Volumen 64, NĂºmero 4julio/agosto 2013

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En los últimos años, a medida que una cantidad cada vez mayor de otras naciones del Golfo se han unido a las pertenecientes al reino, la población de ‘Asir, que era de aproximadamente un millón y medio de personas, ha comenzado a duplicarse en los veranos. Los visitantes han llegado para disfrutar las temperaturas templadas de las montañas, los parques de un verde espectacular y los babuinos salvajes en libertad que tiene la provincia. Por su parte, los lugareños han mostrado interés por compartir sus coloridas tradiciones con los visitantes. Esto incluye especialmente el literalmente colorido trabajo de sus pintoras de majlis.

El majlis (plural: majalis) es la “sala” de un hogar saudita, el lugar donde se recibe a los invitados. En los hogares ‘Asiri, desde tiempos inmemoriales, los majalis han sido pintados tradicionalmente por mujeres en un patrón definido de líneas, figuras similares a ramas, triángulos y cuadrados que se envuelven por todo el ambiente. Dentro de cada cuadrado (llamado khatma), el artista expresa su individualidad en una especie de miniatura. Los colores siempre fueron vívidos y los patrones pueden ser intrincados o simples, pero las pinturas en la pared eran motivo de orgullo para las mujeres en sus hogares.

En la capital de Abha y en las aldeas de ‘Asir, que están desparramadas por las montañas hasta las planicies cercanas al mar Rojo, pueden encontrarse versiones simplificadas del arte, con arrebatos de color, en puentes, negocios, paredes de restaurantes, edificios residenciales y muebles. Los ‘Asiris se han vuelto tan nostálgicos sobre el arte de las mujeres que las imitaciones se han abierto camino hasta el suq, donde los diseños básicos se encuentran en boles, tazas de café, chimeneas y otros artículos del hogar.

Estos productos son una interpretación no tradicional de las pinturas y se producen a escala masiva, y por lo general no son los mujeres ni los lugareños quienes los hacen. Pero los ‘Asiris están rescatando su arte de muchas maneras. Halima bin Abdullah, conocido como Um Abdullah, es una de las figuras clave en este movimiento de preservación ad-hoc. Tanto ella, que tiene alrededor de 60 años, como su marido Abu Abdullah, inauguraron el museo de la aldea Al Shat hace algunos años: una casa de piedra refaccionada cerca de las ruinas de la aldea tradicional de la familia, con sus pasajes interconectados que terminan al pie de la montaña. Asumió como su misión convertirse en historiadora y aficionada a las pinturas, que decoran el museo para que sus nietos puedan conocer su pasado.

El arte comenzó a desaparecer hace 40 años, cuando el gobierno comenzó a modernizar ‘Asir. Las familias se mudaron de las casas tradicionales de piedra y barro, a menudo de varios pisos, y el estilo de vida que se vivía en esos hogares y donde se encontraban las pinturas de los majlis, también han desaparecido.

Um Abdullah siempre recordaba con nostalgia los frescos en la vecina aldea, vieja y en ruinas. Hace diez años, después de criar a 10 hijos, decidió aprender a hacer el nagash, nombre que reciben las pinturas en ‘Asir, de forma autodidacta. “Cuando era niña, miraba a mi madre hacer los majlis”, recuerda. “Los triángulos en las pinturas con los pequeños árboles se llaman banat [niñas], y le daba a cada triángulo el nombre de una de sus hijas, como hacían todas las madres. Era divertido”.

“Estas pinturas inusuales están vinculadas con el trabajo de otras mujeres en la región en virtud de su propósito (ampliar los espacios en interiores) y por el uso de patrones geométricos para crear una narrativa que refleje sus vidas”, explica la Dra. Sharon Parker, una académica e historiadora de arte independiente que ha dedicado décadas al estudio del arte de Oriente Medio.

“Los cuadrados, triángulos y líneas diagonales interrumpidas se encuentran en los tejidos al-Sadu beduinos; en alfombras de afganas, de Baluchi, Bakhtiari y otras tribus; y en colgantes de paredes de tiendas y pequeños sacos hechos por las mujeres para embellecer sus tiendas o llevar sus pertenencias”, agrega Parker . “Los patrones en estos artículos del hogar denotan el paisaje, las plantas y los animales de las regiones por las que viajaban estos grupos.

“Algunos de los triángulos más grandes representan montañas. Las líneas en zigzag significan agua y también relámpagos. Los triángulos pequeños, especialmente cuando el área más grande está en la parte superior, se encuentran en las representaciones preislámicas de figuras femeninas. Que los triángulos pequeños encontrados en las pinturas de ‘Asir se llamen banat puede ser un residuo cultural de un pasado remoto y olvidado”.

Hace 70 u 80 años, comenzaron a llegar a la zona pinturas comerciales. Anteriormente, los colores provenían de fuentes naturales, y Um Abdullah disfruta usando ambos. Ella colecciona los colores naturales de la tierra, recolectando piedras mientras camina por las montañas pastoreando ovejas. Luego experimenta, triturando las rocas y mezclando el polvo para ver qué colores obtiene. El rojo viene de la piedra meshiga. El marrón claro viene de la savia del árbol somgha en la primavera. En el verano y el invierno, del mismo árbol se obtiene un color marrón oscuro. El pasto en donde están los animales que pastorea le proporciona el verde que necesita. Ciertas montañas tienen piedras desde las que puede extraer un color amarillo dorado.

“Podías darte cuenta de la riqueza de una familia por sus pinturas”, explica Um Abdullah. “Si no tenían mucho dinero, la esposa podía pintar solamente el motholath”, las líneas rectas, simples y básicas, en patrones de tres a seis repeticiones en rojo, verde, amarillo y marrón.

En la vieja aldea, pueden encontrarse restos decolorados de las pinturas si se sabe en qué cueva o rincón buscar, como lo hace Mohammad Tala, sobrino de Um Abdullah. “Es triste que hayamos perdido todo esto”, dice, hablando sobre una pintura descolorida y agrietada que descubrió en una casa de piedra en la cima de la montaña. “Tenía una tía a la que quería, y fue solo cuando murió que las personas comenzaron a hablar sobre sus pinturas y lo bellas que habían sido. No tenía idea. Durante un largo tiempo, el trabajo de estas mujeres quedó en el olvido”.

La vieja pintura que descubrió consistía principalmente de tonos verdes y marrones. Sin embargo, la paleta de colores disponibles para los artistas se expandió con el paso de los años. El color azul, por ejemplo, que no podía crearse con los frutos de las montañas, llegó con la pintura comercial.

“Los colores tradicionales eran negro, blanco y rojo. Pero con el aumento del comercio, particularmente con Aden en Yemen, las mujeres podían ser más creativas y estar más orgullosas de su trabajo”, dice Ali Ibrahim Maghawi, autor de Rojol, memoria de una aldea árabe. “Luego aparecieron los diseños elaborados, especialmente entre las mujeres de clase alta, que tenían más tiempo”.

Maghawi y su tío Mohamed Mohamed Torshi Al Sagheer (más conocido como Aam Torshi), ambos maestros jubilados, han dedicado gran parte de su tiempo a preservar su aldea Rijal Alma’a, de casi 1000 años, como atracción turística. Han convertido lo que quedaba de las abandonadas edificaciones de piedra, similares a fortines, en un museo con el agregado de un edificio recreado. “Esta era una aldea donde había comercio. Todas las aldeas tienen su propósito”, dice Maghawi. “El nuestro ahora es preservar nuestra cultura, y eso incluye las pinturas”.

Subiendo los empinados escalones, por las bajas arcadas y los caminos de la aldea, cruzamos los pisos endentados que las mujeres hacían remojando sus manos en barro húmedo para crear una superficie que masajee los pies. Encontramos restos de pinturas que reflejaban la sofisticación del hogar de cada pintor.

Pero Maghawi y su esposa Fatima Faya también han trabajado para revivir el arte. Fatima estudió el arte de generaciones anteriores y desarrolló una cooperativa de aproximadamente 20 mujeres, que aprendieron y trabajaron juntas en las pinturas. En la actualidad, pintan lonas para colgar en paredes. A veces, pintan las tradicionales placas de metal que se ataban sobre los frescos como campanillas.

Cuando alguien le dice a Maghawi que las mujeres deberían seguir haciendo majalis, él disiente. “Lo que debería suceder es que todos puedan ver las pinturas y comprarlas”, afirma. “De este modo se convertiría en un negocio, algo que también es bueno para las mujeres. De este modo, el arte sobreviviría. Somos una sociedad más conservadora ahora que antes, y no sería posible que una mujer fuera a casas de otras personas para pintarlas”.

Hasta hace 40 años, pocas mujeres en Asir usaban velo, y pintar las casas de otras personas era el medio de vida de algunas de ellas. De hecho, algunas pintoras legendarias son recordadas por su nombre debido a sus estilos únicos. Pero si algunos de sus trabajos se conservan actualmente, están solo parcialmente intactos.

Um Abdullah recuerda como eran las cosas en los viejos tiempos. “Si una mujer no sabía pintar sus propios majlis, contrataba a alguien que lo hacía por trueque”, explica. “Quizás por miel o por samna [mantequilla clarificada]”.

Fatima Abou Gahas, armada con pinceles hechos de pelo de cabra, era la única de estas famosas pintoras que vivía para pintar las paredes de hogares modernos, los de su hija Salha y su yerno Aam Torshi.

La madre de Fatima Abou Gahas, Amna, también había sido una pintora reconocida. Pero Fatima, que enviudó joven y tenía cuatro hijos pequeños, debía pintar como medio de vida.

Unos años antes de la muerte de Fatima, Aam Torshi le pidió que enseñe su arte a varias mujeres de diferentes edades. ¿El lugar? Un taller en que las mujeres pintaban los majlis de los humildes hogares donde habían nacido. Ahora ha construido Qasr Bader, como se llama la casa, un museo privado, y sigue cerrando la puerta con la llave original, del tamaño de su antebrazo.

“Al principio, dibujaba con pintura negra para hacer el diseño básico, aunque por su cuenta. A diferencia de la mayoría, no necesitaba tantas referencias”, dice, observando que en los viejos tiempos se usaba carbón, no pintura negra. “Luego, dibujaba un punto negro donde hacía falta color, y otras mujeres pintaban el color. Las mujeres llegaban a las cuatro de la tarde y se quedaban hasta el llamado para la última oración [al atardecer]. Terminaban el trabajo en menos de dos semanas”.

Normalmente, hacer un majlis lleva uno o dos meses, según los detalles que incluya. Salha creció escuchando como llamaban “genia” a su madre. Sentada entre los modernos majlis que su madre pintó, Salha solo puede decir que la creatividad de Fatima Abou Gahas “provenía de Dios”.

“Sus diseños simplemente se le aparecían”, recuerda. “Una vez, estaba orando en mi casa, luego se levantó y me dijo que la alfombra de oración le había dado una idea, y necesitaba pedirme prestada la alfombra”.

Cuesta abajo en la planicie costera, el Tihama, donde hace unos 10 centígrados (20 °F) más de calor y hay mucho más sol, las casas tradicionales estaban hechas de tierra mezclada con paja y agua. Las pinturas en esta parte de ‘Asir son más osadas, más grandes y con menos detalles que las de la alta sierra, pero siguen los patrones de líneas paralelas separadas por cuadrados en miniatura. A casi dos horas en auto desde Abha, las casas de adobe del área tienen bastante más de 200 años y siguen en pie, muchas de ellas en buenas condiciones. Pero sus ocupantes se han mudado y el arte es difícil de encontrar.

En Musallem, una aldea bastante alejada de la carretera principal, una casa se destaca. Hace seis años, Shahera Ali Al Sharif decidió pintar su nueva casa de la forma en que, según sus recuerdos, lo hacían su madre y sus antepasados. Shahera, ya abuela, se agenció la ayuda de sus hijas para que completasen las líneas negras que trazaba. También pintó los techos del blanco tradicional, con tiza mezclada con sal y agua. Las líneas pintadas en los profundos escalones guiaban hacia arriba a los visitantes, para poder apreciar los majalis individuales para hombres y mujeres. Para no llevarse por delante el marco de la puerta, también pintado, había que agacharse. Shahera sirve café y dátiles a sus visitantes, y se encoge de hombros cuando le preguntan la rázon por lo que hizo todo esto. “Tenía ganas de intentarlo”, opina sobre los brillantes resultados. “Intenté obtener todo lo que pude de la naturaleza. Por ejemplo, los tonos marrones son de rocas, y los verdes de qat y otras plantas”.

Las flores y las ramas componen parte del diseño. Esto difiere del arte de las montañas, donde no aparecen seres vivos. En otro contraste con las montañas, el exterior, las ventanas y las puertas de esta casa también están pintadas con colores primarios y patrones gruesos. Sin embargo, los exteriores de la mayoría de las casas de adobe en Tihama son más simples por fuera, quizás solo con blanco, azul o amarillo alrededor de las ventanas y una sola franja de color en el frente, y a veces ni siquiera eso.

Las hijas y las nietas de Shahera disfrutaron el proyecto, pero no ambicionan convertirse en pintoras. “El arte es algo que estudiamos en la escuela”, dijo una de ellas. “Tenemos nuestras propias ideas para nuestras casas”.

Sin embargo, todas parecen coincidir en que la decoración moderna no tiene la complejidad de las pinturas, que ofrecen entretenimiento y sorpresas constantes a medida que se exploran los patrones únicos de cada cuadrado.

La región de la montaña ha hecho varios esfuerzos por construir museos, para reconocer y exhibir las pinturas. Sin embargo, poco se ha hecho en las zonas más bajas. El maestro de escuela Ali bin Saleh está intentando corregir esta falta.

La casa de adobe en la que creció ahora se usa para almacenar granos, mayormente el maíz blanco por el que es famosa la región, mientras que su familia vive al lado, en una casa moderna. Pero se enorgullece de las pinturas en la casa vieja, hechas por su madre, y espera poder mantener la casa intacta para las generaciones futuras. “Vivimos en algún lugar entre el pasado y el presente”, ilustra, parado cerca de un horno de exteriores tradicional, que la familia sigue usando para hornear pan, aunque la casa tiene una cocina moderna. “Cuido la casa vieja y las pinturas porque quiero asegurarme de que nuestros hijos puedan ver tanto el pasado como el futuro”.

De vuelta en Abha, la aldea Muftaha es la única colonia de artistas financiada por el gobierno en Arabia Saudita. Con muchos nagash simulados en su fachada, puede albergar a 30 artistas al mismo tiempo. Muchos de estos artistas, hombres y mujeres, han incorporado elementos del arte de las mujeres en sus lienzos: el patrón de la puesta de sol en un caso y la tela de un vestido que una figura usa en otro. Los artistas y los visitantes a Al Muftaha hablan con frecuencia sobre los orígenes de las pinturas. Algunas personas afirman que la influencia proviene de Yemen e India, o quizás de África. Otros dicen que es completamente orgánica y que, durante la conquista árabe, el arte de la mujer fue llevado a España e influenció a su vez a América Latina.

“Mientras que los patrones y las opciones de colores pueden viajar y ser replicadas por otros grupos, la característica única de las pinturas de las paredes de ‘Asiri es que fueron diseñadas tradicionalmente y ejecutadas exclusivamente por mujeres”, explica Sharon Parker. “El interior de los palacios ‘Umayyad en Cordova y de los palacios Safavid en Isfahan, las casas de familia y los edificios oficiales de España a Asia fueron frecuentemente embellecidos con frescos, tejas o paneles de madera pintados. Pero fueron hecho por trabajadores hombres y artesanos. Las mujeres de ‘Asir pintaron sus propios interiores”.

Alia Yunis (www.aliayunis.com) es una escritora y directora que vive en Abu Dhabi. Es la autora de la aclamada novela The Night Counter (Random House, 2010).

Hisham Mortada es profesor de arquitectura en la universidad King ‘Abd al-‘Aziz, en Jiddah.
Nacida en Arabia Saudita, Manal Al-Dowayan produce arte fotográfico que se exhibe y se compra con frecuencia en todo el mundo. Está representada por la galería de bellas artes Cuadro en Dubái. Su trabajo puede apreciarse en www.manaldowayan.com.

 

This article appeared on page 24 of the print edition of Saudi Aramco World.

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