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Volumen 63, Número 2marzo/abril 2012

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El palacio y el poeta
philip scalia / alamy
Foto superior: En Portugal, al igual que en los siete países mediterráneos donde crece el alcornoque, la cosecha sigue siendo una actividad tradicional que se realiza a mano: Si se aplica demasiada fuerza con el hacha se puede poner en peligro el regeneramiento de la corteza, mientras que si se aplica demasiado poca, la corteza no se desprende. Arriba: Azulejos que representan la cosecha del corcho en Vila Viçosa (Portugal).

La sonrisa en el rostro curtido de Manuel Peixiubo se dibuja con facilidad debajo de su bigote escarchado. Manuel es un hombre alegre y amigable, pero trabaja rápido y no se detiene mientras habla. Aquí, en la granja de corcho Pipa, cerca de Coruche, situada a 40 kilómetros al sur de Lisboa en la soleada región de Alentejo, en Portugal, el salario de una persona es tan bueno como sea su rapidez. A sus 67 años, Manuel no es un aficionado. Sus musculosos brazos llevan moviendo la típica hacha con que se cosecha el corcho desde que tenía veintitantos, y puede recolectar más de 20 arrobas en un día. Una arroba —el término, derivado del árabe, definía la carga que un burro o una mula podía transportar— equivale a 15 kilos de corteza de corcho. Manuel se mantiene ocupado trabajando en construcción cuando no es temporada de cosecha.

Transitando detrás de los hombres, un tractor arrastra un vagón cargado con corteza recién cosechada. En la parte superior de la carga, Gracinda Vicente trata de mantener el equilibrio mientras el vagón se moviliza accidentadamente por el bosque. Se ríe cuando le pregunto su edad. A sus 59 años, su piel da cuenta de los años de trabajo al aire libre, recolectando planchas de corcho desde dónde las dejan los cosechadores. Al igual que Manuel, Gracinda comenzó a trabajar en las cosechas cuando tenía veintitantos.

Un buen cosechador retira la corteza del árbol en unas pocas planchas grandes.

Manuel y Gracinda forman parte de los aproximadamente 6000 trabajadores estacionales especializados de la industria del corcho de Portugal, la cual produce más del 50 por ciento del corcho de todo el mundo. El alcornoque (Quercus suber) es un árbol de hoja perenne que se da en siete países mediterráneos: Portugal, España, Italia, Marruecos, Argelia, Túnez y Francia. El árbol crece muy bien en zonas poco lluviosas, con veranos secos y temperaturas altas, y posee un sistema radicular extenso que le permite nutrirse en tiempos de sequía. La corteza se cosecha cada 9 a 12 años, a principios del verano, una vez que el árbol alcanza los 25 años de edad y adquiere una circunferencia de 70 centímetros a la altura del pecho de una persona. Los alcornoques pueden vivir más de 200 años: El árbol más viejo que se conoce fue plantado en Portugal en 1783. En registros históricos que se remontan al siglo IV a.c. se documenta el uso del corcho en la fabricación de zapatos, colmenas, artículos de pesca, botes y viviendas.

Las leyes que protegen las 730.000 hectáreas de alcornoques de Portugal se remontan al año 1209, una regulación profética que permitió que los bosques crecieran y se regeneraran, manteniendo una biodiversidad saludable que sustenta la caza deportiva así como la cría de cabras, ovejas y ganado. El corcho, ciento por ciento renovable y reciclable, está gozando de una popularidad cada vez mayor como producto sustentable que puede emplearse para fabricar desde carteras, paraguas, pelotas de béisbol y asientos de automóvil, hasta juntas de expansión para diques y represas, y como aislante de tanques de combustible para los transbordadores espaciales de la NASA. Sus extraordinarias propiedades —liviano, impermeable a los líquidos y los gases, resistente a la abrasión, elástico, comprimible, ignífugo y un excelente aislante térmico, acústico y contra las vibraciones— se deben a las 40 millones de células hexagonales, similares a las de un panal, llenas de gas, contenidas en cada centímetro cúbico de corcho.

En 1665, cuando el científico inglés Robert Hooke observó una capa delgada de corcho bajo su microscopio, este denominó a las estructuras cellulae —"huecos pequeños" en latín—, lo cual corresponde al primer uso registrado del término biológico célula.

Cosechar corcho es una habilidad manual adquirida cuya metodología no ha cambiado en más de un siglo. Empleando un hacha con una forma especial, hoja filosa, redondeada y ensanchada, y un mango con el extremo aplanado para arrancar la corteza, los trabajadores efectúan cortes horizontales y verticales rápidos para desprender la corteza en trozos del mayor tamaño posible. Cada movimiento del hacha es cuidadosamente controlado. Si se aplica demasiada fuerza, se puede dañar la delicada capa de cámbium que hay por debajo y poner en peligro el crecimiento de corteza nueva. Si el hachazo es demasiado suave, la corteza no se desprende. Cuando se hace correctamente, la corteza se desprende fácilmente del árbol, emitiendo un fuerte crujido.

Mientras seguimos a los cosechadores por entre la maleza que nos llega a las rodillas, Conceiçao Santos Silva se detiene para señalar una madriguera de conejos oculta entre la lavanda silvestre a la vez que me cuenta que los conejos son una fuente importante de alimentos para las numerosas aves de presa, como el águila imperial en peligro de extinción, que anidan en el bosque. Los bosques sanos de alcornoque, agrega, también poseen la segunda mayor diversidad de plantas del mundo, después de los bosques tropicales, y muchas de sus plantas tienen valor aromático, culinario y medicinal.

armando franca / corbis
Cerca de Coruche, Portugal, un camión entrega corcho recién cosechado en una fábrica, donde cada plancha primero es hervida, aplanada y desprendida de la corteza externa.
philip scalia / alamy
Algunos artículos, tales como los tapones de botella, son fabricados con corcho crudo cortado o estampado, mientras que otros se fabrican moliendo el corcho, mezclándolo con un adhesivo y moldeándolo, enrollándolo o aplanándolo hasta dar forma a una cantidad cada vez mayor de artículos livianos y duraderos, todos muy impermeables.

"El suelo de este lugar es muy arenoso y está expuesto a la erosión", me dice mientras toma un puñado de tierra y lo deja caer entre sus delgados dedos. "Si la gente deja de usar el corcho, este lugar se convertirá en un desierto". Madre de cuatro hijos y experimentada ingeniero forestal, Conceiçao es directora de la Asociación de Productores Forestales de Coruche y conoce los bosques de alcornoque tan bien como a sus propios hijos.

La granja de Pipa es una de las tantas que existen en la región de Alentejo, la cual produce 72 por ciento del corcho de Portugal. Al día siguiente, Guillermina Teixeira, asesora de la Organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, me lleva a un conjunto de edificios blancos muy deteriorados situados a 45 kilómetros fuera de Lisboa. En los establos cubiertos de telarañas de Río Frio, antiguamente un próspero asentamiento comercial, aún relucen los azulejos de comienzos del siglo XX que muestran imágenes de los famosos caballos lusitanos de Portugal. Rio Frio también posee una de las pocas plantaciones de alcornoque de Portugal, cuyos árboles fueron plantados en filas claramente delineadas a principios del siglo XX.

En el bosque se está llevando a cabo una alegre competencia entre hermanos que cosechan hileras opuestas de árboles. Sus risas y gritos se oyen en el aire caliente, intercalados con los crujidos de sus hachas. Las secciones de corteza caen al suelo del bosque una tras otra. Estos trabajadores, a diferencia de Manuel Peixiubo, reciben un salario diario por parte del comprador del corcho, pero un cosechador igual se enorgullece de su velocidad. Aunque estar familiarizada con los bosques de alcornoque es parte del trabajo de Guillermina, ella tiene una relación especial con Rio Frio. El esposo de Guillermina, Luis Bruno Soares, es el arquitecto detrás de su restauración planificada. Pronto, la descuidada villa se convertirá en un próspero lugar de interés etnoturístico que dará nueva vida a la granja de corcho.

En la cercana planta de Fabricor, con su voz apenas audible en medio del estrépito de las máquinas, Nuno Marques me explica cómo las planchas de corcho son hervidas dos veces durante 40 a 60 minutos para ablandarlas, eliminar las impurezas y aumentar el tamaño de las células. "Se usa todo el material sobrante del proceso del corcho", señala. "Nada se desperdicia. Hasta el aserrín sobrante se quema para generar calor para el proceso de hervido". Después de secarse, el corcho está listo para ser procesado.

A dos horas en tren al norte de Lisboa, el pequeño pueblo de Rio Meão y la zona circundante albergan a 600 empresas, muchas de las cuales procesan corcho portugués e importado destinado a convertirse en productos domésticos. "Toda esta zona se sustenta en la producción de corcho", señala Joaquim Lima, gerente general de la Asociación de Productores de Corcho de Portugal.

euforgen (2009)
Los derechos públicos de pastoreo en los bosques de alcornoque, que solían ser una política favorable, ahora están privando a los alcornoques de nutrientes esenciales.

En la planta de Granorte, el gerente de productos Paulo Rocha me muestra cómo el corcho granulado se mezcla con un adhesivo no tóxico y se moldea en baldosas o en grandes cilindros o bloques que son cortados en delgadas capas antes de convertirse en una variedad sorprendente de revestimientos decorativos para pisos y muros de diversos colores, formas y diseños. Algunos son el resultado de mezclar el corcho con cuero reciclado o productos a base de cemento.

En 3-D Cork, una pequeña empresa dirigida por Bernardo y Sara Nunes —equipo de padre e hija—, los gránulos son moldeados y convertidos en artículos de cocina, calzado, centros de pelotas de béisbol, mangos de raquetas de tenis y fundas de tabletas (computadoras). En la planta de producción, una mujer arma plantillas para las botas de los soldados franceses. "Nuestras ventas han aumentado más de ciento por ciento desde que fundamos la compañía hace cinco años", señala Sara Nunes. "La planta funciona las 24 horas del día para poder satisfacer la demanda".

Un poco más adelante en el camino, un sonriente Americo Espirito Santo, gerente general de Viking, una empresa que produce y distribuye cientos de productos domésticos y deportivos hechos con corcho, luce con orgullo una gorra de béisbol de corcho mientras me muestra su última línea de colchonetas para yoga.

En una pintoresca calle adoquinada de Lisboa, las ventas en una tienda de productos de corcho han superado con creces las expectativas de los dueños. En el interior de Cork & Co., compradores de lugares tan remotos como Rusia y Dubai se ven tentados por toda clase de productos, desde carteras, maletines y joyas, hasta sillas y pantallas de lámparas. Pedro y Christine Lucena, un matrimonio de abogados, abrieron la tienda hace un año con tan solo una pulsera de corcho. "Queríamos ofrecer un producto portugués de buena calidad", dice Pedro. La pareja ahora planea expandirse a otros países. Este tipo de negocios forman una parte creciente de la economía portuguesa. La producción de corcho no termina como tapones de botellas.

Frente a la amenaza de la desertificación producto del cambio climático, los bosques de alcornoque de Portugal son monitoreados atentamente para asegurar su buena salud y su reposición constante mediante regeneración natural. Una ventaja es que las aves, los animales y los seres humanos dejan suficientes bellotas en el suelo para que crezcan plantas de semillero por medios naturales.

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Foto superior: Corcho cosechado a la espera de ser procesado cerca de Mamora, Marruecos, el bosque continuo de alcornoque más grande del mundo. Arriba: El edafólogo Hassan Benjelloun, en el centro, ayuda en el retiro de acacias y eucaliptos, que "consumen muchísima agua" de los bosques de alcornoque.

En agudo contraste, el bosque de Mamora cercano a Rabat, en la planicie costera de Marruecos —el bosque continuo de alcornoque más grande del mundo, con 60.000 hectáreas — no corre la misma suerte. En este lugar, las dulces bellotas son muy apetecidas como alimento por los lugareños, y el suelo del bosque está amenazado por el pastoreo excesivo y por la gran concentración de actividad humana. Durante la segunda mitad del siglo XX, la población creciente hizo obsoleto el antiguo sistema de derechos registrados de pastoreo, un vestigio del reinado de los franceses. Además, los arrieros locales aceptaron pastorear en el bosque animales pertenecientes a forasteros, lo cual agravó aún más el problema. Sin registro ni monitoreo, el tamaño de los rebaños superó la capacidad del bosque para sustentarlos y, al mismo tiempo, conservar su propia salud. A diferencia de España y Portugal, cuyos bosques de alcornoque son en su mayoría de propiedad privada, los bosques de Marruecos son propiedad del Estado y, por lo tanto, accesibles para uso público.

El Dr. Hassan Benjelloun, profesor de edafología de la Escuela Nacional de Ingeniería Forestal de Marruecos, me acompaña al bosque de Mamora, una zona arenosa donde los cactus y los palmitos (Chamaerops humilis) —una palmera con forma de arbusto y hojas largas y puntiagudas que los lugareños convierten en canastas y cuerdas— crecen entre los alcornoques. Hassan señala algunas áreas cercadas que pertenecen a un proyecto de regeneración asistida que intenta salvar Mamora para el futuro. Los criadores locales de ganado tienen indicación de no acceder a estas áreas durante al menos cuatro años, una medida económica que es mitigada mediante subsidios de organizaciones no gubernamentales. Con intensa ayuda inicial de camiones cisterna, cultivo de suelos y guardias, la regeneración del bosque tiene una enorme posibilidad de éxito en esas áreas. En otras zonas, los eucaliptos y las acacias plantados como medida económica para fomentar la producción de pulpa de madera y papel están siendo reemplazados por plantas de semillero de alcornoque. "Los eucaliptos y las acacias consumen mucha agua", señala Hassan. "Sus raíces son poco profundas. En cambio, las de los alcornoques alcanzan gran profundidad". A pesar de que le preocupa que las medidas puedan ser insuficientes y muy tardías, Hassan tiene la esperanza de que el proyecto de regeneración, que protege entre 1.200 y 1.400 hectáreas al año, sea más que una solución pasajera.

El Dr. Abdellah Laouina, un hombre alto e imponente que estrecha la mano con fuerza, cree que el proyecto es un esfuerzo admirable, pero que no va a funcionar a gran escala. "El futuro de Mamora se ve muy poco esperanzador", dice Abdellah, geomorfólogo de Rabat que estudia los aspectos experimentales y sociales de la regeneración asistida para DESIRE, un proyecto internacional para combatir la desertificación. Para que Mamora sobreviva, señala, los usuarios deben interesarse directamente en protegerlo. Abdellah cree que una solución más económica y con mayores probabilidades de éxito a largo plazo consistiría en establecer un sistema de contrato entre el Estado y los usuarios del bosque que defina derechos y obligaciones.

Mientras que Mamora se encuentra en una situación complicada, los bosques de alcornoque más pequeños de las regiones montañosas de Rif y Atlas están más saludables. Estos manejan parte de su regeneración natural, en cierta medida debido a los niveles más altos de humedad, la dificultad de acceso a ellos y la menor actividad humana, esto último puesto que las bellotas son amargas y poco atractivas como alimento.

En un sofocante patio de almacenamiento del distrito forestal de Smento, las ornadas telarañas decoran rumas de corcho de la cosecha de 2010 que llegan a la altura de los hombros. En su oficina, el técnico forestal Djilali Said me explica que el corcho que no se ha vendido es producto de un impuesto aplicado recientemente por SEGMA, una organización financiera independiente creada por el servicio forestal para proporcionar financiamiento adicional para el manejo de bosques. En Marruecos, la cosecha de 2011 también se ha visto afectada: el corcho sigue en los árboles. Es irónico, dice Djilali riendo, que el lapso de producción puede no ser bueno para la economía, pero beneficia a los bosques. Actualmente se están sosteniendo conversaciones para resolver la situación.

En el Centro de Investigaciones Forestales de Rabat, la investigación del físico Abderrahim Famiri sobre nuevas formas de crecimiento económico para la industria del corcho de Marruecos puede haber venido en el momento justo. Marruecos posee 15 por ciento de los alcornoques de todo el mundo, pero produce menos de 5 por ciento del corcho del mundo, del cual el 90 por ciento es exportado. En Marruecos hay solamente 13 plantas procesadoras. A Abderrahim le gustaría que todo esto cambiara.

Cerca de Córdoba (España), Francisco Calero, agricultor de corcho, inspecciona el tronco de un árbol recién cosechado.

A él y a su colega el Dr. Abdelaziz El Alami, ingeniero forestal que estudia el impacto de la extracción de corteza sobre el estrés, les apasiona salvar los bosques de alcornoque del país. Ellos creen que parte del problema es que en Marruecos el corcho es un recurso forestal, mientras que en España y Portugal es manejado como agricultura. "Tenemos que cambiar nuestra forma de pensar", dice Abdelaziz, enfatizando sus palabras con gestos de las manos. "Tenemos que esforzarnos para salvar el bosque".

En la región de Andalucía, en el sur de España, las hileras de olivos y los campos interminables de girasoles dorados cubren el fértil valle entre las cadenas montañosas de Sierra Morena y Sierra Segura. España produce cerca de un tercio del corcho del mundo. Pulido Higueras, ingeniero forestal, y Ana Carreño Leyva, editora de la revista El legado andalusí, me han traído a la finca Vihuela, cercana al pueblo de Adamuz. Allí nos reunimos con Francisco Calero, un hombre fornido de 47 años, con cejas oscuras y abundantes, y una mirada cálida y penetrante. Francisco, que cosechó su primer corcho cuando tenía 13 años, administra la granja que posee junto a sus dos hermanos.

Juntos nos metemos apretujadamente en el camión de Francisco y atravesamos a saltos el vasto terreno que su abuelo compró en la década de 1920. Tras poner el camión en doble tracción, Francisco se dirige a los cerros, ganando altitud a medida que avanza, hasta detenerse en un bosque de alcornoques. Tras escuchar atentamente el sonido de las hachas que le indicará el lugar donde se encuentran los recolectores que ha venido a recoger, se dirige con su hacha hasta un árbol cercano y deja el tronco desnudo en menos de cinco minutos. A pesar de los casi 38 grados centígrados de temperatura, el interior de la corteza caída se siente frío y húmedo al tacto, un testimonio de sus propiedades aislantes. Salvo por su modo de transporte y el celular en la cadera, no hay grandes diferencias entre la manera de trabajar de Francisco y la de su abuelo.

jeronimo alba / alamy
Foto superior: En el sur remoto de España, unos azulejos describen la zona natural de alcornoques, que tiene 23 años. Arriba: Cerca de Mamora, Marruecos, los trabajadores forestales esperan que estas plantas de semillero de alcornoque y otras miles como ellas estén listas para su primera cosecha alrededor del año 2037.

El profesor Miguel Ángel Blanco López, hermano de Francisco Calero y especialista en enfermedades de árboles de la Universidad de Córdoba, señala unos puntos sobre las hojas verde oscuras. Este tipo de hongo, me cuenta, es la principal enfermedad que amenaza a los alcornoques. Afecta principalmente a las ramas, las que pueden podarse, señala; pero, si ataca a las raíces, el árbol puede morir.

Higueras, especialista en equilibrio humano-animal en el bosque, me explica por medio de nuestro intérprete que debido a que el riesgo de incendio en la región mediterránea es alto, en este tipo de bosques se debe desmalezar cada cuatro a siete años para disminuir la cantidad de material combustible disponible para el fuego. A pesar de que la corteza de corcho es resistente al fuego, el follaje del alcornoque no lo es.

En su oficina, en la Universidad de Lisboa, el Dr. Miguel Bugalho, experto en conservación de bosques de alcornoque del programa mediterráneo del Fondo Mundial para la Naturaleza, dice que, además de proporcionar un hábitat para las especies de plantas y animales en peligro de extinción, los bosques de alcornoque hacen un aporte fundamental a la mitigación del cambio climático. "El bosque de alcornoque es un sistema manejado por el ser humano", dice Bugalho. "Posee un alto grado de heterogeneidad de hábitats, lo cual es bueno para la biodiversidad. Un sistema bien manejado genera biodiversidad, almacenamiento de dióxido de carbono a largo plazo y servicios de prevención de incendios, todos los cuales son importantes no solo para la zona, sino también para el resto del mundo".

Lo que hace al corcho un recurso atractivo son sus cualidades ecológicas, su versatilidad y su sostenibilidad. Una exhibición efectuada en mayo pasado en Nueva York, durante la Semana del Diseño del Museo de Arte Moderno, centró recientemente la atención internacional en el enorme potencial del corcho; sin embargo, el uso corriente del corcho no es algo nuevo. En Washington, D.C., los pisos de corcho de la Biblioteca del Congreso han recibido los pasos de los visitantes durante más de 100 años, y el arquitecto Frank Lloyd Wright escogió el corcho cuando diseñó la famosa residencia de Falling Waters en Pensilvania, en la década de 1960.

Con el esfuerzo conjunto de científicos y agricultores, el corcho seguirá estando presente en las futuras generaciones, como es el caso del sobrino nieto de Francisco Calero, Guillermo, un niño de 7 años que nos siguió con computador portátil en mano para aprender de su tío abuelo cómo se maneja el corcho.

"Tenemos un dicho", dice Conceiçao Silva con una sonrisa. "Cuando plantamos un alcornoque, no lo hacemos para nuestros hijos; lo hacemos para nuestros nietos".

Andrew F. Lawler Ann Chandler (www.annchandler.com) es una escritora y autora independiente que vive cerca de Vancouver, B.C. Ann escribe sobre ciencia y antropología para revistas internacionales, y ha publicado dos novelas.

This article appeared on pages 12-19 of the print edition of Saudi Aramco World.

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