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Volumen 64, Número 5septiembre/octubre 2013

In This Issue

Octubre de 2013 marca el 200º aniversario del nacimiento de Giuseppe Verdi, el compositor italiano de una de las óperas más populares de todos los tiempos: Aída. Ambientada en el antiguo Egipto, se ha interpretado en el amplio anfiteatro romano de Verona, Italia; frente al Templo de Luxor en Egipto; y en teatros de ópera, grandes y pequeños alrededor del mundo, literalmente miles de veces. Pero el camino hacia el éxito de Aída fue sorprendentemente tortuoso.

omo gobernante de Egipto desde 1863, el jedive Ismail estaba determinado a no escatimar en las celebraciones que marcarían la apertura del Canal de Suez en 1869. Sí, fue costoso hospedar con estilo a un millar de visitantes oficiales. Fue verdaderamente costoso construir el nuevo Palacio de Gezira para hospedar específicamente a su visitante más ilustre, la Emperatriz Eugenia de Francia. Y fue increíblemente costoso reconstruir todo un barrio completo de El Cairo para la ocasión -en especial uno que se pareciera al París rediseñado por el Barón Georges Haussmann, completo con bulevares alumbrado de gas, jardines y el primer teatro de ópera de El Cairo. Pero el jedive creía que "mi país ya no se encuentra en África; ahora somos parte de Europa", y que el Canal de Suez cambiaría el curso de la historia mundial o, por lo menos, el curso del comercio mundial.

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"Mi país ya no está en África; ahora somos parte de Europa", dijo el jedive egipcio Ismail Pasha, quien inauguró el Canal de Suez, reconstruyó parte de El Cairo y construyó un epítome de la alta cultura: un teatro de ópera inspirado en el famoso teatro La Scala de Milán, el cual se inauguró en 1869 con Rigoletto de Giuseppe Verdi (arriba). A pesar de ese honor, en un inicio Verdi rechazó la comisión de Ismail, y luego su miedo al mar le impidió asistir a la inauguración.

Las celebraciones por la apertura del canal tenían que ser lo más espléndidas posibles. ¿Y qué podría ser más impresionante que contratar al famoso compositor italiano Giuseppe Verde, cuyo trabajo resonaba en todo el mundo, para crear una oda de celebración que marcara la inauguración?

Por desgracia, Verdi no estaba tan entusiasmado. Aunque su respuesta fue cortés, también fue inequívoca: "Lamento que debo rechazar este honor debido al gran número de mis actividades actuales, y porque no es mi costumbre componer piezas ocasionales".

Sin embargo, no se olvidaron de Verdi. A inicios de noviembre de 1869, Ismail inauguró su nuevo teatro de ópera, decorado en carmesí, blanco y dorado, con la producción de una de las óperas más populares del compositor, Rigoletto. Interpretada por un espectacular reparto italiano y con la participación de 61 músicos de La Scala dirigidos por el antiguo alumno y amigo cercano de Verdi, Emanuele Muzio, Rigoletto fue un éxito rotundo. Así como lo fue el teatro de ópera. La suntuosa construcción de Ismail pareció encantar a la Emperatriz Eugenia y a las otras figuras de la realeza que asistieron, casi tanto como la interpretación. Con sus palcos dorados y candelabros brillantes, era claramente una construcción apta para una emperatriz. O para un rey. O para un jedive. O quizás Ismail haya deseado que el estreno de la primera ópera fuese un tributo a las glorias de Egipto: una nueva gran ópera compuesta nada menos que por el mismísimo Verdi.

Aunque parecía imposible, el deseo de Ismail pronto se haría realidad. En la Nochebuena de 1871, el telón del Teatro de la ópera del jedive se levantó para revelar un impresionante escena del antiguo Egipto en toda su gloria. Aída, la ópera más espectacular de la época, estrenada en El Cairo.

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Impresionado por la historia de una joven esclava etíope escrita por Auguste Mariette (imagen superior), arqueólogo y director de antigüedades egipcias, Verdi comenzó a cambiar de opinión.

¿Cómo sucedió esto? ¿Por qué Verdi, quien no se tomó la molestia de escribir una simple oda, se comprometió repentinamente a escribir una gran ópera a toda escala para Egipto?

Hubo varias razones, pero es casi seguro que la principal fue que, en el guión de Aída, Verdi encontró lo que más valoraba: una gran historia.

Aída lo tenía todo: la hermosa princesa cautiva (el papel principal); el soldado ambicioso, Radamés, que la amaba; y fatídicamente, el padre de Aída, Amonasro, quien afirmaba que el amor de su hija por su país superaría su amor por Radamés. También estaba Amneris, la poderosa y celosa princesa que competía con Aída por el amor de Radamés; y, apoyando todo, estaba la increíble pompa y el esplendor del antiguo Egipto adaptado para el escenario del siglo XIX.

Sin embargo, para comprender en su totalidad como se creó Aída, debemos regresar a 1867, cuando el jedive visitó París para inaugurar la exhibición egipcia en la Exposición Universal. Ismail había asistido a la Escuela Militar de Oficiales de Francia en París en los años 1840, pero la ciudad había cambiado desde entonces. Por órdenes del Emperador Napoleón III, el Barón Haussmann, prefecto del Sena, había reemplazado los serpenteantes callejones medievales con bulevares rectos alumbrados de gas y había construido nuevos edificios en los cruces principales. Tal vez el más hermoso de estos, y verdaderamente el más costoso, fue la monumental Ópera Garnier de bellas artes. Aunque en 1867 aún se encontraba en construcción, el edificio estaba lo suficientemente desarrollado para que su atractiva fachada pudiera verse y admirarse.

Con la Ópera Garnier aún incompleta, los aficionados al teatro de París continuaron acudiendo a la Ópera más conocida, Le Peletier. Entre ellos estaba el jedive, quien el 19 de agosto asistió a la interpretación de la más reciente ópera de Verdi, Don Carlo. Fue una presentación que nunca olvidaría. Ya fuera por la poderosa música de Verdi, los decorados y vestuarios suntuosos, o la simpatía por un joven príncipe condenado, Ismail se convirtió repentinamente en un devoto de la ópera, y especialmente de las óperas de Verdi.

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En junio de 1870, Verdi y el director de teatro Camille du Locle colaboraron en el libreto, en francés. Esta página del Acto IV muestra notas al margen escritas por la esposa de Verdi, Giuseppina.

Para cuando el jedive regresó a El Cairo, su mente daba vueltas con los planes para recrear El Cairo tal y como Haussmann había recreado París. Trazaría las calles en amplios bulevares, y en el encuentro del nuevo barrio de Isma’ilyah con los Jardines Ezbekiya del antiguo barrio, edificaría el primer teatro de ópera jamás construido en Egipto, o en todo el Medio Oriente.

Para Ismail, quien recientemente había regresado de París, un teatro de ópera representaba el ícono cultural de la época. Solo con un teatro de ópera podría El Cairo ser considerado como una de la grandes capitales de Europa. ¿Y qué mejor que uno que se pareciera a La Scala, el gran edificio de Milán donde se estrenaban las óperas de Verdi?

La firma italiana de Avosani y Rossi accedieron con gusto, e incluso lograron terminar el edificio a tiempo para hospedar a la Emperatriz Eugenia y otros en la noche de la inauguración de Rigoletto. Como se anticipó, la producción de El Cairo encantó a todos los asistentes. Nadie, sin embargo, estuvo más encantado que Ismail, quien ahora estaba más determinado que nunca de realizar su sueño de una ópera egipcia.

Solo había un problema. Antes de que hubiera una ópera, tenía que haber una historia.

La fuente difícilmente pude ser más improbable.

uguste Mariette, conocido como Mariette Bey en Egipto, nunca afirmó ser un compositor. Tampoco era un dramaturgo. Era el director de antigüedades egipcias, un puesto que se le encargó en 1858 luego de varios años de trabajo excepcional como arqueólogo. Como supervisor de 35 excavaciones, portavoz de la conservación de los monumentos y guardián del Museo de Antigüedades Egipcias, él y su imaginación fueron dominados por las glorias del antiguo Egipto. Mariette había incluso escrito una historia sobre el antiguo Egipto, una historia sobre una joven esclava etíope, una princesa egipcia y el capitán egipcio a quién ambas amaban. Para Mariette, y muchos otros, la historia de Aída parecía el medio perfecto con el cuál fundar la ópera egipcia que tanto deseaba el jedive.

No hay certeza de que Mariette haya mostrado su historia al libretista francés y director de teatro Camille du Locle cuando guió a su amigo por Egipto en 1868. De lo que sí hay certeza es de que el plan de Mariette de adaptar su historia al formato de ópera ocupaba un lugar prominente en la mente de du Locle cuando el libretista visitó a Verdi en Ginebra en 1869.

Du Locle y Verdi habían colaborado con gran éxito en Don Carlo y, con la esperanza de trabajar junto a él en una nueva ópera, a menudo du Locle le enviaba posibles temas para que los tomara en consideración. Aquel diciembre le sugirió una ópera ambientada en el antiguo Egipto, la cual le sería encomendada por el mismo jedive de Egipto. Pero en ese momento Verdi estaba involucrado en otros proyectos y no estaba interesado. Ni tampoco estuvo interesado cuando en el mes de marzo siguiente du Locle volvió a mencionar el tema.

Para ese entonces había pasado más de un año desde la producción de Rigoletto en El Cairo e Ismail se estaba poniendo ansioso. Ya era hora de comenzar a trabajar en su nueva ópera nacional. Ordenó a du Locle y a Mariette que ya no esperaran más. Si no se podía importunar a Verdi, entonces tal vez alguien más podría componerla, y mencionó a Charles Gounod y Richard Wagner.

Mariette transmitió rápidamente esta información a du Locle quien, preocupado de que Verdi pudiera perder esta oportunidad ante otro compositor, le pidió a Mariette una copia del argumento de Aída . En respuesta, Mariette hizo cuatro copias de una propuesta impresa de 23 páginas y envió una a du Locle. Du Locle la reenvió a Verdi el 14 de mayo.

La idea de una ópera ambientada en el antiguo Egipto era una cosa. Un argumento real, completo con personajes sólidos y drama de alta calidad, era otra. Esta vez Verdi quedó impresionado.

"Está bien hecha", escribió a du Locle el 26 de mayo. "Brinda una espléndida puesta en escena, y hay dos o tres situaciones que, si bien no son muy nuevas, son verdaderamente muy hermosas. ¿Pero quién la escribió? Aquí hay una mano muy experta, acostumbrada a escribir y que conoce bien el teatro".

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Para traducir el libreto a la versión italiana, Verdi contó con Antonio Ghislanzoni.

Du Locle respondió rápidamente que el argumento fue trabajo de Mariette y el jedive. (De hecho, algunas secuencias eran de du Locle o incluso de Temístocle Solera, un libretista italiano que trabajaba para el jedive en ese entonces). Pero lo que atraía a Verdi era el drama inherente al argumento, y no los escritores. El 2 de junio el compositor escribió finalmente a du Locle para decirle que la historia egipcia de Mariette sería efectivamente un proyecto de interés, asumiendo que sus condiciones fueran aceptadas: Veri terminaría el libreto a sus propias expensas y, como le atemorizaba viajar por mar, enviaría a alguien a El Cairo para conducir y dirigir la ópera en su lugar, una vez más a sus expensas. Cuando completara la música y el libreto, enviaría una copia al jedive, pero solo para su uso dentro de Egipto, ya que el compositor deseaba conservar los derechos en el resto del mundo. Finalmente, Verdi solicitó un pago de 150,000 francos, y estipuló además que tendría el derecho de interpretar Aída en teatros de ópera fuera de Egipto después de su estreno en El Cairo.

Diez días después, du Locle recibió un telegrama de Mariette. El jedive aceptaba los términos de Verdi, pero con una condición: La ópera debería estar terminada para enero de 1871 (a tan solo seis meses), para que estuviera lista para su estreno en el Teatro de Ópera del jedive en febrero de 1871.

El 19 de junio, du Locle llegó a casa de Verdi en Sant’Agata, Italia, donde durante los siguientes días ambos comenzaron a crear un argumento detallado en francés, la lengua nativa de du Locle. Sin embargo, como una compañía italiana iba a estrenar Aída en lo que la mayoría de los egipcios conocían como "el teatro de ópera italiano", se necesitaba un libreto en italiano. Así que el 25 de junio, Verdi escribió a su editor de música y agente, Giulio Ricordi, para preguntar si el reconocido poeta y libretista italiano Antonio Ghislanzoni estaría preparado para convertir el argumento francés a la versión italiana. Poco después, Ghislanzoni, Ricordi y Verdi se encontraron en la casa de este último para establecer el alcance de trabajo, y a mediados de julio Ghislanzoni envió a Verdi el libreto para el primer acto de Aída.

Verdi tenía entonces 56 años de edad, era un maestro de la ópera y un hombre acostumbrado a que todo saliera a su manera. Ghislanzoni era un poeta, capaz de crear versos sorprendentemente líricos. En conjunto, sus diferentes talentos se complementaban entre sí. Pero Verdi tenía ideas definidas sobre cómo impulsar la acción, y cuando sentía que la poesía interfería con el momento dramático, no dudaba en decirlo. También era capaz de cambiar de opinión, lo que necesariamente significaba cambiar los versos de Ghislanzoni.

La mayor parte del tiempo, Ghislanzoni hacía las alteraciones solicitadas por Verdi con ecuanimidad. Entendía los métodos de trabajo del compositor y respetaba el juicio de Verdi. Pero cuando Verdi deseó alterar las palabras de Radamés a Aída, "No, no morirás... Eres demasiado hermosa", basándose en que la soprano que interpretaría a Aída podría no ser hermosa, Ghislanzoni objetó tan firmemente que, por primera vez, las palabras del poeta se conservaron.

Al mismo momento, Verdi bombardeó a du Locle con un sinfín de preguntas para que Mariette responda: ¿Creían los egipcios en la inmortalidad? ¿Las sacerdotisas eran de Isis o de otra divinidad? Por favor, describa las danzas rituales y la música que las acompaña...

Como experto reconocido en los antiguos usos y costumbres egipcios, Mariette estuvo encantado de responder, pero desde París, a donde el jedive lo había enviado para asegurar que el vestuario, joyas, accesorios y decorados, todos creados por diseñadores de la Ópera de París, fueran lo más auténticos y espectaculares posible.

“Lo que el virrey [es decir, el jedive] quiere", explicó Mariette a du Locle, “es una ópera puramente egipcia y antigua. Los decorados se basarán en narraciones históricas; el vestuario se diseñará según los bajorrelieves del Alto Egipto. En este aspecto no se limitarán los esfuerzos y la puesta en escena será tan espléndida como se pueda imaginar. Usted sabe que el virrey hace las cosas con gran estilo".

Al parecer, Mariette quería seguir las instrucciones del jedive al pie de la letra. Las pirámides de Giza aparecerían en un acto; y el Templo de Karnak en otro. El arqueólogo hizo también bosquejos detallados de los vestuarios, los cuales terminó en acuarela brillante. En manos de los diseñadores maestros de París, había muchas razones para esperar que los diseños de El Cairo eclipsarían incluso las glorias del mismo antiguo Egipto.

uego, casi sin advertencia, todo cambió. El 19 de julio de 1870, el Emperador Napoleón III declaró la guerra a Prusia. La mayoría de los parisinos pensaron que los franceses acabarían con los alemanes en una o dos semanas. Pero el 1 de septiembre, los prusianos derrotaron a los franceses en Sedán, capturaron a la mayor parte de la armada francesa y tomaron como prisionero al mismo emperador. A mediados de septiembre los prusianos habían llegado a Versailles, y el 20 de ese mes rodearon y bloquearon la capital. El asedio de París había comenzado.

Por un breve periodo parecía que, además de cortar el ingreso de los alimentos y otros suministros, los prusianos también habían cortado las comunicaciones; pero no habían contado con el ingenio de los parisinos. El 23 de septiembre, el globo aerostático Neptune flotaba fuera de París por encima de las cabezas de los boquiabiertos prusianos y aterrizó a salvo en Evreux, llevando 125 kilogramos (275 libras) de mensajes. Tras ese éxito, el Ministro de Correos en París estableció un servicio regular de globos, y por un tiempo los mensajes de du Locle para Verdi llegaron sin tropiezos. Sin embargo, conforme el amargo asedio continuaba, las cartas fueron cada vez menos y más espaciadas.

En contraste, las cartas de Ricordi, el agente de Verdi, llegaban a Sant’Agata a un ritmo cada vez más acelerado.

Poco después de que Verdi accediera al contrato de El Cairo, Ricordi había programado una presentación de Aída en Milán. La fecha de producción propuesta, febrero de 1871, no infringía de ninguna forma con el contrato del jedive, ya que la producción de Milán sería después de la fecha programada para el estreno en El Cairo. Pero ya era noviembre, y como Ricordi había señalado en cada carta, la administración de La Scala se estaba impacientando. ¿Sería posible preparar los afiches?, preguntó Ricordi. ¿Podría la administración solicitar suscripciones? ¿Y la contratación de los músicos?

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“Tan espléndida como uno se pudiera imaginar”, ordenó Mariette, cuyo decorado del Templo de Karnak en el Acto II del estreno fue adaptado y vuelto a interpretar en años posteriores por otras compañías para presentaciones como la antes mencionada.

Como ya Verdi y Ricordi sabían, las respuestas a esas preguntas dependían de si los decorados y vestuarios podrían salir de la asediada París. De no ser así, el estreno en El Cairo se tendría que posponer, y también la presentación en Milán.

Conforme se acercaba noviembre, el mensaje en globo tan esperado de du Locle finalmente llegó.

"Mariette está confinado en París, y yo también", escribió du Locle. “Todo el trabajo realizado para Aída ha sido suspendido porque no hay trabajadores suficientes. En estos momentos solo hacemos una cosa en Paris: montar guardia".

Cuando apenas había llegado el mensaje de du Locle, Verdi recibió una carta del administrador de la Ópera de El Cairo, Paul Draneht. No estaba complacido. Al igual que Verdi, se había enterado de que los vestuarios y decorados no llegarían a El Cairo a tiempo para el estreno programado, y que Verdi al parecer planeaba presentar Aída en La Scala ese febrero. ¿Sería posible que Verdi planeara estrenar Aída en Milán, y no en El Cairo?

Aunque Draneht no deseaba recurrir a los términos del contrato, dejó en claro su posición. Si Aída se estrenaba en cualquier lugar que no fuese el Cairo, “…sería la causa de un verdadero pesar” para el jedive.

Verdi aseguró inmediatamente a Draneht que La Scala ya había suspendido las preparaciones para la nueva ópera, pero añadió que el teatro de ópera de Milán aún planeaba continuar el próximo año. Para fortuna de todos los involucrados, el asedio de París se levantó en enero de 1871. Sin demora, los vestuarios y decorados fueron enviados a El Cairo, y en septiembre de 1871 Verdi se encontró con Draneht en Ginebra para dejar la partitura completa en manos del empresario de la Ópera de El Cairo.

Luego de meses de trabajo y preocupación, parecía que las preparaciones finales para la amada ópera nacional de Ismail estaban en su etapa final.

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Esta edición de la partitura fue publicada en 1938.

Solo quedaba un problema. Debido a la postergación indefinida del estreno en El Cairo, muchos de los actores del reparto original habían aceptado otros trabajos, por lo cual Draneht y Verdi debían reemplazarlos en un corto plazo. Afortunadamente, estuvieron de acuerdo en la mayoría de los actores principales, y Verdi estuvo verdaderamente encantado cuando la talentosa Antonietta Pozzoni accedió a tener el papel de Aída. Sin embargo, el papel de Amneris fue un asunto diferente y solo después de que el joven director Franco Faccio asegurara a Verdi que la poco conocida Eleonora Grossi haría justicia a dicho papel Verdi accedió a su selección, para el alivio de Draneht.

Mariette también tenía sus problemas. "Considero absolutamente necesario que no se usen barbas ni bigotes [en los actores]", explicando que los egipcios se afeitaban por completo debido a su religión y costumbre. "¿Se imaginan al faraón con un bigote vuelto hacia arriba y una barba de chivo?" preguntó, preocupado de que la vanidad de los actores pudiera quitarle autenticidad a la producción.

Draneht aseguró rápidamente a Mariette que los actores se verían como egipcios en todos los sentidos, pero incluso él se inquieto cuando, la noche anterior a la inauguración, parecía haber un problema con la maquinaria que movía los enormes decorados de Aída a su lugar.

Sin embargo, la noche de la inauguración, todo estaba listo.

Verdi, no estando dispuesto a superar su miedo al mar, no asistió, pero el jedive sí. Y aunque estuvo presente durante todo el ensayo general de la ópera, estuvo tan emocionado como cualquier espectador cuando el telón se levantó para revelar un antiguo Egipto más hermoso que el que incluso él había soñado.

Estaba el apuesto capitán Radamés, equipado con un escudo de plata sólida. Y también la vengativa Amneris, coronada con una tiara de oro puro y piedras preciosas. Las pirámides de Giza y el Templo de Karnak habían rejuvenecido para servir como el fondo perfecto para el drama que se desarrollaba entre dos amantes condenados por los celos de una princesa vengativa. Y, sobre todo, estaba la música: Radamés pensando en su amor por la princesa etíope en la lírica “Celeste Aída”; la conmovedora aria de Aída, “Numi, pietà del mio soffrir”, rogando a los dioses que la liberen de su sufrimiento; y finalmente el dueto, “O terra, addio”, cuando los amantes mueren uno en los brazos del otro.

La audiencia, que había comprado entradas semanas antes, se sentó cautivada mientras la música de Verdi los llevaba a través de la trágica historia de Aída una escena tras otra hasta que, tarde en la noche, el telón final descendió, ocultando a Aída y Radamés en su abrazo final mientras Amneris condenaba su destino en el templo.

Por un momento todo estaba en silencio. Luego, de repente, comenzaron los aplausos. Casi todos los asistentes se pusieron de pie y, con gritos de "bravo, bravo", voltearon hacia el palco del jedive. "Larga vida al jedive", gritaron una y otra vez.

Ismail se levantó lentamente y asintió hacia la audiencia, pero no dijo nada. No había necesidad. Su cabeza inclinada y rostro radiante reflejaban claramente el inmenso alivio que de seguro sentía. La opera del antiguo Egipto que Ismail había intentado lograr con tanto esfuerzo era un éxito fenomenal.

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"Los decorados se basarán en narraciones históricas; el vestuario se diseñará según los bajorrelieves del Alto Egipto. En este sentido no se escatimarán esfuerzos", escribió Mariette, quien hizo los bosquejos detallados del vestuario para los personajes principales en el estreno.

Fue un éxito que pronto se repetiría. El 8 de febrero de 1872, Aída se estrenó en La Scala. Verdi estuvo ahí para disfrutar de los aplausos aparentemente interminables y de las 32 llamadas a escena. El 20 de abril, Verdi dirigió Aída en Parma, luego en Nápoles. Para 1878, Aída se había interpretado en más de 130 teatros de ópera de todo el mundo, desde Buenos Aires hasta Viena. Hoy sigue siendo un clásico en el repertorio de la mayoría de los teatros de ópera.

Como observó un crítico, “Aída es la única gran ópera de la cual es imposible cortar una sola nota”.

Verdi lo vio de una manera diferente. “El tiempo”, dijo, “dará a Aída el lugar que se merece”.

Y así ha sido.

Jane Waldron Grutz (waldrongrutz@gmail.com) es una ex redactora de Saudi Aramco, quien ahora divide su tiempo entre Houston y Londres, cuando no se encuentra en una excavación arqueológica en el Medio Oriente. Donde sea que se encuentre, siempre encuentra tiempo para escuchar la música maravillosa de Verdi o, cuando es posible, asiste a una presentación de una de sus obras más queridas, la ópera egipcia Aída.


 

This article appeared on page 10 of the print edition of Saudi Aramco World.

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