, que produce melodías paralelas e incorpora tonos altos y bajos intercalados en la melodía.
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“Soy una mensajera del amor”, dice Mahwash, de 66 años. “Del arte en general y del canto en particular: todo es amor”. |
“Cuando tenía 10 años”, recuerda Sakhi, “practicaba rubâb todos los días... ocho, diez, doce horas. Aprendí todo porque me gustaba todo tipo de música. Me encantaba la música Pashtun. Me encantaba la música para sitar. Escuchaba y le decía a mi padre: ‘Quiero tocar este estilo’. Él me respondía: ‘Está bien’”. No pasó mucho tiempo hasta que el joven tomara ideas del folclore local, los estilos clásicos persas e incluso la música para guitarra, para desarrollar una técnica espectacular, más rápida e intensa que la de cualquier músico en la escena.
“Era un instrumento en el que podía tocar todo”, me dijo con aire de evangelista. “No es solo para Afganistán”. Claro que no. Sakhi ha tocado con Kronos Quartet, la Filarmónica de Berlín, la Orquesta de Cámara de Filadelfia, músicos de jazz y de pop y, por supuesto, muchos cantantes indios y afganos.
“¿Por qué no?”, me preguntó, rehusándose a ser estereotipado, incluso cuando se trata de su propia identidad étnica. La familia Sakhi es Dari, pero él no me lo dijo. “Soy afgano”, insistió. “No hablo de Pashtun, Dari, Tajik. Soy simplemente afgano”.
En septiembre de 2012, Voces de Afganistán hizo una residencia de cuatro días en Wesleyan University en Middletown, Connecticut. Es la primera universidad norteamericana en ofrecer un título de grado en etnomusicología. Mark Slobin, que enseña allí desde 1971, es uno de los apenas tres académicos que han estudiado en profundidad la música afgana antes de que el país se viera consumido por la guerra.
Slobin impresionó a los músicos afganos con imágenes, videoclips, grabaciones e instrumentos de un tiempo anterior al nacimiento de los ejecutantes más jóvenes. Llevó a Sakhi al museo de instrumentos climatizado de Wesleyan y sacó un rubâb que había sido donado a la universidad. Sakhi se maravilló con este ejemplar y deleitó a Slobin con un detallado análisis de las distintas reparaciones y decoraciones a las que había sido sometido a lo largo de los años, algo que solo un ojo experto podía descifrar. Sakhi dijo que el instrumento databa de fines del siglo XIX, una fecha muy anterior a la imaginada por Slobin.
En las vísperas del concierto de Berkeley, Voces de Afganistán se reunión en la sala de estar de la pequeña y moderna casa que comparten Homayoun y Pervez Sakhi en Fremont. Homayoun vino directamente del aeropuerto, con un vuelo que partió de India e hizo escala en Dubái, Frankfurt y finalmente San Francisco. Estaba exhausto. Esto no le impidió dirigir un eficiente ensayo, refinar pasajes melódicos al unísono, ajustar los acompañamientos en el armonio de Khalil Ragheb, mostrarles ritmos a los percusionistas en la superficie de su rubâb y, ocasionalmente, dirigir a la propia Mahwash. Estos músicos son amables entre sí, muy profesionales y se sienten como en casa en California.
“Nuestra comunidad está aquí” explica Farouq. “Nuestras mezquitas, nuestros salones de bodas, las oficinas que ayudan a las personas con los trámites de inmigración, las tarjetas de residencia, las ciudadanías, los mercados que venden comida afgana...”. Incluso las colinas que rodean la ciudad, aunque diminutas para los estándares afganos, y siempre verdes, ofrecen un distintivo recordatorio de los majestuosos picos que flanquean Kabul. Elder y yo experimentamos todo esto cuando Mahwash, Farouq, Homayoun y Aref nos acompañaron a Little Kabul.
Disfrutamos de alfombras afganas en el salón de exposición de un pequeño centro comercial a la vera del camino; el propietario, encantado por la visita, aceptó prestar cinco alfombras para adornar el escenario en el concierto de Berkeley. Exploramos los mercados de Zam Zam y Little Kabul, que venden arroz, salsas y azafrán importado de Herat, además de barriletes, ropas tradicionales, joyas y, por supuesto, CD y DVD de música y películas afganas.
Hay cinco estaciones de televisión afganas en California, disponibles junto con una variedad de canales de Asia Central vía satélite. Una de esas estaciones estaba transmitiendo una novela afgana, con el sonido silenciado, en Maiwand Kabob House and Bakery, donde nos deleitamos con buloni (pan relleno frito con arvejas o papas), cordero, arroz, kofta y té verde. ¡Todo estaba delicioso!
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Cortesía de De Management |
Habiendo tocado en todo el mundo con conjuntos clásicos, de jazz y pop, Homayoun y otros integrantes del grupo visitaron escuelas en los Estados Unidos y en Afganistán (arriba). |
Mientras comíamos, Elder le preguntó a Mahwash por sus visitas a Afganistán, donde regresó para presentarse cinco veces desde 2007. ¿Se considera un modelo para las jóvenes afganas que aspiran a convertirse en cantantes? Mahwash pensó sobre el tema y contestó firmemente que no. “Las cosas han cambiado. Cuando era cantante en Afganistán, era muy modesta”, recordó Mahwash.
Ella lamentó la forma en que las cantantes jóvenes de la música afgana actual, la mayoría en la diáspora, carecen de una formación o un conocimiento serio sobre la tradición. “¿Y respecto a sus hijas?”, presionó Elder. “Si alguna de ellas desea ser música o cantante, ¿contaría con tu apoyo?”
“No”, dijo Mahwash en inglés. “No en la música. Es una vida muy dura. Las mujeres no son respetadas por su trabajo”. Cuando era joven, Mahwash decidió dedicarse a la música. Su meta no era cambiar el orden social. Fue el contexto afgano lo que convirtió a su decisión en revolucionaria. Aunque dudó en recomendar este tipo de vida, Mahwash sueña con fundar una escuela para niñas en Afganistán, un lugar donde aprender el oficio de la música, no la forma de convertirse en una estrella.
Cuando regresaron a Kabul en la actualidad, Farouq y Mahwash dijeron que la emoción más grande que sienten es nostalgia de Fremont. El compromiso de Mahwash con Voces de Afganistán no se basa en ninguna ilusión de gran éxito comercial; podría tener el mismo éxito tocando en eventos exclusivos para expatriados afganos. Más bien tiene que ver con un deseo de devolverle algo a Estados Unidos por recibir a su familia y a su comunidad con tanta generosidad y tranquilidad, y por intentar ayudar a su atribulada patria.
“Siento mucho lo que ha pasado en Afganistán”, dice Mahwash, “especialmente por aquellos que han muerto y por mis seres queridos que aún están allí. Dios es el Dios de todos los seres humanos, no solo de los musulmanes. Por eso, mis rezos son para todos”.
Cuando regresaron al estudio con Elder para terminar el trabajo de su primera grabación como conjunto, Love Songs for Humanity (Canciones de amor para la Humanidad) (a editarse en 2013), los músicos de Voces de Afganistán expresaron distintas variaciones de este mismo sentimiento. Gracias a su arte, pueden permanecer en contacto profundo con su pasado ancestral. También es un potente medio para conectarse con muchos extraños que, por esas cosas de la vida, ahora son sus vecinos.
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Banning Eyre es un autor, guitarrista, productor de radio, periodista y editor en jefe de Afropop.org. Su trabajo en Afropop Worldwide de Public Radio International lo ha llevado a más de una docena de países africanos para investigar músicas locales. Tiene una columna sobre música del mundo en el programa All Things Considered de NPR, y recientemente finalizó una serie sobre música e historia en Egipto para Afropop Worldwide. |
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