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Volumen 65, Número 3mayo/junio 2014

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Arriba: La mezquita de madera de Kruszyniany, construida a principios del siglo XVIII y restaurada recientemente, es la más antigua de Polonia. Inserción: Dżenneta Bogdanowicz. Inserción abajo: Dżenneta Bogdanowicz.
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Enérgica y alegre, Dżenneta Bogdanowicz hace gestos a los visitantes para que entren al pequeño restaurante que dirige en su casa en Kruszyniany, un pueblo tan remoto que parece enclavado en los confines del mundo.

Enérgica y alegre, Dżenneta Bogdanowicz hace gestos a los visitantes para que entren al pequeño restaurante que dirige en su casa en Kruszyniany, un pueblo tan remoto que parece enclavado en los confines del mundo. Dżenneta da vueltas y vueltas alrededor del cuarto. La pueden ver y oír en todas partes. Se sienta con los clientes en sus mesas, y con una gran sonrisa conversa con ellos. Sin dudarlo, les da las recetas de sus platos, como pierekaczewnik (albóndigas) y syte (agua con miel y jugo de limón). Es igual de desenvuelta cuando relata la historia de su familia, que proviene del territorio de la actual Bielorrusia. Les cuenta sus costumbres, tradiciones y religión, que han estado al borde de la extinción muchas veces.

Las fotografías de la familia Bogdanowicz y un antiguo Corán forman parte de los objetos personales que reaniman el interés en el patrimonio histórico y cultural. Página anterior: La mezquita de madera de Kruszyniany, construida a principios del siglo XVIII y restaurada recientemente, es la más antigua de Polonia. Inserción: Dżenneta Bogdanowicz.
Las fotografías de la familia Bogdanowicz y un antiguo Corán forman parte de los objetos personales que reaniman el interés en el patrimonio histórico y cultural. Página anterior: La mezquita de madera de Kruszyniany, construida a principios del siglo XVIII y restaurada recientemente, es la más antigua de Polonia. Inserción: Dżenneta Bogdanowicz.

Dżenneta Bogdanowicz, una profesional en el sector del turismo, visitó por primera vez Kruszyniany (kru-shen-i-an-i) hace más de 30 años. El pueblo, situado a pocos kilómetros (una milla) de la frontera polaca con Bielorrusia, fue parte de un viaje que incluía pueblos pequeños y poco poblados, granjas antiguas, caminos arenosos y un silencio tan profundo que, inesperadamente, le provocó una curiosidad irresistible acerca de sus ancestros. Kruszyniany no era distinto de otros cientos de pueblos tranquilos del noreste de Polonia, salvo por una cosa: la mezquita de color verdeceladón ubicada en el centro del lugar. Para cualquier persona que no conozca Kruszyniany, la mezquita podría ser simplemente un modesto lugar para rezar. Sin embargo, para Dżenneta ese templo musulmán que es el más antiguo de Polonia fue un faro que iluminó un patrimonio histórico ya casi olvidado.

Los tártaros polacos son musulmanes con ascendentes en Asia Central y costumbres polacas. En Kruszyniany, cuya población es de 160 habitantes, conviven con católicos y cristianos ortodoxos orientales. Herederos del Imperio mongol, los tártaros son descendientes de Batu Khan y la Horda de Oro. Aunque la mayoría vive en Rusia, otros son descendientes de aquellos que ya en el siglo V emigraron gradualmente hacia el oeste, a lo que ahora se considera Bielorrusia, Polonia y Lituania. 

En el comedor de su Tatarska Jurta, Dżenneta ayuda a que los jóvenes visitantes aprendan a amasar para hacer una de sus recetas tártaras. 
En el comedor de su Tatarska Jurta, Dżenneta ayuda a que los jóvenes visitantes aprendan a amasar para hacer una de sus recetas tártaras. 

Actualmente, son los sobrevivientes de siglos y siglos de guerras y, más recientemente, de represión política comunista en contra de la religión, las tradiciones y el idioma. A pesar de todo, lucharon con fuerza para aferrarse a sus identidades históricas, un hecho enfatizado por la antiquísima mezquita de madera del siglo XVIII envuelta en diferentes tonos de verde: el eje central de Kruszyniany y el único punto de referencia del pueblo cuya fama ha trascendido sus fronteras.

En su primer recorrido por el pueblo, Dżenneta visitó también el mizar (cementerio) tártaro, casi oculto por el bosque. Y se dio cuenta de que esas lápidas cubiertas de moho eran de sus ancestros. “Tuve una revelación. De pronto sentí el llamado de la sangre, de la tierra”, recuerda. Por primera vez, “me consideré una tártara de origen polaco. Y supe que tenía que regresar”.

Los tártaros que se asentaron en esta región en el siglo XIV ya hablaban polaco, lituano o ruteno en el siglo XVI, y sus apellidos ya habían tomado la forma polaca. La mayoría de las vestimentas y las costumbres habituales de los nómadas de la estepa también se habían extinguido. Sin embargo, como proclama en silencio la mezquita de Kruszyniany, su religión perduró. 

Dżenneta explica que, al encontrar el mizar (cementerio) tártaro de Kruszyniany, por primera vez “me sentí como una tártara polaca. Y supe que tenía que regresar”. 
Dżenneta explica que, al encontrar el mizar (cementerio) tártaro de Kruszyniany, por primera vez “me sentí como una tártara polaca. Y supe que tenía que regresar”. 

Dżemil Gembicki, guía y conservador de la mezquita de Kruszyniany, explica que los tártaros polacos poseen tres características que los definen: etnicidad tártara, nacionalidad polaca y religión islámica. Zofia Bohdanowicz es de Bohoniki, un pueblo cercano parecido a Kruszyniany donde se encuentra otra de las mezquitas polacas más antiguas, y tiene los mismos sentimientos. “Mi familia ha vivido aquí durante generaciones y soy polaca, pero lo que nos distingue a mí y a mis hijos es la religión diferente. Por eso somos musulmanes polacos. Si no hay Islam, no existimos”, señala. “Soy una musulmana tártara polaca. Los tres términos son importantes para nosotros”.

Dżenneta tenía apenas 20 años cuando visitó Kruszyniany por primera vez. Después de su visita, regresó a Bialystok a estudiar. Allí conoció a Mirek, su futuro esposo y nativo del histórico pueblo. Después de casarse, visitaban Kruszyniany a menudo para ver a la familia de Mirek, que, al igual que otras familias tártaras, había recibido su tierra a finales del siglo XVII del rey polaco Juan III Sobieski, en reconocimiento por el servicio militar de sus ancestros. En su propio trabajo de guía turística, Dżenneta comenzó a incluir el pueblo de Kruszyniany, donde llevaba a los turistas a una cabaña que habían habitado los familiares de su esposo, así como la mezquita y el mizar.

No tardó en darse cuenta de que las personas que llegaban al pueblo no tenían un espacio donde comer y relajarse. Como no les molestaba recibir turistas en su hogar, la pareja dispuso algunas mesas y bancos afuera. El Tatarska Jurta (Yurta tártara), como se denominó al sencillo restaurante, ofrecía las especialidades de la cocina tártara desde finales de la primavera hasta el otoño. Con el tiempo, y con la ayuda de sus tres hijas, la pareja renovó la casa y comenzaron a invitar a los huéspedes al interior para comer y conocer la vida familiar de los tártaros. Finalmente, ampliaron la casa, se mudaron a la planta superior y destinaron toda la planta inferior al restaurante, mientras se corría la voz acerca del Tatarska Jurta. En 2003, Dżenneta y Mirek se mudaron allí de forma definitiva. 

Dżenneta decoró su restaurante con fotos familiares y vestidos tradicionales tártaros.
Dżenneta decoró su restaurante con fotos familiares y vestidos tradicionales tártaros.

Actualmente, los huéspedes que llegan ingresan a través de una sala pequeña en la cual se exhiben fotos familiares en las paredes. Las mujeres de estas imágenes tienen ojos asiáticos y pelo negro, y los hombres morenos lucen uniformes militares polacos. 

“Mi madre dirige la cocina. Los platos que servimos son exactamente iguales a los que comía en mi infancia durante las festividades musulmanas”, cuenta Dżemila, una de las hijas de Dżenneta y Mirek. “Mi madre recopiló algunas de las recetas cuando visitaba los hogares tártaros que están diseminados por toda Polonia. Hoy, esta recopilación podría conformar un libro de cocina realmente voluminoso”. El boca en boca y las reseñas en línea sobre la atmósfera del restaurante, la personalidad vivaz del personal (especialmente Dżenneta) y la refinada cocina tártara siguen circulando y expandiéndose. Hoy en día, reconocidos expertos viajan durante horas para comer pierekaczewnik y tomar café con cardamomo.

El guía y conservador de la mezquita de Kruszyniany, Dżemil Gembicki, se sienta con una copia del Corán frente al mihrab de madera de la mezquita, orientado hacia La Meca. Los tártaros polacos tienen tres características que los definen, según explica: etnicidad tártara, nacionalidad polaca y religión islámica.
El guía y conservador de la mezquita de Kruszyniany, Dżemil Gembicki, se sienta con una copia del Corán frente al mihrab de madera de la mezquita, orientada hacia La Meca. Los tártaros polacos tienen tres características que los definen, según explica: etnicidad tártara, nacionalidad polaca y religión islámica.

Los clientes habituales que conversan con Dżenneta mientras mordisquean deliciosas preparaciones inevitablemente aprenden que Kruszyniany forma parte del sendero histórico de los tártaros, principalmente una red de caminos que unen siete ciudades  y pueblos principales en el noreste de Polonia, todos apenas poblados e influenciados de diversas formas por las costumbres polacas y del este europeo. Con 150 kilómetros aproximadamente (90 millas) en su máxima longitud, el camino atraviesa las pintorescas colinas de Sokółka y el bosque de Knyszyńska para conectar Sokółka, Bohoniki, Malawicze, Krynki, Kruszyniany, Supraśl y la ciudad más poblada, Białystok. Siguiendo el sendero, se puede aprender no solamente acerca de la historia de los tártaros, sino que además se puede degustar la vida y cultura modernas. Uno de los lugares más destacados es Kruszyniany, dado que se trata de uno de los pocos pueblos que revive durante las fiestas y festivales culturales musulmanes, lo que se debe casi en su totalidad a los esfuerzos de Dżenneta.

Al igual que Dżenneta y otras familias tártaras, Bronislaw Talkowski vive en la tierra que el rey Juan III Sobieski le donó a su familia a finales del siglo XVII como compensación a los soldados tártaros por sus servicios militares. Talkowski es presidente de la capilla musulmana de Kruszyniany, una de las dos únicas de Polonia que son anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Al igual que Dżenneta y otras familias tártaras, Bronislaw Talkowski vive en la tierra que el rey Juan III Sobieski le donó a su familia a finales del siglo XVII como compensación a los soldados tártaros por sus servicios militares. Talkowski es presidente de la capilla musulmana de Kruszyniany, una de las dos únicas de Polonia que son anteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Dżenneta notó la necesidad de contar con eventos cíclicos que permitieran el renacimiento de las tradiciones y las costumbres tártaras. Fue su iniciativa la que permitió organizar hace unos años el primer festival de cultura y tradición de tártaros polacos. Hubo actuaciones de bandas, danzas, canciones, demostraciones de artesanías y competencias. Se invitó a todos a participar en los talleres de cocina tártara, el tiro con arco y los paseos a caballo. El interés superó incluso sus mayores expectativas. “Una vez más, Kruszyniany estuvo rebosante de vida. Me complace que muchos tártaros polacos, al igual que yo hace 30 años, sintieran el llamado de la sangre y ahora desearan regresar”, explica. 

Hace siete años, Dżenneta volvió a introducir el Sabantuy, que significa literalmente “Festival de arado”: una tradición popular tártara musulmana que data de hace más de mil años y que celebra el final de la estación agrícola de la primavera. Los habitantes del pueblo y sus invitados se reunieron para disfrutar de juegos, competencias, arquería estilo mongol y paseos a caballo, y los premios más valiosos fueron carneros y toallas artesanales. 

Actualmente, los visitantes que eligen recorrer la mezquita de Kruszyniany pueden encontrarse con un sonriente Gembicki, cuyas facciones características del Asia Central revelan sus ancestros indudablemente tártaros. Gembicki explica que la mezquita se divide en espacios para hombres y mujeres, y muestra las paredes revestidas en madera y decoradas con caligrafía e imágenes de La Meca y Medina. El suelo está recubierto con alfombras. El mihrab en la pared del sur indica la dirección de La Meca. Por encima brilla una medialuna brillantemente iluminada con una estrella. “Es el símbolo del Islam”, explica Gembicki mientras reposa en los escalones del minbar (púlpito) donde el imán o líder de oración predica durante los servicios semanales de los viernes. Y agrega que, si bien muchos musulmanes polacos ya no comprenden el árabe, no obstante el Corán se recita en árabe.

Arriba: un cartel en Krusziniany señala el camino al resto del mundo. 
Arriba: un cartel en Krusziniany señala el camino al resto del mundo. 

A continuación, Gembicki guía a los visitantes a una colina pequeña recubierta de árboles. Sus espesas copas protegen el cementerio musulmán donde Dżenneta encontró las tumbas de sus ancestros. Aquí queda claro cómo los tártaros se mezclaron con el entorno europeo oriental. A través de los años de desgaste, pueden verse inscripciones en árabe, ruso y polaco en las lápidas que se remontan hasta el siglo XVIII.

La historia del asentamiento tártaro al noreste de Polonia se relaciona con el rey Juan III Sobieski, cuya vida fue salvada por el coronel Samuel Murza Krzeczkowski, comandante del regimiento tártaro, durante la Batalla de Párkány, que se desarrolló en el marco de la Batalla de Viena de 1683 contra los turcos otomanos. Como pago por su servicio, el rey les donó a los tártaros las tierras que hoy forman lo que se conoce como el “sendero tártaro”. Incluso en la actualidad, los residentes de Kruszyniany pueden señalar el lugar, desbordado de tilos, donde alguna vez se erigió la casona de Krzeczkowski.

Lentamente, los tártaros se adaptaron a esa nueva tierra natal recientemente concedida. “Se entregaron a ella conscientemente, pero al mismo tiempo protegieron sus creencias. En Polonia, ser tártaro también implicaba ser musulmán”, explica Ali Miśkiewicz, historiador y editor del Anuario de tártaros polacos y otras obras sobre historia tártara. Miśkiewicz agrega que sus tradiciones sobrevivieron en los centros principales, tanto en Lituania como en Polonia, donde enseñaron su religión y construyeron sus propios lugares de culto. Tal como explica Musa Czachorowski, vocero de la mufti (oficina legal islámica principal) de la República de Polonia: “Los musulmanes vivieron en Polonia durante 600 años. La ley polaca nunca nos obligó a actuar en contra de la ley del Islam”.

Mapa

En 1920, aproximadamente 6.000 tártaros polaco-lituanos residían en unas 19 comunidades y practicaban su culto en 17 mezquitas. En 1925, establecieron la Asociación Religiosa Musulmana (Muzułmański Związek Religijny) e intentaron unir a todos los musulmanes de Polonia. Asimismo, fundaron la Unión Cultural y Educativa de Tártaros Polacos, donde desarrollaron actividades sociales y culturales. 

Al vivir en un país no musulmán, los tártaros polacos naturalmente absorbieron su entorno y, en alguna medida, se asimilaron. Por ejemplo, es típico que las mujeres tártaras polaco-lituanas no se cubran la cabeza o el rostro. “Si bien me siento con las mujeres en la mezquita, en casa todos tenemos los mismos derechos”, comenta Dżenneta. 

La arquitectura también se vio influenciada. Las mezquitas de madera de Kruszyniany y el pueblo cercano de Bohoniki son apenas diferentes en su apariencia externa de las iglesias católicas y ortodoxas, excepto por las medialunas que las distinguen. 

Dżemil y Kasia Gembicki, que son respectivamente musulmán y católica, juegan en su casa de Kruszyniany con sus hijos. La pareja explica que están criando a Selim como musulmán y a Lilia, como católica.
Dżemil y Kasia Gembicki, que son respectivamente musulmán y católica, juegan en su casa de Kruszyniany con sus hijos. La pareja explica que están criando a Selim como musulmán y a Lilia, como católica.

La escritura tártara es otro de los ejemplos de la mezcla de culturas. Su literatura fue escrita en polaco y lituano, pero también contenía elementos árabes, turcos otomanos y tártaros.  Para el Corán y otras escrituras religiosas, los tártaros en algunos momentos empleaban una forma de árabe desarrollada para permitir la lectura fonética de las palabras tanto en polaco como bielorruso. 

Algunas cosas, sin embargo, no cambiaron. Las bodas continúan celebrándose sobre grandes caminos de piel ovina, un símbolo que data de la Horda de Oro y que representaba la estabilización del hogar y la riqueza.

Sin embargo, de la noche a la mañana, los comunistas soviéticos trabajaron fervientemente después de la Segunda Guerra Mundial para erradicar las culturas y religiones individuales de los tártaros en Polonia, Rusia, Lituania, Estonia, Letonia, Ucrania y Bielorrusia. Se destruyeron asentamientos, instituciones educativas y culturales, y muchas mezquitas. Los miembros de la intelectualidad tártara fueron arrestados, algunos en repetidas ocasiones, y fueron deportados o asesinados. La población de tártaros polaco-lituanos se redujo de 6.000 a 3.000. 

En aquel momento, las autoridades comunistas no aceptaban ninguna minoría nacional ni étnica. De esta forma, el “sendero tártaro” se creó en la década de 1960 y se promocionó como una mera atracción turística, una estrategia para reducir a los tártaros polacos a una simple curiosidad etnográfica. Se obligó a los musulmanes polacos a confraternizar con los inmigrantes de Medio Oriente y de África del Norte con el fundamento de la “comunidad religiosa”. Esto contribuyó a la reducción de la etnicidad y, en muchos casos, a su completa pérdida. Muchos tártaros nacidos en esa época no saben hoy en día cómo rezar en árabe. 

En Białystok, el pueblo más grande de la región, el grupo popular tártaro Bunczuk ayuda a adultos y niños a conservar el repertorio popular de canciones y danzas tradicionales. 
En Białystok, el pueblo más grande de la región, el grupo popular tártaro Bunczuk ayuda a adultos y niños a conservar el repertorio popular de canciones y danzas tradicionales. 

Una mujer tártara que no quiso dar su nombre explica en Sokółka: “No aprendí la religión como debería. No conozco y no sé hacer muchas cosas. Cada tanto, un tártaro nos visitaba en nuestra casa y nos enseñaba a rezar, y mis abuelos me enseñaron a leer caracteres árabes”.

Tras la caída del comunismo en 1989, la comunidad tártara comenzó a revivir en Polonia. La Asociación Religiosa Musulmana de Polonia ahora cuenta con ocho comunidades (Białystok, Gdańsk, Varsovia, Bohoniki, Kruszyniany, Poznań, Bydgoszcz y Gorzów Wielkopolski) que abarcan la población de alrededor de 5.000 musulmanes polaco-tártaros. La asociación representa a los musulmanes polacos ante el estado, brinda servicios religiosos y espirituales, y conserva los lugares históricos y los cementerios, como el que se encuentra en Kruszyniany. Asimismo, organiza bodas, funerales y servicios de oración. La asociación organiza las celebraciones de las fiestas musulmanas Kurban Bayram (‘Id al-Adha) y Ramadan Bayram (‘Id al-Fitr), así como otras ocasiones ceremoniales. 

Actualmente, muchos de los rituales de la comunidad musulmana se realizan no solamente para los musulmanes, sino también para los que no lo son pero se interesan en el diálogo entre religiones. "Es propicio aprender unos de los otros y desarrollar el respeto, descubrir los valores en común de ambas religiones y romper con los estereotipos”, afirma Agata Skowron-Nalborczyk, profesora adjunta en la Facultad de Estudios Orientales de la Universidad de Varsovia. 

En la actualidad, cerca de 20.000 a 30.000 musulmanes residen en Polonia, lo que apenas conforma un 0,6 % de la población polaca. Si bien la comunidad es pequeña, es diversa: el grupo más grande de musulmanes recién llegados proviene de países árabes, pero también hay turcos, bosnios y refugiados de Somalia, Afganistán, Chechenia y Siria.  

De los 5.000 tártaros de Polonia, la mayoría reside en Bialystok y otras ciudades. Los pueblos tártaros como Kruszyniany y Bohoniki están mayormente desiertos, excepto durante las festividades musulmanas en las que los musulmanes viajan allí con sus familias a rezar en las mezquitas y visitar cementerios. Es entonces cuando prueban los platos cada vez más famosos que ofrece Dżenneta.

En un aula de Białystok, Maria Aleksandrowicz-Bukin, presidenta de la Asociación Religiosa Musulmana del pueblo, imparte una clase sobre el Islam. 
En un aula de Białystok, Maria Aleksandrowicz-Bukin, presidenta de la Asociación Religiosa Musulmana del pueblo, imparte una clase sobre el Islam. 

Los tártaros polacos son profundamente conscientes de que la supervivencia de la cultura depende de los niños. Desde hace varios años, las escuelas de las comunidades tártaras han comenzado a ofrecer planes de estudios para niños tártaros, y la instrucción religiosa y cultural basada en la comunidad es cada día más común. Además, aprenden la historia y las tradiciones tártaras a partir de los relatos y valores transmitidos por la familia, especialmente los abuelos, y a través de las actividades de organizaciones y asociaciones tártaras. 

Durante años y años, los tártaros muchas veces soñaron y rezaron para poder enseñar el idioma tártaro olvidado. Su sueño se hizo realidad en 2012, cuando se abrió la clase de idioma tártaro en Białystok. “Después de 400 años de ‘silencio’, tenemos la oportunidad de hablar el idioma de nuestro ancestros”, anunció el Consejo Central de la Unión de Tártaros de la República de Polonia. 

Gracias a su herencia, los tártaros bien pueden representar el puente más sólido de Polonia entre Oriente y Occidente, entre el Islam y el cristianismo, pues mantienen sus raíces religiosas en tanto viven cómodamente entre personas con otros legados y creencias. “Los tártaros, que se sienten polacos”, explica Miśkiewicz, “no deben olvidar nunca su origen y sus creencias, pero como tártaros deben recordar siempre que Polonia ha sido su hogar durante 600 años y que siempre formarán una parte integral de la sociedad”.

Katarzyna Jarecka-Stępień Katarzyna Jarecka-Stępień ([email protected]) tiene un doctorado en humanidades de la Jagiellonian University de Cracovia, donde sus investigaciones se centran en la forma en que la sociedad y la cultura influyen en la efectividad de la ayuda humanitaria internacional. Asimismo, dirige talleres en comunicación intercultural.
Aga Luczakowska La reportera gráfica Aga Luczakowska (www.agaluczakowska.com) inició su carrera en el periódico Dziennik Zachodni en Polonia, y actualmente trabaja de forma independiente desde Bucarest, Rumania. Sus trabajos han aparecido en el blog “Lens” del New York Times, en The Washington Post y en The Guardian

 

This article appeared on page 30 of the print edition of Saudi Aramco World.

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