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Volumen 63, Número 2marzo/abril 2012

In This Issue



Algunas historias no tienen comienzo. Pero, estando sentada en torno a una fogata en un amplio paraje bajo un cielo de estrellas resplandecientes, junto a un hombre con un halcón gerifalte en el puño, tengo la sensación de un comienzo. El ave es de una belleza exquisita, como de otro mundo, y brilla a la luz de la fogata. Cuando me ofrecen la oportunidad de sostenerlo, no me niego. Deslizamos el brazal profusamente acolchado y bordado desde su mano hacia la mía. Acaricio las plumas del ave con la parte posterior de mis dedos. Su peso es, en cierto modo, el adecuado: lo bastante liviano para no ser una carga y lo bastante pesado para hacer sentir la sustancia de aquello que está apoyado en mi muñeca.

Me encuentro en el desierto del Refugio de Vida Silvestre de Ramah, en las afueras de Al Ain en los Emiratos Árabes Unidos, cerca de la frontera con Omán. En la oscuridad de las dunas hay zorros y búhos y, si las medidas de conservación están teniendo éxito, liebres y avutardas hubaras. Es el primer día del Festival Internacional de Halconería, un evento que reunirá a cientos de personas de docenas de naciones en este arenoso lugar para celebrar el reconocimiento cada vez mayor que está teniendo en el mundo su habilidoso deporte —de hecho, su obsesión—.

A fines de 2010, en una reunión celebrada en Nairobi, la Unesco anunció que inscribiría a la caza con halcón en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (ICH). La sala, repleta de halconeros expectantes, estalló en una ovación tan prolongada y estridente que tuvo que darse un receso en la sesión. Abu Dabi fue la ciudad que encabezó la campaña que condujo a este anuncio, tras haber presentado la solicitud en nombre de 11 naciones distintas: los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Arabia Saudita, Siria, Marruecos, Bélgica, Francia, España, la República Checa, Mongolia y Corea. Fue la solicitud más numerosa y más diversa en cuánto a países que la Unesco ICH había recibido jamás.


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a práctica tradicional de la halconería consiste en criar halcones y otras aves de presa y entrenarlas para cazar a su presa en cooperación con los seres humanos. Ya sea que se le considere un arte, un deporte o una forma de sustento, esta relación simbiótica entre ser humano y ave rapaz salvaje antecede en gran medida a la palabra escrita. Se especula mucho con respecto a sus orígenes exactos, pero las pruebas parecen indicar que la halconería surgió en las estepas de Asia central o en Persia hace al menos 4.000 años. En un incensario hallado en Tell Chuera, en el noreste de Siria, que se remonta al 2500 a. C., se encontró lo que aparenta ser la imagen de un halconero sosteniendo una presa muerta.

Es quizás debido a su antigüedad, pero también debido a su amplia extensión geográfica, que el arte de la halconería es tan diverso. El término "cazar con aves" ("hawk") se aplica al vuelo de un espectro de aves rapaces, definidas por sus poderosas garras y picos, los que usan para cazar presas vivas. (Véase "Who's Who Aloft" (quién está en vuelo) en www.saudiaramcoworld.com.) Estas aves pueden ser tan pequeñas como el cernícalo americano de 120 gramos (4 oz) o tan enormes como el águila dorada, cuya envergadura alcanza los dos metros y medio (casi 8 pies). Los árabes prefieren los halcones sacres y peregrinos, además de los halcones gerifaltes del ártico. Los mongoles cazan con águilas doradas, y los holandeses, con azores. Últimamente, el halcón de Harris, una especie de América del Sur, se ha puesto de moda en Gran Bretaña. Los halconeros cazan cuervos y liebres, zorros y lobos, faisanes y avutardas hubaras. Suelen desplazarse a pie o a caballo, en camello o en vehículos todoterreno (suv). Pueden llevar o no consigo un perro de caza y pueden viajar solos o en grupo.

Es quizás debido a su antigüedad, pero también 
                 debido a su amplia extensión geográfica, que el arte de la halconería es tan diverso. Es quizás debido a su antigüedad, 
                 pero también debido a su amplia extensión geográfica, que el arte de la halconería es tan diverso.

Pero también hay que considerar su universalidad. Los utensilios usados en la halconería se han mantenido prácticamente inalterados por siglos, si no milenios. Las pihuelas de cuero que se atan alrededor de las patas del ave permiten sostener con firmeza a la veleidosa criatura. Un grueso guante de cuero o un brazal acolchado protege el brazo del halconero. Una capucha de cuero no más grande que una pelota de golf se desliza sobre la cara y los ojos del ave para mantenerla tranquila, un sencillo método aprendido por los cruzados europeos en Oriente Medio y que reemplazó la práctica más cruel de coser temporalmente los párpados del ave. También está el bolso del halconero, que se cuelga cruzado sobre un hombro: Contiene un señuelo, un elemento hecho con plumas que, al ser agitado desde el extremo de una caña corta, atrae al ave de vuelta al puño. También se usa carne fresca con el mismo fin. En los últimos 20 años, los halconeros han comenzado a atar pequeñas unidades de telemetría a las plumas traseras de las aves para rastrear a los individuos rebeldes, un lujo del cual no disponían quienes volaban aves durante los últimos miles de años.

Se han hecho presentes ya doscientas personas en el campamento desértico, y otros cientos más asistirán al congreso y al festival público simultáneos que se celebrarán en el fuerte Al-Jahili durante la semana. Todos han traído su singular obsesión. Han viajado grandes distancias, desde Escocia, Sudáfrica, Japón o Perú, para ser recibidos por los anfitriones emiratíes. Sin embargo, a excepción de algunos británicos, han tenido que dejar sus propias aves en su país debido a las regulaciones, los gastos y los requisitos de cuarentena; pero han traído fotografías y celulares con tonos de aves rapaces. Algunos tendrán la oportunidad de sostener o incluso volar aves prestadas por zoológicos emiratíes, propietarios privados y centros de conservación; hay docenas de ellas descansando plácidamente en perchas de baja altura clavadas en la arena dentro de una tienda que hace las veces de caballerizas. En una tienda más pequeña se encuentran seis águilas, y en otra hay una variedad mayor de halcones. Se han dispuesto otras 30 tiendas para que las personas duerman, e incluso hay otras tiendas para aves y personas. Durante los próximos siete días, no escucharé conversaciones fuera de tema, sobre películas o la familia ni conversaciones frívolas sobre el clima. Aquí se escuchan solamente historias sobre halcones y cacerías; sobre el pedigrí y el peso en gramos u onzas de las aves; sobre cacerías que fueron exitosas y otras que no. Cuando un ave de rapiña caza, tiene un solo propósito y tiene su atención puesta en una sola cosa. Las personas que las hacen volar no son muy diferentes.


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s oportuno que estemos en Al Ain. Es aquí donde el padre fundador de los EAU, el difunto jeque Zayed bin Sultán Al Nahyan, alcanzó la mayoría de edad y descubrió su identidad. Fue aquí donde el hombre, muy querido por sus compatriotas, desarrolló el amor por los halcones. El último festival internacional de halconería que se celebró en los EAU se hizo a instancias suyas, en 1976, y fue un llamado a las armas para salvar la práctica que vinculaba a la nación joven y rápidamente modernizante con su pasado beduino. Antiguamente, los pastores nómadas solían atrapar a los halcones que pasaban con lazos de pelo de camello cuando estos migraban desde su lugar de apareamiento en Asia Central hacia los climas más hospitalarios de África. Solían entrenar a las aves para cazar con el propósito de complementar la escasa dieta del desierto y también para cazar a la preciada avutarda hubara, una enorme ave terrestre con un elaborado plumaje de reproducción cuya carne, según la cultura popular, tiene poderes reconstituyentes especiales para los hombres. Al cabo de una temporada, los beduinos solían liberar a las aves para que retomaran su ruta migratoria.

No obstante, la halconería en Oriente Medio, al igual que en el resto del mundo, ha cambiado. Con el advenimiento de las armas de fuego, cazar con un ave se volvió un tanto anacrónico. La parte de la ecuación que se refiere al sustento desapareció, y el debate entre arte y deporte se intensificó. El gran negocio de las aves actualmente mueve grandes sumas de dinero que cambian de dueño a medida que las aves son comercializadas en todo el mundo a precios a menudo comparables a los de los automóviles: Algunas aves pueden comprarse por la módica suma de unos $1.000 dólares, mientras que otras pueden costar cien veces ese valor. Algunas nacen en centros autorizados de reproducción en cautiverio que tienen aspecto de pequeñas fábricas y que posiblemente experimentan con razas híbridas; otras nacen en estado salvaje y son atrapadas, algunas legalmente, otras muchas no.

Los patrones de migración de las aves de presa no son novedad. Estas aves viajan siguiendo sus propias rutas épicas de migración, y antiguamente solían ser intercambiadas como regalos exóticos entre los nobles o los miembros de grandes séquitos de cazadores. Marco Polo escribió, en referencia a Kublai Khan, que el gobernante mongol "lleva consigo 10.000 halconeros y unos 500 halcones gerifaltes, además de grandes cantidades de halcones peregrinos, sacres y de otros tipos." A fines del siglo XIV, cuando el sultán otomano Beyazid capturó al hijo de Felipe el Audaz, duque de Borgoña, este rechazó un rescate de 200.000 ducados de oro y, en su lugar, aceptó una docena de halcones gerifaltes y un guante adornado con joyas, pagado por Carlos VI de Francia.

El santo emperador romano Federico II de Hohenstaufen, del que podría decirse que fue el halconero más famoso de todos los tiempos, fue el autor del clásico libro Ars Venandi cum Avibus (El arte de cazar con aves), terminado en 1241 y aún en impresión. Pero gran parte de la inspiración de Federico vino aparentemente de otros tratados existentes, muchos de ellos del mundo árabe: Kitab Dawari Al-Tayr (El libro de las aves de presa), de al-Ghitrif ibn Qudama al-Ghassani, maestro de caza de los califas de Umayyad, data del año 780 d. C. La obra de Federico también se encontró en otros manuscritos árabes precedentes, tales como el de Muhammad ibn Abdullah al-Bayzar y el de un halconero árabe conocido en Occidente como "Moamín". Cuenta la historia que la pasión de Federico era tan absorbente que una vez, mientras sitiaba Palermo, salió de su campamento de cuarteles para ir a cazar. En su ausencia, las tropas de la ciudad incursionaron y atacaron su campamento, asesinaron a sus soldados y le arrebataron su tesoro de campo.

Las aves de presa generan este tipo de efecto en las personas. Yo no soy inmune a él. He visto aves salvajes cazando en lugares salvajes y las he visto abalanzarse sobre presas desde la cima del edificio Empire State de Nueva York, pero aún me falta ver a un halcón cazar con ayuda de un ser humano. En la segunda mañana del festival, paso mi pierna sobre la giba de un camello y este me levanta en medio de la neblina matutina mientras la luz se asoma por el horizonte. En la neblina resuena una cacofonía de bramidos de camello, los sonidos se asemejan a una combinación entre eructos y rugidos.

Una vez listos, partimos lentamente, 30 de nosotros en camello, 3 a caballo y un halcón hembra, hibrido de girifalte y peregrino, con capucha, sentado delante de Saed Ateq al-Mansori en su camello. La noche anterior, junto a la fogata, me senté al lado de al-Mansori y le hablaba con la ayuda del joven Mubarak Sultan al-Mansori, sin relación con el mayor a pesar de tener el mismo nombre y a pesar de que el más joven bromeaba diciendo que el mayor era su abuelo. Saed Ateq al-Mansori es el "jefe de los halconeros emiratíes", decía Mubarak. De hecho, al-Mansori, el mayor, tenía el aspecto que uno desea ver en un líder: una ecuanimidad serena irradia de su rostro bronceado, surcado por arrugas producto de una vida en el desierto. Proveniente de Madinat Zayed, en la parte occidental del país, ha cazado con halcones desde que era un niño. Él recuerda la vida sencilla que estamos reconstruyendo a medida que nos adentramos en el desierto, la ilusión de un cacería eternamente antigua, interrumpida solamente por la elevada fortificación metálica de alambre de púas que delimita la reserva de 35 kilómetros cuadrados (8650 acres). La barrera impide el paso de los camellos de la zona, lo que permite que plantas de sal verde ceniza, arbustos esmeralda brillante e incluso algunos árboles crezcan inconcebiblemente en la arena. Giramos en dirección a las onduladas dunas, con los camellos avanzando por la arena. No se oyen motores de combustión. Hay huellas por todos lados, recuerdos impresos en la arena que revelan los movimientos de las lagartijas, las serpientes, las liebres y las hubaras.

Después de una hora se produce un alboroto repentino. Al-Mansori ha avistado una liebre e instantáneamente le quita la capucha al halcón, que se echa a volar desde el camello para darle caza. El halcón vuela a baja altura y vemos a la liebre —que es grande, del mismo tamaño que el ave y probablemente más pesada— aparecer y desaparecer a medida que desciende entre las dunas. Perdemos de vista al ave y a la libre, hasta que, de repente, en medio de la mágica neblina que se resiste a evaporarse, aparece una gacela que salta y huye mientras el halcón la persigue. Nos olvidamos de la liebre. Sin embargo, la gacela escapa, y el halcón se posa en la cima de una duna a varios cientos de metros de distancia.

Todo se detiene. Volvemos a tomar aliento. Al-Mansori desmonta del camello y llama al ave mientras busca en su bolso de cacería, pero parece haber olvidado su señuelo. El ave no muestra interés en el llamado de al-Mansori ni en su brazal, arrojado en la arena a modo de incentivo provisional para que regrese. Todos desmontamos y nos estiramos. Transcurren cinco minutos y, de repente, una bandada de palomas aparece de la nada. El halcón vuelve a la vida y despliega sus alas para ir nuevamente a la caza. En un principio perdemos de vista a las palomas. Después, el halcón también desaparece.

	Ya sea que se le considere un arte, un deporte o una forma
                de sustento, esta relación simbiótica entre ser humano y ave rapaz salvaje antecede en gran medida a la palabra escrita.

Tal vez regrese, aunque es poco probable. El ave es nuevamente salvaje... Entonces el hechizo de siglos perdidos se rompe mientras alguien hace una llamada por teléfono celular y nosotros continuamos el camino, sabiendo que el dispositivo de telemetría satelital atado al ave nos guiará a ella. Al-Mansori nos guía por el camino mientras canta una canción.

Veinte minutos después tenemos noticias. Nuestra ave no solo fue localizada, sino que también fue encontrada comiendo a una hubara que atrapó. Hubara: el mayor de los premios para los cazadores del desierto árabe. Carne roja para fortalecer la sangre de un hombre. No se menciona el hecho de que la presa fue incubada en un centro de reproducción en cautiverio y, posteriormente, introducida en la reserva de animales cercada. Lentamente nos vamos adentrando cada vez más, y en eso nos encontramos con otro grupo pequeño de cazadores dirigido por el joven Mubarak Sultan al-Mansori, quien lleva su propio halcón y su propia hubara.

Mubarak coloca los restos de la hubara en la arena y le levanta la capucha al halcón para recrear brevemente la cacería. Después de su corto vuelo, la atrae a su puño con más carne y le vuelve a poner la capucha con un único movimiento fluido, atándola con una de las cuerdas de cuero entre el índice y el pulgar y la otra entre sus labios, un gesto tan íntimo como un beso. Levanta la hubara por el extremo de un ala; está a la altura de su pecho cuando el extremo de la otra ala se eleva del suelo. Las plumas son magníficas; largas alrededor de la cabeza y el cuello, un camuflaje desértico perfecto formado por plumas de color amarillo crema con motas negras y una medialuna blanca en las puntas. En el tarso tiene puesto un anillo metálico de identificación del centro de reproducción.

Volvemos victoriosos al campamento; pero esta cacería tiene algo raro. En los EAU, las hubaras en estado salvaje están prácticamente extintas, y los halconeros árabes viajan por todas partes para encontrarlas, usando vehículos todoterreno especialmente equipados que reemplazaron hace mucho tiempo a los dromedarios. "Antes la vida era sencilla", dijo Saed Ateq al-Mansori la noche anterior junto a la fogata. "Ahora a veces parece un sueño. Nos gustaría recuperar esa vida; cazar con camellos". Yo quería escuchar más, pero Mubarak Sultan al-Mansori se había inclinado para enseñarnos unas fotografías en su teléfono celular, y el hilo de la conversación se perdió en el brillo azul de la pantalla.

Pocas horas después de la cacería, una gran olla yace sobre una fogata detrás de la tienda del joven al-Mansori. Le agrega condimentos al caldo: mucha pimienta, za'atar, limón, sal. Los trozos de hubara se agitan en el agua hirviendo. "¿Quiere probarlo?" Mi deseo de conocer el sabor, al menos por una vez, supera mi aversión general a comer animales en peligro de extinción. Mubarak me sirve una taza pequeña. Me la llevo a los labios y sorbo tan rápido que me quemo la lengua; pero, más allá del dolor, degusto un delicioso caldo. No hay carne en la taza. ¿Es realmente dura y fibrosa como he leído por ahí? Y, ¿creo que puede otorgar algún tipo de poder a estos hombres jóvenes y saludables? No, para nada. Pero, ¿que hay del poder de la caza? ¡Ah, sí! "No es una experiencia religiosa, pero se acerca bastante", me indica Oscar Pack, un halconero de Culver (Oklahoma, EE. UU.), ya de regreso en los establos y con un halcón en su puño. "Es demasiado conmovedor ver al ave volar libre. La halconería es realmente la observación especializada de aves. La liberas y las miras actuar como lo harían en la naturaleza. Uno quiere pensar que el ave te está entregando cariño, pero todo el cariño proviene de nosotros".

Meera Subramanian
En 2002, los EAU se convirtieron en la primera nación en expedir un pasaporte de halcón para facilitar el transporte legal de aves conforme a la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por sus siglas en inglés). Desde entonces, Arabia Saudita ha seguido el ejemplo.

U

nesco es conocida desde hace mucho tiempo por proteger los monumentos y objetos físicos más preciados de la humanidad, sin embargo fue recién en 2003 que la organización, en busca de una forma de asegurar las tradiciones humanas que están desapareciendo en medio de la monocultura electrónica globalizante, estableció la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. En la era de YouTube, ¿que sería de la tradición oral épica de la Ramayana, o del tejido de alfombras de Azerbaiyán, o de la lengua de los garífunas? Aunque desde mediados de la década del noventa ha habido conversaciones entre los halconeros en relación a solicitar algún tipo de reconocimiento por parte de la Unesco, la convención de 2003, que actualmente comprende más de 200 tradiciones, les abrió las puertas. Los halconeros de Abu Dabi se encargaron de coordinar las tareas de catalogación, ayudados por colegas británicos, a pesar de que Gran Bretaña no es signatario de la Unesco. Uno de sus motivos fue manifestar su reacción a las restricciones y prohibiciones cada vez más numerosas impuestas a los halconeros en todo el mundo, incluidos lugares como Kenia, Finlandia, Noruega, Suecia y Dinamarca, donde los halconeros tienen que cruzar la frontera hacia Alemania para volar sus aves. En India hay presumiblemente unos pocos individuos que están autorizados legalmente para criar aves. Nueva Zelanda legalizó hace poco tiempo este deporte, después de 30 años de esfuerzo por parte de los halconeros. Las limitaciones surgen de una tendencia cada vez mayor en contra de la caza y a favor de la conservación, en contra de los animales en cautiverio y a favor de los animales salvajes, y en medio de la preocupación por la disminución del número de especies. El hecho de que la halconería ha sido frecuentemente considerada un deporte de élite, incluso aristocrático —¿recuerdan a Kublai Kan?—, tampoco la ha ayudado.

El difunto jeque Zayed Al-Nahyan reconoció esta situación hace más de 30 años. En la actualidad, continúa la campaña un hombre que fue como un hijo para él, Mohammed Ahmad al-Bowardi, presidente del Club de Halconeros de los Emiratos Árabes, secretario general del Consejo Ejecutivo de Abu Dabi y vicepresidente de la Agencia Federal del Medioambiente de los EAU. "La halconería no solo se refiere a la práctica de la cacería —dice durante el festival—, sino también a todo el conjunto de patrimonio humano que se remonta a miles de años atrás".

Y esta es la clave de la lista Unesco ICH: Antiguo pero vigente. "La halconería cumple los tres requisitos para ser un patrimonio cultural inmaterial", señala Katalin Bogyay, presidenta de la Conferencia General de la Unesco. "Es tradicional, es contemporánea y está vigente. La halconería no pertenece a un museo. Está viva". Hace una pausa y agrega: "Es muy romántico, en realidad, que la halconería sea un patrimonio cultural inmaterial".

"Este es un patrimonio cultural material", discrepa Kent Carnie, fundador de los Archivos de Halconería del Centro Mundial de Aves de Presa de Boise (Idaho, EE. UU.), durante una conferencia posterior. Para los halconeros que provienen de lugares donde la halconería es restringida, el asunto es en verdad muy tangible. ¿Hay algo más corporal que los tres halcones peregrinos, el águila calzada y el águila de Bonelli que Zahid Mahmood de Pakistán cría —aunque me cuenta que es ilegal que lo haga—? "Por supuesto que criamos aves", dice. "No podemos olvidar nuestras tradiciones. La halconería existe desde hace 900 años en el subcontinente. Yo la aprendí de mi padre y de mi abuelo. En la familia tenemos una capucha de halcón de 200 años, una hermosa pieza trabajada en cuero al estilo amritsar." Me muestra fotografías y se lamenta.

"Tenemos que salvar este arte", repite Sandeep Shetty, otro halconero clandestino proveniente de Dubai.

Cuando un ave rapaz caza, tiene un solo propósito 
                y tiene su atención puesta en una sola cosa.  Las personas que las hacen volar no son muy diferentes.

"La denominación de la Unesco nos ha permitido tener un mayor respeto de parte de las autoridades", señala Bruce Padbury, de la Asociación de Halconeros de Sudáfrica, mientras estamos sentados en el piso alfombrado de una tienda tradicional hecha con pelo de cabra en el campamento del desierto. "En estos últimos años, algunas autoridades responsables de la conservación habían comenzado a adoptar una actitud más rígida y severa. Cuando la Unesco reconoció la halconería como uno de nuestros patrimonios, estas autoridades se dieron cuenta de pronto que esto no era un pasatiempo, sino una actividad que se realizaba desde hacía miles de años".

Para que un país pueda ser incluido en la lista de ICH, debe ser signatario de la convención de la Unesco ICH y hacer un inventario de su patrimonio cultural inmaterial que incluya la halconería. Pakistán, Austria, Hungría y un puñado de otros países están en proceso de postulación para incluir a la halconería dentro del patrimonio de sus propios países. Larry Dickerson es el presidente de la Asociación de Halconeros de Norteamérica. A pesar de que EE. UU., al igual que Gran Bretaña, no es signatario de la convención de la Unesco ICH, él es optimista. "No hay duda de que la denominación de la Unesco es lo más importante que le ha sucedido a la halconería. Los EE. UU. obtendrán una denominación. Tal vez no mientras yo viva, pero sucederá algún día".

La búsqueda de una forma para concretarlo es uno de los motivos por los cuales se han reunido todas estas personas. Terry Large, presidente de membresía del Consejo de Halconeros de Gran Bretaña, es partidario de exponer más la halconería frente al público. "En los países de Europa, se están imponiendo cada vez más limitaciones sobre lo que se puede cazar —sostiene—; pero en el RU, educamos a la gente y les mostramos nuestras aves. De lo contrario, se corre el riesgo de ser algo muy exclusivo, y después la gente no lo entiende".

He viajado hasta los EAU también con la curiosidad de conocer cómo participan las mujeres en la halconería árabe. Supongo que es inexistente hasta que me siento junto a Hessa al-Falassi, una presentadora de la televisión de Abu Dabi que se encuentra cubriendo el festival. Al-Falassi, de cerca de 30 años de edad, es la orgullosa propietaria de un halcón girifalte-sacre. Saed Ateq al-Mansori, el mayor, está sentado a mi lado, y le pregunto qué opina de esta joven halconera.

Sonríe y me dice: "Es bueno que cace con halcones. Ha sido una tradición durante mucho tiempo, y es bueno que los niños la aprendan de ambos padres. De esa manera, llevarán la tradición muy en su interior".

Durante el festival, la Asociación Internacional de Halconería aprueba el establecimiento de un grupo de trabajo de mujeres. La halconera belga Vronique Blontrock me dice que al-Bowardi vino personalmente y la felicitó a ella y a las otras mujeres. Y luego les contó que su propia madre fue halconera, cociendo las capuchas de sus aves.

Nick Fox, un halconero reconocido internacionalmente, hizo su primera capucha de halcón cuando tenía siete años. "Fue horrible", me dice, mientras nos sentamos a la sombra de los establos de los camellos y los caballos durante una pausa en su trabajo de organización del festival. Hay un águila dorada, un búho real y un halcón sentados en silencio en unas perchas, atentos pero no afectados por el tumulto a su alrededor. A diferencia de lugares como Mongolia o Pakistán u Oriente Medio, donde existen tradiciones familiares entre los halconeros, los halconeros europeos y americanos suelen ser personas que participan solas y que se interesaron a través de libros o fuentes casuales, entre las que hoy se incluye Internet. "Conocí a mi primer halconero cuando tenía recién 19 años", me cuenta Fox, quien se encontró con el hombre en una feria local de su natal Inglaterra.

Fox se oye melancólico cuando habla de la relación íntima que los halconeros tenían con sus aves antes de que existiera la telemetría y la tecnología de reproducción en cautiverio. Por medio de su compañía, International Wildlife Consultants, trabaja exhaustivamente con halconeros emiratíes, y colaboró en la postulación ante la Unesco. "Estoy presionándolos para que establezcan áreas de conservación dedicadas a la caza", señala. "Sé que solo les interesaría cazar hubaras y liebres; sin embargo, también se permitiría que en las áreas vivieran otras especies. Y si quisieran cazar, tendrían que usar camellos, perros o sus pies. Esto limita automáticamente las cosas."

La ética de conservación dentro de la halconería es complicada. Aunque la caza excesiva y la captura de aves en áreas silvestres para mantenerlas en cautiverio han provocado la desaparición de algunas especies, también han sido los halconeros quienes han ayudado a recuperar otras especies de una extinción casi segura, muy particularmente el halcón peregrino de Norteamérica. "Estamos en contra de los conservacionistas que hablan en contra de la halconería, siendo que la halconería y los proyectos de reproducción de halcones han tenido un nivel de éxito incomparable en lo que se refiere a conservación y protección de especies", me cuenta Alan Gates, presidente de la Campaña a favor de la halconería del RU. "En todo el mundo hay ejemplos de proyectos de conservación que no podrían haberse realizado sin los halconeros", agrega. "Ellos rechazan a los halconeros —hace gestos de adiós—, pero es todo lo que tenemos en nuestra mente lo que los ha ayudado a hacer gran parte de su trabajo de conservación".

Piense en esto. Se debe tener un desequilibrio 
                genético para criar aves. Estás tratando con algo que puede lastimarte si haces algo mal.

Aún así, la halconería ha cambiado en el tiempo. "Hasta hace poco, no era un deporte, sino una forma de subsistencia", señala Ken Riddle, un halconero estadounidense que ha trabajado en el Oriente Medio durante 20 años. "Era una práctica familiar y social. Los niños solían comenzar a aprenderla de sus padres a los cinco o seis años de edad. Hoy en día ha evolucionado hasta convertirse en una actividad que exige mucho trabajo debido a que es necesario entrenar aves reproducidas en cautiverio. Ahora es el deporte de la caza."

Fuimos testigos de ello cuando Khalifa al-Kutbi, del Club Deportivo Abu Dabi, cuyos rizos negros se le escapan por debajo de su ghutra blanca, manipula la caja de mando de un aeroplano a escala radiocontrolado que jala un señuelo atado al extremo de una caña. Mientras dirige el avión, su compañero de equipo libera un halcón gerifalte que, después de un rápido reconocimiento, sale raudo a perseguir ese rayo de pluma brillante en el cielo. El halcón bate las alas violentamente, subiendo cada vez más para alcanzar a su presa. Pero al-Kutbi es un artista. Él juguetea con el halcón, dejando que el ave se acerque a la presa y luego acelerando la máquina para sacar el señuelo de su alcance. Gira en ángulo y el ave vuela en espiral, dejando boquiabierta a la multitud que mira hacia el cielo con las manos en los ojos para hacerles sombra —pero ahora se oyen más murmullos sobre la destreza del piloto que sobre el halcón—. Nadie ha visto algo así antes. ¡Un avión!¡Para entrenar a un ave! Una vez que sus garras logran atrapar el señuelo, el halcón gerifalte lo libera del avión y desciende a tierra.

Mientras al-Kutbli vuela, converso con otro integrante del equipo, Abdulla Ibrahim al-Mahmoud. La idea de usar un avión se me ocurrió hace unos seis años en Dubai. "Nosotros creemos en las tradiciones —señala—, pero también creemos en la tecnología". Agita su mano recibiendo a los seis halcones sentados en las perchas fuera de la tienda, además de los destellantes vehículos todoterreno blancos estacionados en la arena y el avión que sobrevuela a gran velocidad. "Con el avión podemos hacer que el ave vuele más rápido y más alto, y podemos enseñarle a girar con rapidez. Después, cuando cazamos, el halcón puede alcanzar lo que sea que se nos cruce por delante". En su opinión, los híbridos de gerifalte y peregrino son la mejor mezcla. ¿Y la mejor presa? "¡Las hubaras! Son buenas. Carne roja. Nosotros vamos a cazar a Jordania, Pakistán, Rusia y Turkmenistán. Uno sigue la huella del animal al que está cazando. Si eres un buen cazador, no dejas ninguno vivo".

Al igual que muchos de los que están aquí, al-Mahmoud aprendió la halconería de su padre. "Él recuerda cuando en la halconería no existía toda la tecnología que se usa ahora. Lo que extraña es la sencillez. En lo que a mi respecta, yo no la extraño, porque crecí con todo esto. Pero mis padres sí pueden sentirse apenados por eso".

¿Y quién sabe realmente cuántos halconeros hay, fuera del radar de este deporte cada vez más organizado, que practican la halconería de la manera antigua? ¿Quién sabe siquiera cuántos halconeros hay? Cuando le pregunté a Larry Dickerson, él intentó adivinar y dijo 65.000. Oí a otras personas decir que la mayor cantidad de halconeros se encuentra en Oriente Medio. O China. O Pakistán. Nadie lo sabe con certeza.

También le hice la típica pregunta de si es un arte o un deporte. Suspiró y se compuso antes de responder con su acento de Carolina del Norte. "Si eres un halconero dedicado, es más que un deporte. Es un estilo de vida", comienza. "Piénsalo. Debes tener un desequilibrio genético para criar aves. Estás tratando con algo que puede lastimarte si haces algo mal. La recompensa puede ser rápida y a veces violenta. Si quiere llamarlo deporte, está bien. Si quiere llamarlo arte, también está bien. Pero es más que ambas cosas.

Mientras me encuentro lejos de los camellos y de las fogatas y del avión que vuela en círculos en el cielo, hay un momento en que ese "algo más" se revela en la luz ámbar. Nick Fox, agrietado por el desierto y azotado por el viento, dice que necesita hacer volar a su ave. Es una tarea diaria que los halconeros no pueden evadir, una meditación forzada e interiorizada. Es el atardecer en la orilla del campamento y solo hay unas cuantas personas mirando. A medida que levanta la capucha de la cabeza del halcón, todo lo complicado con respecto a esta práctica se desvanece: el gran negocio de las aves, la institucionalización de la reproducción, la escasez de especies de presa, las campañas contra la extracción de polluelos desde los nidos de aves de presa salvajes.

Todo aquello se desvanece a medida que el ave alza el vuelo desde su puño. Y recuerdo de qué se trata toda la magnificencia de este festival. Es esto: Aquí hay algo eterno en juego. Y se compone de tres elementos: un ser humano, un ave de presa y un paraje abierto, adecuado para el vuelo.

¡Y, ah, qué manera tienen de volar estas aves! El ave rapaz está concentrada únicamente en el señuelo que Fox hace girar una y otra vez. Es un ave macho joven y tiene la vista fija, como un misil, en el movimiento del señuelo que gira, se tuerce y da vuelta en círculos. Está concentrado en el señuelo, pero todos nosotros estamos concentrados en él, y me pregunto cuál es el verdadero señuelo. ¿Cuál es el motivo por el cuál estamos todos aquí parados en la arena? La halconería detona algo primordial. Permite experimentar una montaña rusa, pero estando con los dos pies en la tierra y el cuello dando vueltas hacia todos lados. El tiempo se detiene y se acelera en forma alternada a medida que el halcón flota en la cima de este arco y luego pliega las alas y se deja caer. Es el sonido de las alas cortando el viento cuando el ave se acerca a pocos metros. Es imaginar ese vuelo para nuestra especie incapaz de volar.

Fox hace volar el ave durante diez divinos minutos y tira del señuelo una y otra vez para sacarlo del alcance hasta que finalmente deja que el ave atrape a su presa. Después usa la técnica de cambiar el cebo, consistente en levantar el ave sobre el guante donde sostiene un trozo fresco de carne y tirar del señuelo de plumas por debajo del ave. Siento como si acabara de ser testigo de las plegarias de un monje totalmente entregado, perteneciente a una orden religiosa que no comprendo del todo. El sol continúa ocultándose, y a pesar de que el día ha llegado a su fin, siento, por alguna razón, como si recién hubiera comenzado.

Quién falta

 

Meera Subramanian Meera Subramanian escribe sobre cultura, conservación y medioambiente para periódicos y revistas de todo el mundo. Puede ubicar a Meera en Cape Cod, Massachusets, (EE.UU.) y en www.meerasub.org.
Sergey Maximishin Tariq Dajani (www.tariqdajani.com)es un fotógrafo independiente cuyo trabajo se expone internacionalmente en galerías y colecciones de arte. Sus recientes estudios sobre retratos del caballo árabe ("Asil") y del halcón árabe cazador ("Saq'r") reflejan una fascinación por elementos de su propia cultura y patrimonio árabes.

This article appeared on pages 20-31 of the print edition of Saudi Aramco World.

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