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Volumen 65, Número 3mayo/junio 2014

In This Issue

Los últimos lagos del Sahara verde - Texto y fotografías de Sheldon Chad
El sol del atardecer baña las dunas y los macizos que rodean al lago Boukou y a las palmeras que adornan sus orillas. Este es uno de los 18 lagos de Ounianga, reliquias geológicas de lo que alguna vez fue una verde sabana y vestigios de los “paleolagos” que se extendían en la región.

Unos minutos después de la salida del sol, el viejo aeroplano alquilado comienza a descender en Faya-Largeau, el más grande de los escasos oasis del norte de Chad. Allá abajo, el sur del Sahara deja de ser un oscuro paisaje lunar para revelar las primeras impresiones de las dunas, que apenas se vislumbran en tonalidades anaranjadas. Las palmeras colmadas de dátiles aparecen primero aisladas, después en grupos y finalmente formando arboledas a medida que el avión se acerca.

Mahamat Souleymane, jefe de seguridad del aeropuerto, observa mi apellido en el pasaporte y sonríe. Al saludarme hace hincapié en el doble significado de la palabra:Bienvenido a Chad”, repite. 

Estoy en la región de África Central para investigar la historia del clima del Sahara a través de la lente de una de las más grandes anomalías geológicas del planeta: los lagos de Ounianga (o Unianga). En el año 2012, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) agregó a estos 18 lagos interconectados de agua fresca, salina e hipersalina a su lista de sitios del Patrimonio Mundial. 

“Cada lago tiene su propia historia”, explica Peter deMenocal, geólogo marino de Columbia University, cuyas investigaciones respaldan gran parte del pensamiento actual acerca de la historia climática del Sahara. Uno se pregunta qué historias pueden encontrarse en casi una veintena de lagos que a primera vista parecen estar fuera de lugar respecto del entorno: casi aislados en lo profundo del desierto, a más de 800 kilómetros (500 millas) del lago Chad, el único otro lago más cercano. Dos de los hombres que forman esta expedición han dedicado mucho tiempo a investigar y recabar información sobre estas historias. Uno de ellos nos espera con tres 4x4 para emprender todo un día de viaje hasta los lagos. Su nombre es Baba Mallah, y además de ser presidente del comité científico a cargo de las iniciativas de la UNESCO en Chad es el científico más importante del país.

Stefan Kröpelin, geoarqueólogo y veterano con cuatro décadas de investigación sobre el Sahara Oriental, está estudiando los sedimentos del lecho de los lagos de Ounianga año por año para determinar exactamente cómo y cuándo la sabana se convirtió en lo que hoy es el Sahara.
Stefan Kröpelin, geoarqueólogo y veterano con cuatro décadas de investigación sobre el Sahara Oriental, está estudiando los sedimentos del lecho de los lagos de Ounianga año por año para determinar exactamente cómo y cuándo la sabana se convirtió en lo que hoy es el Sahara.

El otro se encuentra junto a Baba (en Chad, la costumbre es llamar a las personas por su primer nombre) y se llama Stefan Kröpelin. Es un geoarqueólogo veterano de la Universidad de Colonia, Alemania, que ha recorrido el Sahara Oriental durante cuatro décadas y realiza investigaciones en Ounianga desde 1999. 

La misión de Baba es trabajar con Kröpelin para brindarle a la UNESCO un análisis actualizado de los lagos y, de ser posible, sorprender a los miembros de la organización con nuevos descubrimientos. Baba está ansioso por mostrarme “lo que nadie conoce sobre la geología del desierto. Lo tenemos todo: belleza natural y misterio. Pero esto es también nuestra riqueza más preciada. Los habitantes de Chad amamos nuestros desiertos tal como otros aman sus bosques”. 

Después de reparar un portaequipaje para transportar las maletas junto con una oveja para la cena, nos subimos a una Land Cruiser y emprendimos el viaje por un camino de tierra que apenas se usa una vez al mes y que nos llevaría directo a nuestro destino final: Ounianga Kebir (“Gran Ounianga”). Kröpelin hace bromas diciendo que vamos por la “autopista principal”. El conductor del vehículo, llamado Abdulrahim, percibe los cambios del terreno y, si aparece arena blanda, baja la velocidad para maniobrar los viejos neumáticos. Y debe hacer esto constantemente. 

Los colores del desierto cambian cada vez que giro la cabeza. Por aquí, un árbol solitario sobrevive milagrosamente. Más allá, una “piedra trampa” usada por nuestros ancestros lejanos para llevar a los animales a su muerte y así dar vida a nuestra especie. Estamos cerca del lugar donde surgió la Edad del Hierro. Y también estamos cerca del lugar donde nosotros surgimos: en un desierto no muy alejado, en los años 2001 y 2002 se encontraron fósiles, entre los que había parte de un cráneo, que fueron apodados Toumai, que significa “esperanza de vida” en el idioma goran hablado en la región. Toumai, que data de siete millones de años atrás, es hasta la fecha el homínido más antiguo que se conozca, el punto más cercano de la divergencia que dio origen al chimpancé y al hombre. Fue Baba el que le dio a Toumai su nombre científico: sahelanthropus tchadensis. 

Una hora antes del ocaso nos detuvimos para acampar y pasar la noche junto a la cara de deslizamiento de una enorme duna barján en forma de arco, que nos protegería del viento nocturno. La arena de color naranja brillante alcanza hasta 100 metros (320 pies) de altura, y una sola duna puede contener aproximadamente 200.000 toneladas de cuarcita. Al igual que cientos de miles de dunas similares de todo el Sahara, esta duna se formó con las arenas del Mar Mediterráneo. Tal como si fuesen una bandada de pájaros, desde hace varios miles de años las dunas migran hacia el sur con la ayuda del viento alisio harmattan, a razón de ocho metros (25,5 pies) aproximadamente por año. Eso significa que, hasta ahora, esta duna ha avanzado unos 2.400 kilómetros (1.500 millas). 

Esa noche, sentados sobre tapetes bajo el cielo estrellado, comimos un delicioso cordero. La conversación se desarrollaba en diferentes idiomas, como el árabe chadiano, goran (el idioma del norte del país), francés, inglés y alemán.

“Hay lagos salinos en los desiertos de todo el mundo, pero no lagos de agua fresca”, afirma Baba Mallah, físico y director del centro nacional de investigaciones científicas de Chad. De pie sobre la orilla cubierta de juncos del lago Boukou, explica que los juncos retrasan la evaporación y, junto con el acuífero subterráneo que alimenta los lagos, permiten que el agua del lago sea siempre fresca. 
“Hay lagos salinos en los desiertos de todo el mundo, pero no lagos de agua fresca”, afirma Baba Mallah,  físico y director del centro nacional de investigaciones científicas de Chad. De pie sobre la orilla cubierta de juncos del lago Boukou, explica que los juncos retrasan la evaporación y, junto con el acuífero subterráneo que alimenta los lagos, permiten que el agua del lago sea siempre fresca. 

Baba es físico por su diploma, pero además es un científico polifacético que hace 17 años dirige el Centro Nacional de Promoción de la Ciencia, el ente que supervisa todo el campo de la investigación en Chad. En el año 2012 se convirtió en director general del Instituto del Petróleo. Desciende de la línea real de los Kanem-Burnu, que en el siglo XI llevaron el Islam a África Central.

Baba viaja a los lagos de Ounianga desde su infancia. Su pueblo de origen estaba en Kanem, la región más cercana a los lagos por el sur. Los que viajaban al norte eran llamados Toubou,hermanos del sur”, y los que se quedaban allí eran Kanembu, “hermanos de las personas de las montañas”, relata. 

Mientras la noche avanza, Mahmoud Younous, director general de la Oficina de Turismo de Chad, bromea con el sistema de estrellas que se usa para clasificar hoteles y afirma que nuestro campamento junto a la duna es “le hotel de milles étoiles”: “el hotel de las mil estrellas”. En realidad no son miles, sino millones.  La noche en el Sahara es una experiencia elemental.

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De nuevo en marcha, temprano por la mañana, pasamos por mesetas de arenisca o macizos. Otras formaciones son los yardangs en forma de punta, pirámide o esfinge, esculpidos aerodinámicamente por el viento harmattan durante millones de años. 

Luego nos cruzamos con camellos que pastaban en zonas con pastos y hierbas, en un desierto que no debería tener ningún tipo de vegetación. El vehículo llega a la cima de una elevación y, aunque ya sabía lo que venía, la vista me dejó sin aliento. En la depresión que se extiende por debajo de las escarpaduras en las orillas de Ounianga Kebir, un milagro despierta a la vida: lagos de azul cerúleo rodeados del más verde y exuberante follaje. Al entrecerrar los ojos por el polvo que transporta el viento, la visión se vuelve aun más surrealista. Durante toda nuestra estadía en el lugar, puedo oír el viento, tocarlo, sentirlo e incluso olerlo.

Para los habitantes de Chad, hay otra maravilla que capta toda su atención: la cobertura para teléfonos celulares. Como hay una torre cercana, todos los miembros de la expedición ahora pueden llamar y mandar mensajes de texto a sus hogares en Yamena. 

El sol ya se pone cuando recorremos el primer lago, Uma, en Ounianga Kebir, que en realidad está compuesto por cuatro lagos. Un hombre se sumerge despaciosamente desde el banco de arena que divide este lago salado. El agua es de color rojo por efecto de las algas Spirulina platensis, que cubren el lago y forman una capa de hasta 15 centímetros (4 pulgadas) de grosor en algunos lugares. El olor es horrible. Esto, explica Kröpelin, significa que hubo muy poco viento durante varias semanas antes de nuestra llegada. “Si hay viento, no hay mal olor”, agrega. Sin embargo, ni el hedor ni la imagen de un hombre nadando en el Sahara son tan sorprendentes como oír el croar de una rana. 

Es un recuerdo vivo de la era del Sahara verde, lo que se conoce como el Período Húmedo Africano que se desarrolló aproximadamente entre 11.000 y 5.000 años atrás, pero que aquí en Ounianga efectivamente aún sigue vigente. La rana es una sobreviviente, una reliquia biológica de lo que alguna vez fue la vibrante vida de la sabana del norte de África (y que ahora es el abrasador desierto del Sahara), que entonces albergaba elefantes, jirafas, hipopótamos, antílopes y hasta un antecesor salvaje del ganado doméstico llamado “uro”.

Instalamos nuestro campamento en la ladera que asoma por encima del lago Boukou, en el segundo grupo de lagos que reciben el nombre de Ounianga Serir (“Pequeño Ounianga”), aproximadamente 50 kilómetros (30 millas) al este de los lagos Ounianga Kebir. Boukou es un lago de aguas frescas de un color azul profundo, rodeado de palmeras y medio cubierto por juncos verdes que de alguna forma complementan el paisaje marciano de macizos y dunas nómadas.

Acampamos a cielo abierto, y a las tres de la madrugada me despierto azorado al observar a cinco chacales que me rodean, a un metro de distancia. Parecen debatir qué parte de mí le toca a cada uno. Finalmente los espanto, vuelvo a dormir y más tarde me despierto con un glorioso amanecer. Todo es silencio. Las arenas de tonos anaranjados, los macizos y el lago brillan suavemente con el sol de la mañana. 

Al caminar hacia la orilla del lago, desvío mi atención de semejante belleza al observar lo que hay debajo de mis pies. En el suelo veo esparcidos martillos, espátulas y otros instrumentos de piedra, desde los que datan de medio millón de años atrás hasta los “nuevosdel Neolítico, de “tan solo” 5.000 a 10.000 años de antigüedad. Baba, que presiona su radio de onda corta contra la oreja para oír las noticias, está parado junto a lo que parece ser un campo de hierbas silvestres, pero que en realidad es el colchón de juncos que cubre una parte del lago.

Lejos de los juncos, el agua fresca del lago Boukou es agradable a la vista y además es habitable para la vida acuática, tal como puede observarse en la imagen inferior, a la derecha.
Lejos de los juncos, el agua fresca del lago Boukou es agradable a la vista y además es habitable para la vida acuática, tal como puede observarse en la imagen inferior, a la derecha.  

 “Hay lagos salinos en los desiertos de todo el mundo, pero no lagos de agua fresca”, afirma Baba. 

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El Sahara es el más grande de los desiertos cálidos del mundo (las regiones polares también son desiertos, y mucho más grandes). El sol aquí es tan intenso que el índice de evaporación récord medido en el cercano lago Yoan fue suficiente para reducir el nivel de agua seis metros (19 pies) en un año. Sin embargo ahora, y probablemente durante los últimos 3.000 años de máxima aridez, las lluvias apenas se miden en milímetros por año. En realidad, cualquiera de estos lagos “debería convertirse en un mar con la mayor densidad de sal”, afirma Baba, o debería haber desaparecido hace ya mucho tiempo.

“Sin embargo, en Ounianga existe este enorme lago de aguas frescas” indica Baba, mientras sonríe con tanta calidez ante la paradoja que su sonrisa bien podría acelerar el proceso de evaporación. 

Baba señala los Phragmites y los Typha, los géneros de juncos que crecen hasta seis metros de alto y que flotan sobre su propios desechos sobre la superficie del lago de 20 metros de profundidad (65,5 pies). “Aquí, el sol no llega directamente al agua”, explica. “El índice de evaporación es muy bajo, y por eso el agua es perfectamente fresca”. Numerosos peces y crustáceos dan fe de su argumento. 

Baba explica que lo que vemos aquí es el resultado de un sistema hidrológico único en el mundo, que mantiene fresca el agua de 10 de los 11 lagos de Ounianga Serir. Para comprender mejor, emprendemos una recorrida al lago Tili, en el centro del grupo. Y, nuevamente, volvemos atrás en el tiempo.

Durante el milenio de mayor humedad del Período Húmedo, el agua se acumuló en lo que es hoy el Sistema Acuífero de Piedra Arenisca de Nubia, que yace bajo la mayor parte del Sahara Oriental. Este es el mayor acuífero de agua fósil del mundo, y abarca un área de aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados (772.000 millas cuadradas) que incluye a Chad, Sudán, Egipto y Libia, con una profundidad máxima de 4.000 metros (12.800 pies). Los lagos de Ounianga son alimentados subterráneamente por este acuífero, lo que hasta ahora les ha permitido sobrevivir a los cambios climáticos.

Tengamos en cuenta, sin embargo, las dunas barján. Con lentitud pero sin pausa, las dunas se fueron fusionando hasta formar “megabarjanes”: corredores de dunas que se extienden por cientos de kilómetros. Mucho tiempo atrás, las dunas se trasladaron a los dos grandes lagos que estaban originalmente en Ounianga Kebir y Ounianga Serir y los dividieron en los grupos de lagos de menor tamaño que podemos ver en la actualidad. 

Al pasar en la Land Cruiser, observamos con facilidad cómo las dunas alargadas separan a los lagos en la cuenca. Esta acción continúa y, con el tiempo, podría causar la desaparición de los lagos. 

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Los líderes de dos de las comunidades más remotas del norte de Chad, Aahmat Moussa Thozi (centro) de Ounianga Kebir y Nebi Guett (derecha) de Ounianga Serir, vinculan sus legendarias historias tribales con la ciencia actual. “Hubo una población muy antigua que vivió junto a este lago. Nosotros creemos que nuestro abuelo vino del lago”, afirma Thozi. No muy lejos de allí, el descubrimiento del cráneo de Toumai (entre 2001 y 2002) demuestra que la presencia de homínidos y hombres en esta región data de siete millones de años atrás. Abajo a la derecha: La Oficina de Turismo de Chad (Office Tchadien du Tourisme), de la cual Ahamadai Barkai es coordinador en la zona de los lagos de Ounianga, promueve viajes de aventura a los lagos que, según la opinión de Guett “se convirtieron en causa de orgullo, y anticipan un futuro brillante”. (Nota: en la edición impresa Ahamadai Barkai fue identificado incorrectamente).
La Oficina de Turismo de Chad, dirigida por Younous Mahmoud, promueve viajes de aventura a los lagos que, según la opinión de Guett “se convirtieron en causa de orgullo, y anticipan un futuro brillante”. 

Desde el enclave de Ounianga Serir, uno de los más remotos del mundo, disfrutamos de la vista del lago Tili. Este lago no tiene esa manta de juncos que cubren la superficie de los lagos de agua fresca. Otra diferencia es que, por su rápida velocidad de evaporación, el lago Tili es hipersalino y alcanza una profundidad de tan solo dos a tres metros (6 a 9,5 pies); la elevación de su superficie es la más baja de todos los lagos. 

La diferencia de elevación hace que en el lago Tili desagüe un lento flujo de agua proveniente de los lagos cercanos, que se filtra a través de las dunas semipermeables. Esta especie de “bomba de evaporación” hace que los otros lagos extraigan agua continuamente del acuífero subyacente para reponer el agua que pierden. Junto con la profundidad y la capa de juncos que los cubre parcialmente, este constante reabastecimiento es otro de los factores que provoca que el agua de esos lagos siempre esté fresca.  

Y sin embargo, lo que vemos hoy no es más que el vestigio de los dos grandes lagos que alguna vez alimentaron en dirección al sur al más grande lago interior que haya existido en la Tierra: el mega lago Chad, que llegó a ser incluso más grande que el Mar Caspio que conocemos actualmente. 


"Nuestra misión”, explica Baba, “consiste en tomar muestras de diatomita para saber cuánto cambió el nivel de los lagos durante los diferentes períodos”. 

La diatomita es una roca sedimentaria formada por fósiles microscópicos de diatomeas, plantas unicelulares que se hundieron en el fondo de lagos y océanos. Cuando el agua de un lago retrocede, con frecuencia queda expuesta tierra diatomácea en las paredes de las escarpaduras de arenisca que rodean el lecho del lago. Esto permite tomar muestras, registrar la elevación de los depósitos y luego determinar la datación con carbono. Si a esto se le agrega la profundidad aproximada del lago, y si se usa un modelo informático de “inundación virtual”, en teoría se puede proyectar la extensión de los “paleolagos” durante cada período.

Kröpelin rodea un conjunto de palmeras cerca del lago Edem en Ounianga Serir y sube por el empinado barranco de la escarpadura de arenisca que en el Período Húmedo debe haber acompañado a un riachuelo. Finalmente llega a una saliente que ofrece una vista del Edem, completamente cubierto por juncos. 

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“Estamos en deuda con Stefan Kröpelin [derecha]”, afirma Baba [izquierda]. “Ahora podemos comprender con precisión la forma en que funcionaban estos lagos”, agrega. “Naturalmente, si tuviésemos los medios haríamos todo [la extracción y el análisis] aquí mismo, y sería exclusivamente un descubrimiento de Chad”. “Con Baba”, cuenta Kröpelin, “nos une una relación de amistad y confianza desde hace 10 años”.

Kröpelin toma notas y luego saca su martillo de geólogo para separar en piezas los especímenes de diatomita. “Desde los orígenes del mundo, soy el primer geólogo en tomar muestras en este sitio”, explica Kröpelin. Raspa la corteza para retirarla, y el sedimento no ofrece resistencia. Luego introduce la mano en el orificio que acaba de hacer y extrae terrones de color blanco de tierra diatomácea. Son muy frágiles, y se deshacen fácilmente en su mano. 

Sin la datación por carbono es muy difícil determinar con certeza su antigüedad, pero Kröpelin calcula que tienen “menos de 6.000 o 7.000 años”. Otras muestras tienen una antigüedad de entre 8.500 y 9.500 años. Su altímetro marca 405 metros (1.300 pies) por encima del nivel del mar, con un margen de error de más o menos 10 metros.  

Con menos rigurosidad científica pero con el mismo entusiasmo, Fati Dadi, de la oficina de turismo, le muestra a Kröpelin un puñado de caparazones de moluscos blanqueados por el sol que extrajo de otra parte del sedimento del lago. “Estoy haciendo collares”, explica la mujer. “Perforo los orificios con una aguja. C’est originale?” Kröpelin sonríe. “Un collar de diez mil años de antigüedad”, medita. “Eso no tiene precio”.

De regreso a las cercanías del lago Boukou pasamos junto a una larga fila de camellos. Poco tiempo después, nuestra caravana más reducida, formada por tan solo tres Land Cruisers, se detiene en las orillas del agua. Bajamos de los vehículos: aunque el calor dejó de ser agobiante, uno a uno vamos cediendo a la tentación de sumergirnos en las aguas frescas, y nos zambullimos en el lago. La última vez Kröpelin se dio un chapuzón contrajo esquistosomiasis, una enfermedad parasitaria que suele infectar las aguas tropicales. Sin embargo, en un verdadero estilo de aventurero del desierto, declara: “¡Sin riesgo, no hay diversión!” y también se zambulle (cuatro meses más tarde, tuvo que repetir el tratamiento contra la enfermedad). 

En Yoan, el lago más grande de Ounianga Kebir, enormes bancos de arena se depositan en las orillas del agua, que tiene un color verde intenso. Un grupo de toubous (o tubus), hombres pertenecientes a la etnia local, descansan a la sombra de las palmeras, que parecen haber sido dispuestas por un paisajista. Me doy cuenta de que uno de los hombres es Baba. Me acerco a él y le pregunto: ¿dónde se siente más cómodo, en el desierto o en el laboratorio? 

“Sinceramente, prefiero estar en el laboratorio. Es lo que me hace feliz”, explica Baba con su voz suave. Sin embargo, de inmediato se rectifica. “Creo que son complementarios. Amo el desierto, pero me gustaría tener la posibilidad de procesar los resultados obtenidos en el desierto en un laboratorio adecuado en el que yo pueda participar. Pero ese es el problema”, continúa. “En la actualidad existen institutos y universidades que se han creado en Chad, y hemos formado una élite sobre la base de los conocimientos, un grupo básico de investigadores, pero no tenemos los laboratorios”.  

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En el fondo se recorta el lago Edem de Ounianga Serir, cuya superficie está completamente cubierta por juncos. Más adelante, la arenisca a veces marrón y a veces blanca por la acción del sol, que alguna vez estuvo sumergida bajo las aguas, ahora ofrece muestras de microorganismos fósiles que, gracias a la datación por carbono, brindan evidencia de la extensión que ocupaba el lago en diferentes épocas.

Mientras conversamos, algunos miembros chadianos del personal de asistencia de la expedición llenan unas botellas de plástico con la espuma de sal natural que se forma en las orillas de este lago hipersalino.  Más tarde, Kröpelin explica que es espuma de sal natural. “Se puede comer”, indica, y agrega que los chadianos la usan como un tónico para la salud. 

Sin embargo, es lo que yace bajo las aguas del lago Yoan lo que puede convertirse en el más grande aporte de los lagos de Ounianga a la ciencia: “el gran núcleo”. Kröpelin pronuncia la frase en un tono habitualmente reservado para las leyendas y los grandes tesoros ocultos. 

Durante décadas, Kröpelin examinó miles de paleolagos ya secos en Sudán, Egipto y Libia, en su búsqueda por reconstruir la historia climatológica y ambiental del Sahara Oriental. Sus resultados siempre habían sido limitados porque todos los lagos se habían secado mucho tiempo atrás. “No teníamos nada para los últimos 4.000 años”, relata.

Su esperanza era encontrar una acumulación permanente de depósitos, algo que solo era posible en una masa de agua que se mantuviese al día de hoy.  

Fati Dadi, de la oficina de turismo, nos muestra los caparazones de moluscos que son un verdadero souvenir del Período Húmedo Africano de 11.000 a 5.000 años de antigüedad, y nos cuenta que los usará para hacer un collar.
Fati Dadi, de la oficina de turismo, nos muestra los caparazones de moluscos que son un verdadero souvenir del Período Húmedo Africano de 11.000 a 5.000 años de antigüedad, y nos cuenta que los usará para hacer un collar.

En 1999, Kröpelin llegó al lago Yoan y decidió usar un sacatestigos de gravedad para excavar medio metro (1,5 pies) de sedimento del fondo del lago. Fue una prueba que se convirtió en el hallazgo de su vida.

“Existía la posibilidad de que no hubiese nada. Podría haber sido solo arena. Podría haber sido solo barro compacto sin ninguna utilidad”, recuerda Kröpelin. Pero no fue así. El núcleo, formado por capas claramente marcadas por laminaciones subanuales, mostró que era posible analizar cada una de estas capas de sedimentos depositados, no solo por año sino incluso por estación.

“Por lo tanto, era claro que esto bien merecía una gran campaña de excavación y extracción”.

Kröpelin regresó en el año 2004 para extraer un núcleo de 6,5 metros (21 pies) que mostraba un registro paleoambiental de los últimos 6.000 años. El análisis de esa columna larga y delgada convenció a Kröpelin de que las teorías científicas prevalecientes acerca de la desaparición del Sahara verde, el evento climático de mayores consecuencias del Holoceno Africano, “eran erróneas desde el principio”.

En un informe de investigación del año 2008, Kröpelin citó el análisis del polen en los sedimentos del núcleo y desafió la hipótesis, anticipada por deMenocal, que indicaba que África del Norte se secó y pasó de ser una sabana a ser un desierto en unos pocos siglos. Los nuevos datos, aseguró Kröpelin, demostraban que puede haber sido un proceso mucho más gradual y largo, que no duró unos siglos sino miles de años. 

Esto es mucho más que una simple cuestión académica. La precisión en las investigaciones sobre la historia del clima en el Sahara son importantes para los diseñadores de modelos climáticos del presente, que creen que cuanto más “adapten sus modelos” a la historia, mejor podrán proyectar los cambios climáticos de hoy en el futuro. 

El análisis de Kröpelin fue comentado por deMenocal, que afirma que es “extremadamente importante” pero que geográficamente solo representa un único “punto de datos”. “En cambio”, indica deMenocal, “hay otros 20 puntos de datos diferentes de África Occidental y Oriental, y más recientemente del Cuerno de África, que muestran lo mismo: todos se secaron abruptamente hace unos 5.000 años. Entonces, ¿cuál de las dos posibilidades es la que realmente ocurrió? ¿O fueron ambas?”, agrega. “Para ser sincero, creo que aún no lo sabemos”.

En el edificio de la municipalidad de Ounianga Kebir, me encuentro con Aahmat Moussa Thozi, el chef de canton. Los científicos no son los únicos interesados en la historia. A través de un intérprete, Aahmat me cuenta la leyenda de los orígenes de su tribu. 

“Hubo una población muy antigua que vivió junto a este lago. Nosotros creemos que nuestro abuelo vino del lago. Las personas que salieron del lago siguen vinculadas a ese lago. Estas localidades son muy hermosas, con palmeras, dátiles y un glorioso lago. Hay 15 clanes en Ounianga. Así es como empezó todo”. 

¿Hay rastros culturales en este lugar relacionados con la historia geológica? Se necesitaría un análisis geológico y mitológico para saberlo a ciencia cierta. Cabe preguntarse qué significa exactamente la palabra “antiguo” en una tierra en la que, en el transcurso de siete millones de años, desde que el Toumai vivió aquí, el Período Húmedo Africano fue solo la etapa más reciente de lo que pueden haber sido cientos de etapas húmedas. Esta etapa reciente hoy adquiere interés solo porque afecta anatómicamente al ser humano moderno y porque es la que puede darnos pistas acerca de nuestro propio futuro.

Aahmat continúa: “Mi familia proviene del lago. Yo soy la descendencia de eso”. 

El verdadero sentido de sus palabras: el lago le dio vida a esta tribu. ¿Cuándo sucedió exactamente? Eso ya es otra pregunta, quizás para la ciencia. 

Los hombres descansan bajo la sombra de la mañana en el lago Yoan, el más grande del grupo Ounianga Kebir. Debido a la mínima protección de los juncos y al alto índice de evaporación, el lago es salino. En el lecho de este lago, en el año 2010 Kröpelin, Melles y Karls extrajeron la muestra de núcleo que data de 10.940 años de antigüedad y que sigue siendo estudiada.
Los hombres descansan bajo la sombra de la mañana en el lago Yoan, el más grande del grupo Ounianga Kebir. Debido a la mínima protección de los juncos y al alto índice de evaporación, el lago es salino. En el lecho de este lago, en el año 2010 Kröpelin, Melles y Karls extrajeron la muestra de núcleo que data de 10.940 años de antigüedad y que sigue siendo estudiada.

En el año 2010, Kröpelin formó un equipo de trabajo con el Grupo de Estudios de Paleoclimatología y Período Cuaternario de la Universidad de Colonia. El grupo era dirigido por Martin Melles, cuyos trabajos en el análisis de sedimentación de lagos siempre lo habían llevado a las regiones polares. 

 “Prácticamente no hay oportunidades en los desiertos cálidos”, explica Melles. “El Sahara es un lugar tan extremo y remoto como la Antártida”. 

Jens Karls, un estudiante del doctorado en paleoclimatología que trabajaba con Melles, estuvo a cargo de gran parte de la operación del sacatestigos de gravedad que implementaron en el lago Yoan. “El equipo consta de una pesa de 30 kilogramos [66 libras] y un sistema con sogas. Hay que izar el equipo, y luego dejarlo caer nuevamente, y así una y otra vez. Los sedimentos superiores se penetran con facilidad, pero al llegar a sedimentos un poco más compactos, la velocidad de extracción es de menos de un milímetro por descenso”, explica Karls. 

Un milímetro representa los sedimentos de menos de un año. El equipo descendió 16 metros (52,5 pies) en busca de capas correspondientes a los inicios del Holoceno. Golpe tras golpe de la pesa del sacatestigos, bajo un calor que a plena luz del sol muchas veces alcanzaba los 50 grados centígrados (122 °F), el equipo siguió presionando y trabajando. Finalmente lograron su objetivo: un “registro continental del cambio ambiental y climático” con una continuidad de 10.940 años de antigüedad. 

Para comprender “la forma en que nuestro sistema climático funcionó en el pasado y funcionará en el futuro”, como dice Melles, “es necesario que estos archivos geológicos estén ampliamente distribuidos en todo el mundo”. Tener un “núcleo representativo del Sahara Oriental ya es un gran paso”.

Si bien el análisis del “núcleo largo” aún está en progreso, Kröpelin afirma: “tenemos indicios de eventos climáticos realmente globales”, lo que incluye “la introducción relativamente tardía de las palmeras de dátiles, [y] también podemos explicar o al menos comprender mejor la historia del Egipto faraónico”. Kröpelin asegura que esto es “la visión más precisa que hemos tenido hasta ahora de la historia climática del continente africano”.

Baba está de acuerdo. “Estamos en deuda con Stefan Kröpelin, que ha publicado estos hallazgos en importantes diarios científicos internacionales. Ahora podemos comprender con precisión la forma en que funcionaban estos lagos”, agrega. “Naturalmente, si tuviésemos los medios haríamos todo [la extracción y el análisis] aquí mismo, y sería exclusivamente un descubrimiento de Chad”.

Las lenguas de arena empujadas por el viento siguen moldeando e invadiendo las aguas de los lagos de Ounianga. En esta vista aérea que se proyecta al sudoeste del lago Yoan, se aprecia con abrupta claridad el poder de cincelado del viento harmattan que sopla desde el noreste. 
George Steinmetz
Las lenguas de arena empujadas por el viento siguen moldeando e invadiendo las aguas de los lagos de Ounianga. En esta vista aérea que se proyecta al sudoeste del lago Yoan, se aprecia con abrupta claridad el poder de cincelado del viento harmattan que sopla desde el noreste. 

Hace una hora que viajamos ida y vuelta por un camino en Eguibechi, a cierta distancia del lago Yoan de Ounianga Kebir. Kröpelin está buscando un afloramiento de tierra diatomácea que observó camino al pueblo. Aunque registró su posición en GPS, parece no tener suerte. Volvemos a hacer el camino una última vez. Yo diviso una franja de color blanco en una elevación, aunque no es lo que Kröpelin estaba buscando. 

Cuando nos acercamos, Kröpelin se muestra alborozado, e inmediatamente comienza a trabajar. Baba se agacha junto a él. “Estás presenciando un nuevo descubrimiento”, me dice Kröpelin. “Es un sitio al que hace muchos años que quería llegar. Necesitamos esto con urgencia para interpretar el núcleo que extrajimos del lago y poder hacer una interpretación válida sobre la profundidad del lago en el momento de la deposición”.

Lo que estamos viendo, explica Kröpelin, es la costa del paleolago original. ”Aún queda este rizoma, las raíces antiquísimas de los juncos, y en algunos lugares incluso hay árboles que crecían cuando el lago era poco profundo”. Kröpelin calcula que esto debe tener unos 8.000 años de antigüedad. 

“De este lado se encuentran los sedimentos expuestos a mayor altura que provienen del lecho del lago”. Y alega que esto demuestra que el lago era “50 o 100 veces (para dar una idea de su magnitud) más extenso que el lago actual”. En otras palabras, durante la era del Sahara verde “todo esto, hasta donde llega la vista, estaba cubierto por agua”. 

Kröpelin guarda el sedimento en bolsas de plástico con la etiqueta W76, que ahora representa el nuevo descubrimiento. 

El viento arrecia, y la voz de Kröpelin comienza a desdibujarse bajo el silbido implacable. En la distancia, apenas se bosquejan los vestigios plateados del oasis, sus verdes palmeras y el lago de color azul. 

Baba se acerca, me abraza y me hace girar para enfrentar la arena. “En Ounianga se ve la belleza del desierto”, me dice. “Pero las investigaciones científicas no se detienen, y seguiremos descubriendo otros secretos ocultos bajo estos lagos”.

Sheldon Chad Gracias al sentido del humor de sus anfitriones en Chad, el galardonado escritor y fotógrafo canadiense Sheldon Chad ([email protected]) recibió, durante toda la expedición, un cariñoso apodo: lo llamaban “Wardougou” Chad, que significa “El hombre que ama a su país” Chad. Como él mismo observa, ese apodo le sentó de maravillas: “la inolvidable belleza del paisaje sahariano solo puede ser superada por la elegancia y la generosidad de las personas que viven allí”. Sheldon Chad actualmente vive en Bruselas.

Los líderes de dos de las comunidades más remotas del norte de Chad, Aahmat Moussa Thozi (centro) de Ounianga Kebir y Nebi Guett (derecha) de Ounianga Serir, vinculan sus legendarias historias tribales con la ciencia actual. Los líderes de dos de las comunidades más remotas del norte de Chad, Aahmat Moussa Thozi (centro) de Ounianga Kebir y Nebi Guett (derecha) de Ounianga Serir, vinculan sus legendarias historias tribales con la ciencia actual. c Fati Dadi, de la oficina de turismo, nos muestra los caparazones de moluscos que son un verdadero souvenir del Período Húmedo Africano de 11.000 a 5.000 años de antigüedad, y nos cuenta que los usará para hacer un collar. Fati Dadi, de la oficina de turismo, nos muestra los caparazones de moluscos que son un verdadero souvenir del Período Húmedo Africano de 11.000 a 5.000 años de antigüedad, y nos cuenta que los usará para hacer un collar.

This article appeared on page 12 of the print edition of Saudi Aramco World.

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